Sombras en movimiento

1144 Words
La camioneta negra avanzaba por caminos de tierra, devorando la distancia bajo las ruedas chirriantes. En el interior, la atmósfera olía a metal y sudor. Mila yacía recostada contra la puerta trasera, su cuerpo inerte, apenas respirando. Sus labios estaban partidos y una línea de sangre seca le cruzaba la mejilla. Cecil, encadenado a un extremo de la camioneta, no dejaba de mirarla. Su rostro parecía deformarse entre borrosos recuerdos de aquella vez que todo sucedió. Aquel ataque a su departamento volvía como fantasma en la mente de la mujer inconsciente. El cómo ella corría por las escaleras y encontraba un espectáculo sangriento con su hermano colgando del cuello a manos de Simón. ¿Qué fue lo que hice entonces? Se pregunto su inconsciente, recordando que inmediatamente ella se abalanzó a una velocidad difícil de creer, con su cuerpo consiguió derribar a Simón y luego abrazar el cuerpo de su hermano rogándole como aquel eco que escuchaba. “Despierta, vamos levántate” decía en aquel sueño. De pronto la imagen se distorsionó al ver como Simón estaba parado frente a ella. Inmóvil, casi como un maniquí. Al ver de nuevo el cuerpo que abrazaba notó la sangre que salía sin control de un rostro que apenas podía reconocer. A su alrededor veía cuerpos esparcidos de miles de personas. Algunos sujetos incluso de aquellos que asesinó, cada uno de los recuerdos se posaba como un marco en movimiento tras ella, era una infinidad de pantallas de todas las muertes que ella había generado por el bien de ella misma. Por no morir. Ya ni siquiera sabía por que continuaba peleando. Entonces escuchó de nuevo los gritos ahogados, eran tan solo voces a lo lejos pero su tono era reconocible. Era la voz de Cecil. — ¡Despierta! —susurró entre sollozos, zarandeándola suavemente con las manos esposadas—. ¡Por favor, despierta! Pero Mila apenas reaccionaba, atrapada en un sopor pesado como plomo. Los ejecutores del Distrito no parecían interesados. Uno conducía, otro revisaba el cargamento, y un tercero limpiaba meticulosamente una pistola como si fuera la cosa más normal del mundo. Cecil apretó los dientes, luchando contra las lágrimas. No entendía nada. ¿Quién era esa mujer? Era obvio que no era tan solo una tutora de la beca que lo mantenía en sus estudios. Sus heridas le revelaban que era alguien más. ¿Por qué habían arriesgado tanto para salvarlo? ¿Y por qué verla herida lo hacía sentir como si se estuviera rompiendo por dentro? La confusión y las preguntas continuaban sin detenerse. Exhausto de gritar, golpeo su cabeza contra el suelo esperando que aquel golpe le aclarara la mente. Pero solo le dio un fuerte dolor. Entonces notó algo peculiar. Las manos de Mila las recordaba de alguna parte. Pero ¿Por qué justo en ese momento? Sus recuerdos eran confusos y dolorosos cada vez que ahondaba en ellos. El vehículo dio un fuerte frenazo. — Llegamos —gruñó el conductor. Las puertas traseras se abrieron con violencia, dejando entrar un aire helado y el olor a concreto húmedo. Cecil fue jalado afuera sin ceremonia. Sus manos dolían con cada tirón. Sus muñecas estaban enrojecidas mientras que Mila era llevada colgando de cabeza en el hombro de uno de ellos, parecía un simple costal de papas inconsciente. Más allá de las luces intermitentes del estacionamiento subterráneo, una figura femenina esperaba. Alta. Elegante. De cabellos oscuros recogidos en un moño impecable. Su rostro era severo... y extrañamente similar al de Mila, aunque las líneas de expresión y la frialdad de sus ojos la volvían irreconocible para un observador común. Emilia Garret. La mujer que Castells mencionaba en sus escritos. Sus tacones resonaron en el suelo al acercarse, acompañados del eco de su poder. Su caminar era muy similar al de Mila y su actitud era bastante meticulosa. El ejecutor principal la saludó con una inclinación de cabeza. — Tenemos a los objetivos, señora. Emilia no respondió de inmediato. Sus ojos —de un tono ámbar glacial— se posaron primero en Mila, luego en Cecil. Por un instante, algo cruzó su rostro... un atisbo de dolor, de reconocimiento. Pero fue tan fugaz que nadie podría jurarlo. Cecil sintió un escalofrío recorrerle la espalda. ¿Por qué esa mujer le resultaba tan... familiar? No era solo por que se pareciera a Mila. La mujer en cierta forma le recordaba algo, pero entonces otra migraña de distrajo de encontrar algo en sus recuerdos. Emilia caminó hasta quedar frente a él. Se agachó ligeramente, tomando su rostro entre los dedos con una ternura que contrastaba brutalmente con la dureza del lugar. — Bienvenido a casa, pequeño —susurró en un tono apenas audible, para que sólo él lo oyera. — ¿Qué pasó con el otro? — interrogó en voz alta. — Se quedó en la cabaña — respondió Derek sin miedo alguno. Entonces ambos se miraron como un duelo silencioso que solo ellos entendían. El rostro callado y serio de Emilia se volcó un una agresiva patada al estomago que obligó al asesino a agacharse en cuclillas. — Creo haber dado la orden de que trajeran al señor Cold — se agachó mientras hablaba con un tono suave casi como una serpiente pronta a atacar — ¿cuál fue tu impulso estúpido para desobedecer esa orden? Luego se incorporó, fría como una estatua, y ordenó: — Llévenlos al ala norte. El Amo los espera. — ordenó dando vuelta inmediatamente — da igual. Ese hombre vendrá por esa mujer. Mientras tanto, a kilómetros de distancia, entre los escombros de la cabaña destruida, Beltrán se incorporaba con dificultad. Sus ojos, enrojecidos por la furia y el dolor, se clavaron en el bosque vacío. — Los traeré de vuelta... —juró entre dientes, sabiendo que esta vez la guerra apenas estaba empezando. Beltrán, con los ojos todavía fijos en la carta, siente que todo lo que había conocido hasta ese día se tambalea. El mensaje oculto de Castells le habla directamente: un nombre, una advertencia. "Busca a Emilia Garret. Ella sabe la verdad. Ella puede proteger al heredero... si logra sobrevivir." Debajo de eso, casi ilegible entre las manchas de sangre, otra frase: "El Diablo ya la tiene vigilada." Entonces pensó con cuidado. Ir al distrito solo sería un plan suicida que los pondría en riesgo. Sus manos solo podían apretar la carta aun más cuando entre los escombros un sonido lo alertó. El Diablo. Su imagen espectral e intimidante caminaba entre los escombros con sonoros pasos. El vidrio crujía tras cada caminar que hacía y su cuerpo adornado por aquella capa negra que se ondeaba entre el polvo y las pequeñas llamas vivas. — Hasta que al fin te encuentro. Hermanito — dijo tras aquella mascara tenebrosa que cubría su rostro tan solo mostrando sus ojos brillantes verdes en aquel rojizo nocturno.
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