El silbido del árbitro cortó el aire como un disparo lejano, marcando el final de la primera mitad del partido. Solté el bate con fuerza, el metal golpeando la tierra seca con un clang que apenas se distinguió entre los gritos, risas y murmullos de la multitud. Me quedé quieto unos segundos, respirando con fuerza, sintiendo cómo la adrenalina aún corría por mi cuerpo como fuego líquido. No había conseguido el hit que necesitábamos, y esa frustración hervía en mi pecho. Sin decir nada, caminé directo al área de descanso, ignorando las palmaditas en la espalda, los intentos de ánimo. No los necesitaba. Lo único que necesitaba en ese momento era… No lo sabía con claridad. Solo quería que Nail me mirara. Que se acercara. Que dijera algo. Pero no lo hizo. Con su paso despreocupado, cruzó el

