Los asesinos de elite

1377 Words
Los dedos de Mila seguían aferrados a la carta. Casi parecía que destruiría la carta en un tirón de sus manos cuando decidió soltar finalmente el papel, estaba confusa por aquella carta y la revelación que traía como si un tobogán de emociones estuviera en su punto más alto. Estaba por devolver la carta en su puesto cuando un sonido de una rama le pareció poco natural, en cuanto volteó miró como un pequeño brillo parecía casi cegarla, entonces sus ojos se ahondaron ante un estruendo seco y agudo que desgarró el aire. El cristal de la ventana explotó en una lluvia de fragmentos brillantes. Mila alcanzó instintivamente a tirarse al suelo, rodando bajo la mesa más cercana mientras los oídos le zumbaban por el estruendo. Una bala. No era advertencia. Iba directo a matar. El corazón le golpeaba en el pecho como un tambor de guerra. Aferró la carta en sus manos, la empujó bajo una tabla suelta del suelo y tanteó a su alrededor buscando algo con lo que defenderse. Nada. Solo madera vieja, polvo y un par de cucharones de cocina que no serviría de mucho. La adrenalina la obligó a moverse. Se deslizó por el suelo como una sombra, evitando las ventanas mientras la madera crujía traicioneramente bajo su peso. Su misión en ese momento era conseguir bajar al primer piso. Debía asegurar la entrada o al menos alcanzar su arma en la mesa de estar. Con cuidado bajó por las escaleras hasta llegar a la sala y evitando posibles puntos de ataque se deslizó hasta la mesa casi estirando el brazo para alcanzar el arma. Un segundo disparo rompió parte del marco de la puerta. Obligándola a esconderse de nuevo. Se dejó ver por la ventana junto a la puerta. “es muy bueno” se dijo entre dientes, su visión era tan excelsa que incluso superó la gruesa cortina que cubría la ventana del primer piso. Era certero, frío. No eran balas perdidas. Aquello era un cazador que conocía bien su presa. Mila estaba desde las escaleras arrinconada y solo a merced de los sonidos confusos. Tenía cero visibilidad de quien o desde donde era atacada. Estaba en clara desventaja. Desde fuera, una voz apenas audible se filtró entre los árboles, ronca, con una especie de placer enfermizo: — No deberías haber tocado lo que no era tuyo, preciosa. Zack. Dijo con la mandíbula apretada, casi como si fuera un insulto en vez de un nombre. Mila contuvo la respiración y cerró sus ojos. Intentaba recordar cada detalle de afuera que le diera al menos alguna pista de donde se encontraba. Sabía que Zack era un asesino de elite, incluso mejor que ella. Después de todo el era el puesto numero seis en asesinos mientras que Mila era el numero siete. El asesino no se movía con prisa. Sabía que la tenía acorralada. Una sombra cruzó como una silueta difusa en la ventana cerca a la puerta trasera. Mila aprovechó para dirigirse a un closet pequeño. Cerró la puerta y tras las rejillas tan solo podía escuchar el chirrido lento de la puerta abriéndose. Luego, pasos lentos, firmes. Entró como si la casa le perteneciera. Un hombre alto, vestido de n***o, con gafas ahumadas a pesar de la luz del día. En una de sus manos, un revólver de cañón largo con silenciador. En la otra, una cadena metálica que arrastraba como si fuera un juguete. Llevaba un tatuaje en el cuello de una rosa con espinas negras. En su boca un cigarro casi desgastado humeante dejaba camino por donde el hombre lentamente se paseaba. Pronto el hombre comenzó a buscar por los rincones hasta que notó el closet. — No te imaginas cuánto me ofrecieron por tu cabeza —susurró mientras avanzaba—. Pero eso no es lo mejor. Lo mejor es que me dejaron jugar contigo si quería. Ya sabes… antes de entregarte. Podemos divertirnos. El hombre se relamió los labios de forma grotesca mientras se acercaba como una bestia a punto de morder a su presa. La mujer volteó intentando encontrar alguna cosa que le fuera de utilidad cuando notó una botella con cloro en la parte superior del estante. Se estiró de inmediato y la abrió entre que Zack como un golpe final abría la puerta de golpe. Entonces su visión se nublo por completo seguido de un ardor insoportable, sentía como la piel le ardía incesante. Un quejido escapó de su boca, entre maldiciones e insultos amenazantes que gritaba a todo pulmón mientras se llevaba ambas manos a la cara intentando limpiarse para volver a tener visión. Mila inmediatamente se deslizó hasta la chimenea, donde recordaba haber visto algo más útil: una escopeta oxidada, vieja, pero aún con munición. La agarró justo cuando el sicario giraba hacia la sala. Sus ojos estaban enrojecidos hasta mas no poder y su cara ardía. Disparó sin apuntar bien. Acertando en el hombro, pero lastimando el suyo. El retroceso la sacudió haciendo que se lastimara, el ruido la ensordeció. Pero con aquel disparo consiguió desarmarlo. Ahora solo tenía la cadena en su otra mano mientras que la pistola había caído debajo de uno de los sillones. El hombre se tambaleó, pero no cayó. — Ah... esto se pondrá divertido —gruñó. — me las pagarás. Inmediatamente se abalanzó con la cadena como si un látigo se tratase haciendo que la mujer se agachara esquivándolo por muy poco. Con dificultad tomó un jarrón y se lo lanzó haciéndolo que se desestabilizara por esquivarlo. Mila inmediatamente tomó la escopeta y lo golpeó en la cara hasta que esta se rompió en dos como si un palo de madera se tratase. Momento que Zack aprovechó para atrapar a Mila enroscando la cadera alrededor de su cuello. La mujer alcanzó a poner su brazo, pero no era suficiente. Sentía que podría romperse debido a la fuerza que ponía el hombre en las cadenas. Su brazo comenzaba a sangrar por la fricción de las cadenas mientras el hombre con la cara enrojecida por el cloro comenzaba a reír a carcajadas. Entonces una silueta atravesó la puerta lanzando una patada hacia la espalda del hombre. Era Beltrán. Había corrido de vuelta al escuchar el primer disparo. El río había quedado atrás. Su respiración era errática, sus ojos, desquiciados luego de ver como Mila estaba siendo acorralada. Era como si un instinto se hubiera activado en él. La mujer consiguió liberarse de la cadena y tosía hasta más no poder por la falta de aire. Cecil en cuanto la vio corrió con ella a ver si estaba a la salvo. Ambos miraron como la pelea se estaba desatando en ese momento. Beltrán saltó sobre el sicario con una fuerza desproporcionada. La pelea fue brutal, cuerpo a cuerpo, sin reglas ni compasión. Beltrán lo golpeó con una furia que no venía del miedo sino más bien de la ira contenida. — ¿Quién te envió? —gruñó mientras lo estrellaba contra la mesa. El asesino escupió sangre. Sonrió. Entonces sacó un cuchillo y con total seguridad lo apuntó hacia Mila. — Vengo por ella. La mujer instintivamente alejó a Cecil y le ordenó que se quedara detrás de ella. Las palabras que dijo Zack hicieron eco en el pecho de Beltrán. Por un segundo se detuvo. Solo un segundo. Aquella sonrisa sanguinaria realmente le parecía asquerosa. Con cuchillo en mano se lanzó contra Mila, pero Beltrán se interpuso lanzando un puñetazo que lo obligó a retroceder. Aquella fuerza no era normal. Pensó la mujer hasta que reconoció los movimientos. Eran los de Carl. Era casi difícil recrear aquellas acciones al mismo ritmo que Carl, pero ahí estaba. Repitiendo todo como si fuera una copia exacta. La mujer entonces sintió un escalofrío en su piel, era la misma sensación que sentía cuando solía estar junto a Simón. Mila estaba fija cuando de pronto otro disparo resonó obligando a que todos se alertaran. Eran más asesinos, muchos de ellos. Se acercaban a un ataque masivo y todos por la misma razón Mila y Beltrán, pero la mayoría más por Mila. Después de todo, el asesino del puesto siete ahora ya no tenía la protección de Simón. Y cualquiera que la matara podría ocupar su lugar como asesino de elite.
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