Soy inocente

3456 Words
" Llega el momento donde una sola palabra puede cambiarlo todo, una decisión que marcará el inicio de una nueva vida". >>>>>>>>>>>>>>>> Sin duda alguna, lo que más adoraba del día era llegar a casa y quitarse esos tacones altos, el placer que se sentía al ser libre era inexplicable. Tirando la ropa sobre el cesto, se metió a la ducha, dándose un baño rápido para colocarse su ropa de dormir, una camiseta y pantalones de algodón. Luego de secar y desenredar sus largos cabellos lo amarró en una coleta y usando sus pantuflas de peluche, salió a la habitación de la abuela. Al cabo de unos segundos y después del segundo golpe, la voz amable de Nina respondió al llamado de Alice. Moviendo la perilla, ella ingresó con una sonrisa reluciente. — Abuela —saludó, cerrando la puerta detrás de ella. Avanzó unos pasos hasta sentarse sobre la cama y preguntar como era costumbre por las cosas que la dama de cabello cano había hecho —. Emma me contó que hoy estabas tejiendo una bufanda para mí —comentó tomando la mano delgada y de piel flácida de mujer mayor —. ¿puedo verla? —preguntó con emoción, sin saber que la respuesta sería un duro golpe. Nina la miró con extrañeza, de alguna forma sus ojos celestes lucían confundidos, retirando su mano muy despacio para no ser grosera, soltó una sonrisa incómoda y un comentario doloroso—. Disculpe jovencita, pero ¿quién es usted? Abriendo los ojos con sorpresa, su sonrisa se borró. La enfermedad estaba avanzando, y no podía detenerla, el doctor ya le había advertido de eso, pero quería pensar que era una pesadilla, que su querida abuela no la estaba olvidando. — Abu… —se detuvo apretando los ojos para evitar llorar—. Señora Nina, soy Alice… ¿no me recuerda ni un poco? Por favor veame, mire mis ojos, mi rostro. Enfocando su vista, divisó con precisión a la joven, sin embargo por más que la veía, no recordaba su rostro, era muy linda, eso no lo negaba, pero su facciones no le decían nada. — Lo siento jovencita, tal vez tú me estás confundiendo con alguien. Las esperanzas de que la recordara, se esfumaron más rápido que un rayo, bajando la cabeza dejó que una lágrima cayera sobre sus rodillas, discretamente pasó su mano para limpiar el rastro de ellas. — Es verdad, soy un poco distraída, disculpé —sonrió, fingiendo tranquilidad. — ¿Estás triste? —preguntó al ver la lágrima rodando aún en la sonrisa de la castaña. — Oh, no le tome importancia, son solo mis alergias. — Puede que tengas razón, tu nariz se ve roja y tu ojos no dejan de liberar lágrimas. — Abu… Señora Nina, ¿puedo abrazarla? — ¿Eh? Eso es muy extraño, pero no tengo ningún problema, adelante. Sin pensarlo mucho, Alice se acurrucó al pecho de Nina, aspiró el aroma a jabón de su ropa. Como la adoraba, era su todo, la única persona dueña de su vida. No había tenido una buena noche, los pensamientos sobre la salud de su abuela habían rondado una y otra vez en su cabeza, se había despertado más cansada de lo que se había acostado y el cielo nublado tampoco era un buen presagio, después de dejar todo listo en manos de Emma, metió la llave en su auto, desgraciadamente, este no encendió, luego de intentarlo una y otra vez se dio por vencida. — Lo que me faltaba ¡Ay Dios! —exclamó levantando las manos al cielo—. Supongo que no tengo mayor alternativa que buscar un taxi. Y ya se me hace tarde — agregó, mirando la hora en su reloj de mano. … — ¡Adiós papá! ¡Adiós tío Leonardo! —decía una pequeña de cabellos rubios como el padre. — Adiós cariño, ya sabes que tu tía vendrá por ti, así que solo esperala. — Lo sé papito —finalizó, entrando a la escuela. — Cada día está más grande, me gustaría poder pasar más tiempo con ella, pero desde que mi querida Chloe murió me he enfocado más en mi trabajo. — Lo haces por tu hija, Aurelio, para que tenga un buen futuro —dijo Leonardo, mientras sacaba las llaves de su auto. — Lo sé, sin embargo siento que estoy perdiendo los mejores años y temo que algún día me los reclame. — Deja de angustiarte, eso no pasará y ya sube que tenemos una larga pila de archivos, documentos y expedientes por revisar. Exhalando un largo aliento, dio media vuelta para subir al auto, después de ajustarse el cinturón no pudo evitar comentar : "Tal vez algún día lo entiendas, cuando seas padre". — Tener una familia no está dentro de mis planes, tengo a mi madre y es lo único que me importa. — Entiendo —murmuró Aurelio, entendiendo el comentario de su amigo. La decepción y el rencor aún no se borraban de su mente, un mal matrimonio que acabó en divorcio y un padre al que… Era inútil, mejor seguir creyendo que estaba muerto. — Debes arreglar ese tema con tu auto, Aurelio, no puedo estar recogiendote todos los días. — Ey, solo fueron dos días, ya mi cuñado me dijo que hoy en la tarde lo recogería. — Esperemos que sí —expresó, mientras manejaba—. ¿Sabes? Yo aún no entiendo cómo puedes vivir con toda tu familia en una sola casa ¿no te ahoga? — Al contrario, pienso que ellos fueron "mi salvavidas", después de que Chloe murió en el parto, sentí una profunda culpa, pero tras estos seis años he vuelto a sonreír, al ver la carita de mi hija recibirme cuando llegó a casa. — Entonces no tendrás que preocuparte, tu hija es una niña feliz e inteligente, sabe lo que haces por ella, y no solo te tiene a ti, esta tu hermana con su esposo y tu madre. — Sí, pero no es lo mismo. — Ah, eres más complicado que los casos que resolvemos —comentó, estacionando el vehículo. — Algún día lo entenderás Leonardo —afirmó desabrochandose el cinturón—. Creeme que algún día lo entenderás. Después de ver a su amigo saliendo del auto, quedó pensativo, "hijos"; esa idea la había tenido tiempo atrás, pero solo fue un pensamiento fugaz, como su matrimonio. — Cosas sin sentido —se burló, dirigiéndose a su oficina. … — Muchas gracias —dijo con gentileza al conductor, mientras sacaba sus esbeltas piernas del auto. Acomodando su falda y blusa se dirigió al despacho del señor Ministro. — Por fortuna aún es temprano, lo último que quiero es que "explote" espero terminar con el trabajo temprano y regresar para estar más tiempo con la abuela —se dijo en la mente. Guido, un hombre de cabello cano, delgado, pero alto con figura imponente, denotaba seriedad en su personalidad. Con diez minutos de haber llegado, se encontraba bebiendo una taza de café sin azúcar, los dedos golpeando uno tras otro el escritorio demostraron impaciencia, cerrando los ojos aspiró el aroma de su bebida, hasta que escuchó los pasos de la persona que esperaba. — Llegas tarde Alice —señaló disimulando su voz. — Disculpe señor Ministro, realmente pensé que aún era temprano, mi reloj está atrasado por veinte minutos, de verdad lo lamento. — Alice, sabes que no puedo tolerar ninguna falla, muchas personas dependen de mis decisiones, un solo minuto de retraso podría desencadenar una serie de eventos desafortunados. — Lo sé señor. — Dime ¿Qué crees que haría el Presidente, sí yo cometiera algún error o demuestre una poca responsabilidad en mi trabajo? — Supongo que, solicitar su renuncia. — Exacto —afirmó, mientras se ponía de pie—. Aunque, también podría ser censurado por el parlamento —agregó, caminando en dirección a su secretaria—. ¿Te imaginas lo que significaría ese escándalo para mi? — Señor, pero usted es muy importante, no creo que… — Alice —pronunció, llevándose una mano a la frente—. Cuando una persona ya no sirve o es un impedimento para continuar con algo, simplemente se desecha. ¿Tú no quieres que eso me pase, verdad? — la mirada fría y esa actitud sombría era como estar dentro de un congelador. — No señor. — Bien, entonces, espero que no se vuelva a repetir —advirtió—. Eres una joven con muchas cualidades, estoy seguro que más allá de tu puesto de secretaria, llegarás a ser algo más importante. — Agradezco sus halagos, señor. — No, no es ningún halago, solo comento lo que veo. A una hermosa mujer —la recorrió con una mirada llena de perversión, que provocó la incomodidad de Alice. — Eh… Yo. — En este pequeño tiempo que te conozco, nunca he conocido a algún novio tuyo. — No señor, no tengo pareja, mi abuela es prioridad en mi vida —aseguró con los nervios recorriendo su cuerpo. — Aparte de bella, buena nieta. En verdad es una lástima —caminó alrededor de ella hasta colocarse detrás—. Alguien tan especial merece recibir mucho amor—susurró, provocando el temblor en las manos de Alice. — S-señor, no olvide que tiene la conferencia en la ciudad de Florencia. El presidente salió de Palazzo Quirinale por la representación que dará en Alemania. — No lo olvidé pequeña, iremos a Florencia en unos minutos, el avión nos llevará en poco más de tres horas, y terminado el evento volveremos para terminar con la "agenda pendiente". — dijo con mala intención en esas últimas palabras. De pronto, el sonido del celular en el bolsillo de Alice, hizo que se alejará lo suficiente. — ¿No he dicho que debería mantener apagado ese celular en hora de trabajo? Revisando el número en la pantalla, se preocupó, pensando que algo grave había pasado para que la llamen desde casa. — Lo sé, señor y no sabe cuanto lo lamento, pero se trata de mi abuela, por favor dejeme contestar —rogó. — Sí lo pides con esa mirada, no puedo negarte nada, anda ve afuera y contesta. Alice asintió, saliendo con el celular pegado a su oreja, decidió ir a los baños donde tendría mayor silencio. Había estado tan distraída que no notó que alguien más estaba esperando fuera de la oficina. Un hombre con sombrero, de traje n***o y guantes, había estado aguardando detrás de la puerta, escuchando cada una de las palabras del «viejo verde» ese, era asqueroso solo imaginar las intenciones de ese tipejo. Después de acomodar sus manos dentro de sus bolsillos, dio media vuelta, pero lo siguiente que oyó, fue lo que reventó su cólera. El sujeto había recibido una llamada, nada fuera de lo común para un hombre de ese cargo, pero la conversación que tenía Guido con el tipo del otro lado del teléfono no era nada relacionado a la política, y su paciencia «reventó». … — Emma, no puedes hacerme esto, no tengo a nadie más que pueda cuidar a mi abuela, por favor te ruego lo reconsideres. — Ya te había hablado de esto, Alice. Nina está cada vez peor, tarde o temprano olvidará hasta su nombre, y yo no estoy para aguantar sus ataques de ansiedad. — Te pagaré el doble, pero no la dejes, te lo pido. — No lo sé. — Dime la cantidad que desees, yo te lo pagaré. — Ah…está bien, pero no ahora, hablaremos cuando regreses. — De acuerdo, adiós. Alice suspiró con tristeza, apoyando sus manos en el lavamanos miró su expresión en el espejo «no puedes rendirte ahora» fueron sus pensamientos—. El señor Guido, me está pagando bien, aún a mi corta experiencia, solo debo seguir esforzándome —llevó su mano sobre el grifo. Después de dejar que el agua cayera a sus manos, se refresco las mejillas, tomó dos trozos de papel para secar su piel y salió de regreso a su puesto. Estaba caminando con los hombros agachados, no tenía la vista al frente, cosa de la que se arrepentiría más tarde. Repentinamente algo algo la golpeó en el hombro, por la fuerza del impacto, terminó cayendo de espaldas al suelo, rápidamente se acomodó de rodillas, observando fugazmente un hombre desaparecer por el pasillo. — ¡Oiga! ¿Quién es usted? ¡Deténgase! —lo llamó a gritos, mientras se ponía de pie, pero los gemidos de dolor dentro de la oficina la detuvieron, sin mayor alternativa apretó los dientes dando media vuelta. Entró corriendo sin pensar con lo que se encontraría, tuvo que detenerse en seco al ver el horror enfrente a sus ojos. La voz ni siquiera le salió de la garganta, sentía que empezaba a ahogarse, fue tanta la impresión que ni su cerebro podía asimilarlo. — A-Alice… —logró pronunciar el hombre que yacía en el suelo con una herida en el pecho cuya sangre iba manchando la camisa hasta chorrear al suelo —. Ayúdame… —suplicó estirando su brazo. Asustada, levantó la mirada observando el desastre en la oficina, jarrones rotos, papeles en el suelo y una silla destrozada. — S-señor...—logró decir después de reaccionar, mientras iba sacando un pañuelo para arrodillarse y presionarlo sobre la herida—. ¿Quién le hizo esto? Pero él gritó de dolor, la herida en el pecho había tocado un órgano vital, y estaba en sus últimos minutos. — No se preocupe, llamaré una ambulancia, aguante un poco —pidió con temor, sacó su celular marcando el número a velocidad, sin embargo, mientras lo hacía su jefe emitió otro gemido, el final estaba cerca y de esta no saldría. — Alice… —pronunció antes de morir. — ¿Señor? ¡Señor Guido! ¿qué le pasa? ¡Responda algo! —movió el cuerpo inerte del hombre sin obtener algún resultado. — ¿Qué está pasan…? —la voz de un hombre fuerte de traje n***o, entró corriendo luego del alboroto—. ¡Oh Dios! —dijo con sorpresa—. ¡¿Qué hizo?! — ¿Qué? Yo… no —se levantó con las manos manchadas, intentando acercarse a darle una explicación. — ¡No se me acerque! ¡Criminal! —dicho esto, salió de la oficina cerrando con seguro la puerta, mientras sacaba el móvil con la intención de llamar a la policía. — ¡No! ¡Jairo, yo no lo hice! ¡Tienes que escucharme! —exclamaba mientras golpeaba la puerta delante de ella —. ¡Abreme! ¡Yo no hice nada! Pero sus palabras no serían suficiente para que el guardaespaldas le creyera. La llamada había sido hecha y solo unos minutos bastaría para que las autoridades se enteraran de esa atrocidad, la vida de Alice ya no sería la misma. … Helicópteros, patrullas y decenas de policías se encontraban en las afueras de la residencia del Presidente del Consejo de Ministros, la mayor autoridad después del Presidente de la Nación. — Leonardo… —dijo Aurelio mirando a su amigo. — No digas nada ahora —contestó con dureza en la voz. — Está bien —guardó silencio. — ¡Escuchen todos ahora! Debemos sacar a ese criminal, no sabemos qué clase de armas esconde, de modo que, entraremos por los balcones, tengan cuidado, no descuiden su espalda. — ¡Sí Señor! — ¡Andando! —dio la orden con voz autoritaria. De inmediato, los hombres que seguían a Leonardo, utilizaron los arneses, de forma que pudieron entrar para sorprender al atacante. Logrando sujetarse de las columnas descendieron de un salto, cada uno sacó su arma preparada para disparar ante el menor movimiento. Estaban caminando por los pasillos, observando la puerta característica, que mencionó el tipo por el teléfono. — El guardaespaldas dijo que era en el despacho del Premier ¡Tal vez aún esté con vida! — Baja la voz Aurelio, eso lo sabremos cuando lleguemos. — Señor… —susurró uno de los policías—. Aquí hay gotas de sangre —señaló el piso. — ¿Cómo? —dijo incrédulo, Leonardo—. Eso es imposible, el sujeto mencionó que el atacante no había salido. — Tal vez sean manchas que dejó el guardaespaldas al salir. — Es probable, eso lo sabremos cuando llegue el forense, ahora eviten tocar esos rastros. — Sí, señor. Continuaron con la búsqueda, hasta dar con la puerta que llevaba el nombre de la víctima. — Es aquí, jefe —avisó otro de los policías. — Apártate —ordenó, mientras se alejaba para regresar con fuerza y tirar la puerta de una fuerte patada. — ¡Quédese con las manos donde las pueda ver! —Exigió, mas no encontró al responsable — ¡Maldición! Aurelio rápidamente se acercó al hombre inmóvil, comprobando en el pulso, que ya había pasado a mejor vida. — Está muerto —dijo, confirmando las palabras de Jairo. — Aún debe estar cerca, ustedes busquen en cada habitación, los otros vigilen las puertas, Aurelio y yo iremos al patio. Asintiendo, todos marcharon ante la orden dada. … Tenía las rodillas lastimadas, había tenido que saltar muy alto desde la ventana para sujetarse del árbol y descender en el patio, no iba a dejar que la encerraran por algo que no hizo ¿Quién se haría cargo de su abuela? No quería imaginarse en lo difícil que sería estar lejos de la mujer que tanto hizo por ella. — Ellos no aceptarán ninguna explicación, primero me encerraran y luego preguntaran —se dijo así misma en la mente, buscando la forma de salir sin ser capturada. Casi cojeando, llegó a unas rejas altas, era peligroso, pero pero era quedarse. — Tú puedes hacerlo, Alice —se dio ánimos. Alzando una pierna, se agarró de las barras de metal, cuando de repente, unos fuertes brazos la sorprendieron de atrás. — ¿Te crees lista? Intentando huir de la escena del crimen, pero no notaste que hay un helicóptero que está vigilando sobre nosotros. — Yo no hice nada —aseguró, intentando zafarse de los brazos de su captor. — Eso lo dirá un juez, ahora deja de moverte. — ¡No! ¡No iré a prisión! ¡Soy inocente! — ¡¿Acaso no sabes lo que es cerrar la boca?! —gritó furioso, dándole la vuelta, encontrándose cara a cara con la mujer que acompañaba al Ministro en la conferencia. — Eres la secretaria… —murmuró asombrado. — ¡Leonardo! Al otro lado del patio hay más manchas de… ¿Es ella? —señaló con la mano. — No hagas preguntas obvias, ve por los demás, ya tenemos a la homicida. — ¡Yo no…! —tuvo que callar al sentir el apretón en sus muñecas, le estaba doliendo, incluso más que las rodillas — Yo de verdad, no lo hice… estoy siendo sincera. Leonardo se burló. — Aunque pongas esa cara bonita, no te servirá conmigo, soy inmune a esas estúpidas tácticas. — No estoy mintiendo… — Guarda tus mentiras—sacó las esposas, colocándolas en las manos—. Estás detenida por el homicidio al primer ministro, todo lo que digas podrá ser usado en tu contra. Ahora muévete. Bajando la cabeza, Alice obedeció, ya no había escapatoria de ello. Llevada como una vil criminal fue sacada en medio de policías y demás personas, entre periodistas y fotógrafos que grababan su captura. — Dios mío… —dijo en la mente, mirando al cielo. — Baja la cabeza —dio la orden el jefe. Dejando escapar una lágrima, vio por la ventana sus últimos minutos de libertad. Esposada y custodiada por decenas de patrullas, finalmente, fue llevada dentro de la estación. Completamente asustada, aguardó sentada en silencio a las órdenes del jefe de los policías, ese hombre rudo, de mirada sombría, labios rectos, ceño fruncido. Esa belleza masculina era tan sorprendente como su falta de tacto para hablar. — ¡Levántate! —lo escuchó gritar, mientras él cerraba la puerta de la oficina. — ¿Qué pasará conmigo? —quiso saber, mientras se ponía de pie. — Estás en graves problemas, prepárate para lo que se viene, porque no verás la luz del sol en un largo período. — ¡Les juro que yo no fui! — Tu declaración será tomada en un instante, por lo pronto pasarás la revisión. — ¿A que se refiere? —retrocedió con temor. Dejando las llaves en el escritorio, se acercó a la joven hasta tomarla de la muñeca para susurrarle muy cerca: Que te quites la ropa.
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