Capítulo 3

1450 Words
Miró el reloj. Cuarenta y dos minutos más. Logró llegar al final de la clase; el ejercicio intenso le quitó parte de su energía desviada, por lo que estaba agradecido. Casi se sentía normal. —¡Bien, chicos! ¡Buen trabajo! ¡Nos vemos mañana! —Los vio salir a trote a sus vestuarios. Jacob se quedó atrás. Ella lo miró y arqueó las cejas. —Bueno, terminemos con esto de una vez, ¿de acuerdo? —sonrió y se dirigió a las escaleras que conducían a su oficina. Él la siguió, observando cómo se movía su trasero en sus pantalones de chándal de poliéster. La excitación regresó enseguida; todo irradiaba un matiz de energía s****l. Intentó convencerse de lo equivocado que estaba, pero la observó a cada paso. Entraron a la oficina y ella fue directo al cajón de los utensilios. Le gritó a Jacob: —Cierra la puerta, ¿quieres? —Él obedeció. —Vale —dijo mientras rebuscaba en el cajón—, te di una talla mediana, que dice entre 30 y 32 de cintura. Así que estás justo en el límite superior. Debes ser... bueno, desproporcionadamente más grande de frente —Bajó la mirada hacia sus pies. Ella salió del cajón con otro paquete—. Prueba esta, es grande. Él se lo quitó. —¡De acuerdo, gracias! —Se dio la vuelta para irse. —Espera, ¿a dónde vas? —preguntó. —¿Hay algo más? —le preguntó. —Probablemente sea mejor que lo pruebes, así no tendremos que hacer esto todos los días —dijo con una mirada preocupada en su rostro. —O sea, ¿qué quieres que yo...? —Hay una mampara ahí si quieres cambiarte —señaló detrás de su escritorio. Había un biombo plegable de lona blanca en la esquina. Medía un metro y medio de alto y parecía translúcido. Tenía patas, así que se veían los pies de la persona del otro lado. Él la miró y ella asintió con alegría. Él se colocó detrás; su altura superaba el divisor casi un pie y medio. Ella se quedó allí, frente a él, observándolo con las cejas arqueadas. —Um, ¿cómo cambiarte aquí? —¡Ajá! —Ella seguía mirándolo, sonriendo. Apartó la mirada, intentando ignorarla mientras se quitaba los pantalones cortos y el tirante. Definitivamente le apretaba demasiado; tenía líneas rojas en la piel por la presión. Se apartó del separador, por temor a que su silueta fuera visible desde el otro lado. ¿Se habría girado demasiado tarde?, se preguntó. ¿Lo habría visto ella? Sacó el grande de su paquete y se lo puso encima. —¿Cómo te queda? —le preguntó. —Um, mejor —murmuró. —Hm —dijo ella—. Déjame ver. ¿Quieres venir, por favor? —Lo miraba fijamente, esperando. No llevaba pantalones, y allí estaba ella, esa criatura fantástica, ese icono mítico de la Academia Franklin, haciéndole señas para que se acercara tal como estaba, con la cabeza aún llena de pensamientos carnales. Con la mirada más bondadosa posible, cejas inocentemente arqueadas, labios brillantes ligeramente entreabiertos en una media sonrisa amistosa, parecía mirar en lo más profundo de su alma. Su piel blanca y suave resplandecía. Se sintió obligado a hacer lo que le pedía, por indecorosa e impropia que pareciera. Sin embargo... esto no era normal, ¿verdad? No podía considerarse apropiado ni autorizado; pero claro, si ella, una autoridad, hacía la petición, ¿no lo era por definición? Supuso que sí. Sus facultades lógicas no funcionaban a su máximo potencial en ese momento. Su corazón ardía de alegría. Con las piernas y las nalgas expuestas, con solo una fina tira de ropa cubriendo su m*****o hinchado y sus gónadas, lentamente comenzó a avanzar, hasta que se paró directamente frente a ella. —Levántate un poco la camisa, ¿vale? —La camiseta le quedaba baja, más abajo de las caderas. Hizo lo que le pidió, por delante, hasta las costillas. Ella se agachó para mirarla. Sentía como si le ardieran las mejillas. —Ah, sí, la bolsa te queda mucho mejor. ¿Qué tal la cinturilla? —Tiró un poco del elástico. Su pene empezó a hincharse, y cerró los ojos con fuerza, intentando en vano desear que la erección se disipara—. Se siente un poco flojo... Toma, date la vuelta —ordenó. —¿Señorita Bandy? —Se bajó la camisa—. No, está abierta por detrás —Ella se levantó y sonrió dulcemente—. Lo sé —frunció el ceño y apretó los labios con compasión—. Es solo para comprobar si me queda bien —Le puso una mano en el hombro y lo giró con suavidad. Se quedó paralizado. Esto no estaba bien. Lo sabía. Algo andaba mal. —Sube la camisa, por favor —pidió amablemente. Se levantó la camiseta, por encima de las nalgas. Sintió los dedos de ella entrar en los tirantes mientras tiraba de ellos hacia abajo, deslizando el dorso de los dedos por la parte inferior de las curvas de su trasero. —Las correas del trasero te quedan colgando —notó—. ¿No crees que se te caerá al hacer ejercicio? —No... no lo sé —tartamudeó. —Mira, quizás deberías hacer unos saltos de tijera para probarlos —sugirió, cruzando los brazos. Le parecía aún más atractiva que de costumbre. Sintió su pene empujando hacia adelante. —Eso no es necesario... quiero decir... —Jacob, no quiero tener que volver a hablar de esto. Asegurémonos de que nos queden bien hoy, o tendremos que llevárnoslos —Empezó a sonreír con la boca abierta, moviendo las manos con una actitud divertida—. ¡Saltos de tijera! ¡Cuenta hasta cuatro! ¿Listos? ¡Ya! Empezó a hacer saltos de tijera, como una especie de respuesta pavloviana. Sentía su pene apartando la tela al rebotar dentro de la bolsa, y la cinturilla empezó a deslizarse un poco, pero no dijo nada. Solo quería que esto terminara. —Espera, no veo nada. Quítate la camisa —Le sudaban las palmas de las manos. La forma en que lo dijo... —Jake... ¿La camisa? Realmente no quería quitársela, por muy ridículo que pareciera en ese momento. No llevaba pantalones, por ejemplo. Pero era el último vestigio de su dignidad. No sabía cómo hacérselo saber. No sabía qué decir. No sabía qué hacer, así que hizo lo que ella le dijo. Se quitó la camisa y la dejó caer a un lado. Ella lo miró con una mirada agradable y soñadora. —Está bien, empieza a saltar. Comenzó el ejercicio. La cinturilla empezó a deslizarse hacia abajo, mientras la bolsa triangular parecía colgar de su pene, enganchada a él como un gancho, y con cada salto sentía que su erección se hacía más visible. Se sentía ridículo. —Sí, se están cayendo, sí —observó. ¿Se estaba sonrojando?— Sin duda, hay que revisarlos. Tomémonos una medida rápida. La Sra. Bandy tomó un lápiz de her escritorio y, acercándose a él, se agachó a un lado de su pierna derecha y le subió la banda hasta las caderas. La bolsa le empujaba el pene hacia abajo, separándolo de la cintura y dejando al descubierto la parte superior del vello púbico y los pliegues donde los abdominales inferiores se unen con los flexores de la cadera. La habitación se sentía cargada. Estaba en silencio, salvo por su respiración acelerada. También podía oír su respiración; imaginó sentirla en su pierna. Bajó la mirada hacia la coronilla de ella, a pocos centímetros de su m*****o, que sobresalía perpendicular al suelo. Tiene que verlo, pensó. Dios mío, lo ve, lo sabe. Ella lo sabe. Dobló la cinturilla a la altura de la cadera y la marcó con el lápiz. —Parece como tres cuartos de pulgada —comentó—. Ve a ponerte los pantalones cortos. Con la cara roja, Jake recogió su camisa del suelo y se cubrió con ella mientras caminaba lo más rápido posible tras el biombo una vez más. Temblaba tanto que apenas podía quitarse el suspensorio, poniéndose los pantalones cortos sin ellos, metiendo su erección en la cinturilla. Al volver a ponerse la camisa, cubriendo su pene expuesto, sintió un enorme alivio. —De acuerdo —dijo—. Listo. Tengo una máquina de coser vieja aquí; dame la correa y te la arreglé un poco. Por favor, pásarte al final del día y estarán listas, ¿de acuerdo? —Él asintió y le entregó la correa—. Gracias —murmuró como un adolescente. Salió sin decir nada más. Ella lo saludó distraídamente.
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