El ascensor

1294 Words
Narra Valentina Compartimos una copa, charlamos, pero evitamos cualquier cosa demasiado personal. No estoy realmente ansiosa por compartir que soy una maestra sin trabajo con una cuenta de ahorros cada vez menor que no ha tenido relaciones sexuales en más de un año. Se trata de divertirse esta noche y es divertido ser un poco misteriosa por una vez. La conversación surge con facilidad. Me invita a bailar. No me congelo. Se me acelera el pulso cuando me acerca más. Huele delicioso. Es tan absolutamente masculino y fuerte, como si hubiera sido forjado en fuego y templado en acero sólido. Podría aplastarme si quisiera, pero, extrañamente, me hace sentir segura. Cuando apoyo mi cabeza contra su amplio pecho, puedo sentir su corazón latir muy rápido a pesar de que la canción es lenta. Me tranquiliza saber que, a pesar de su personalidad tranquila, él también se ve afectado por esto. Jessica se va con su amigo sobre las diez dándome un guiño de ánimo. ¿Me pedirá que me vaya con él? ¿Estaré de acuerdo? Por una vez en mi vida, quiero hacerlo. Otra canción, desliza su mano a través de mi cabello oscuro y suelto, ojos intensos mientras toca el zarcillo que sostiene. —Incluso más suave de lo que pensaba—murmura. —¿Lo soy? — inclino mi cabeza hacia atrás, ofreciéndole mi boca. ¿Quién soy? Quienquiera que sea esta noche, me gusta. Me gusta el. Se cierne, estudiando mi cara, mis ojos. En lugar de pánico, es la anticipación lo que me abruma. Me lamo los labios y él me observa hacerlo. Sonrío alentadoramente y él se mueve, presionando sus labios firmes contra los míos. Chispas y fuegos artificiales y champán burbujeante. Esas son las únicas descripciones que se me ocurren para las sensaciones que trae cuando me abro a su beso como lo hacen los pétalos de una flor para el sol. El calor se esparce por todo mi cuerpo mientras su lengua recorre mi labio inferior y su mano se curva posesivamente alrededor de mi cintura, sosteniéndome fuerte. Magnetismo innegable. Y este hombre sabe besar. —Mmm, muy dulce— dice, su voz ronca cuando nos separamos. Me río como una adolescente y poseo la confianza de una mujer mucho más mundana. Poco tiempo después, dejo a Isabel atónita con la promesa de que le enviaré un mensaje de texto por la mañana y permitiré que este hombre de ojos azules me acompañe fuera de bar y luego a un hotel cercano, un lugar elegante con candelabros de cristal y mármol. Fuentes en el vestíbulo. Mi corazón está acelerado, pero no siento miedo. Me digo a mí misma que eso significa que esto está bien. —¿Te quedas aquí? —no hemos discutido dónde vivimos. Podría ser un vendedor casado de fuera de la ciudad, un príncipe o un agente secreto por lo que sé. De los tres, espero sinceramente que no sea el primero. Ni siquiera nos hemos dicho nuestros nombres, sé que él escuchó el nombre falso que le di al sujeto grosero, pero ninguno de los dos hemos tratado ese tema. —Para esta noche— responde. Es vago, pero reafirma mi creencia de que es de fuera de la ciudad. Cruzamos el suelo hasta los ascensores, todo dorado y de cristal. El nerviosismo se está apoderando de ti. Este experimento está a punto de volverse real. —Normalmente no soy este tipo de mujer —murmuro mientras las puertas se abren. Hace una pausa, todavía sosteniendo mi mano. —Podría decir. Admito que lo encuentro intrigante, pero no hay presión si has cambiado de opinión—me dejará ir si quiero, pero su pulgar está acariciando el interior de mi muñeca. —Quiero ser ese tipo de mujer por esta noche… contigo— me obligo a mí misma a hacer contacto visual y hay tanta hambre arremolinándose en esos ojos azules. Tal vez debería asustarme, pero no es así. Me pongo de puntillas y rozo mis labios contra los suyos. Sonríe cuando entro en el ascensor. Él lo sigue, presionando el botón para el último piso—.Estamos en lo alto— comento. —Con suerte, tomará el tiempo suficiente—en un momento, está parado junto al panel de botones y al siguiente, me está besando. Cedo a su beso y… oh Dios. Luego, su boca encuentra mi garganta, su barba incipiente pica mi tierna carne. Jadeo y luego gimo al sentir su duro cuerpo presionando contra el mío. Dedos calientes bailan por mi muslo, debajo de mi vestido, me provocan a través de mis bragas mientras reclama mi boca para otro beso, más profundo y más apasionado que el que compartimos en el bar. Los dedos de mis pies ya se están curvando en mis talones mientras me acaricia a través de la tela. La excitación me invade por completo y me siento mareada a medida que la cabina del ascensor sube más y más. Santo infierno, creo que quiere sacarme antes de que lleguemos a la cima—. Abre las piernas— retumba, mirándome con ojos ardientes. Solo puedo imaginar cómo debo mirarle; los ojos encapuchados por la lujuria, las mejillas sonrojadas y la boca abierta de par en par por la sorpresa mientras me aferro a sus hombros por miedo a caer. Obedezco sus órdenes, abriendo mis piernas y ya apretándome con necesidad. Su mano se desliza dentro de mis bragas y traza mis pliegues mientras su lengua hace cosquillas en la piel sensible en la parte posterior de mi oreja. Su pulgar rodea mi clítoris mientras hunde un dedo grueso dentro de mí. Al principio me estremezco ante la intrusión, pero quiero más. —Sí —gimoteo, corcoveando en su mano, desesperada por más presión sobre mi clítoris. El nudo enroscado en mi interior anhela ser desatado por su mano maestra. Nunca he llegado tan rápido. Nunca en un ascensor tampoco. O con un extraño. O donde cualquiera pueda descubrirnos. Una noche de primicias. —Carajo, eres perfecta— respira contra mi mejilla. En ese momento el timbre del ascensor suena. Ambos exhalamos, medio maldiciendo y medio riéndonos cuando dice: —Estaré presentando una queja sobre este ascensor horriblemente rápido. Apenas ha sacado la mano de debajo de mi vestido cuando se abren las puertas. Una familia de cuatro está esperando y hacemos todo lo posible para parecer imperturbables. Los niños, en pijama y listos para aventuras en el hotel como un chocolate caliente a altas horas de la noche en el vestíbulo, inocentemente no se dan cuenta de lo que hemos estado haciendo, pero veo los ojos muy abiertos de la madre y el padre tratando de reprimir una sonrisa cuando pasamos junto a ellos. Con un cordial asentimiento. Miro hacia mi apuesto acompañante con complicidad después de que salimos dejando atrás a la familia, pero su expresión me detiene en seco. Parece perdido. Triste. ¿Culpable? Mierda.Se da cuenta de que me detuve y sacude la mirada perdida. —Debemos… —¿Estás casado? —pregunto. Lo quiero pero no puedo hacer esto si él dice que sí. Parpadea y sacude lentamente la cabeza. —No. Ya no. Hay una nota de desesperación en su respuesta y tengo la sensación de que “ya no” no fue su elección. La pequeña y extraña flor de esperanza que había sentido antes cuando lo vi por primera vez en el bar se marchita un poco, pero ¿qué puedo hacer? Esta es una aventura de una noche y eso es todo lo que va a ser. Lo quiero y no quiero pensar demasiado en esto. Quiero una noche para olvidarme de mis problemas. No necesito nuevos. —Está bien— le digo—.Vamos.
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