Dos años más tarde
Lunes 22 de enero, 1996
Ana María me miraba entre risas, entre consternación y yo, sonreía y me sentía sumamente satisfecha. Esto era ya un gran progreso, subí un enorme escalafón al pasar de dormir bajo el material poliéster de la carpa que tuve por los últimos siete años, a dormir bajo madera, era ya un enorme paso y mi vida parecía mejorar.
-Bueno, no es mucho, pero es mejor que dormir bajo la agujerada carpa.-Se burló y chasqueé la lengua, sí era mejor, no puedo dudarlo porque cuando llovía, se me inundaba todo por dentro o cuando hacía mal clima, se llenaba toda de mosquitos y otras porquerías, pero había hecho un gran avance y estaba muy feliz por ello. Todo parecía cambiar, al menos un poco.
Mi vida no era precisamente buena o cómoda, podría decir que vivía al borde de ser habitante de la calle o tal vez parecía serlo por mi aspecto, pero yo no tomaba mi situación como algo tan malo como realmente lo era. A pesar de mi forma de ser, de mis constantes ataques de ira y mi falta de interés hacia el mundo en general, tenía una actitud positiva hacia las cosas y no le veía el lado malo a la vida que me había tocado. Sabía que no era mi culpa que viviera en la calle, que me hubiesen apuñalado a los nueve al pelearme con un chico de una pandilla de las nieves o el haber nacido como fruto del descuido de una madre prostituta y adicta al crack.
Mi madre, María Teresa (nombre completamente irónico al ser una puta de baja calaña del barrio chino), tenía dieciséis cuando se embarazó de mí. Vivía en una pieza que le alquilaba la Claudia, su mejor amiga e incluso a veces, era una especie de chulo con ella, porque le conseguía clientes y cobraba un porcentaje por sus servicios. Mi mamá según dicen, era muy buena y reconocida, tanto porque era muy joven, de sólo dieciséis y porque era muy bella, pero eso tal vez nunca lo sabré, no tengo una foto de ella, tampoco nadie que yo conozca. Mamá era muy pobre, no creo que se haya tomado alguna vez una fotografía. Cuando recién había cumplido los dieciséis, Claudia me dijo que cuando se enteró que estaba embarazada de mí, pensó en interrumpir el embarazo, era tal vez lo mejor al ser tan pobre, pero al pensárselo bien, decidió seguir con él embarazo y como era de esperarse, pasó por una mala racha con los clientes, tenía pocos, aunque sí había uno que otro pervertido queriendo follarse a una embarazada adolescente, pero eso no le servía para pagar la habitación que Claudia le rentaba o bueno, en realidad se la alquilaba su esposo (que era algo así como el jefe o dueño de la Claudia) y tuvo que irse y pasar sus últimas semanas de embarazo en la calle.
Estuvo un par de meses en un refugio de esos que brinda el gobierno a adolescentes con hijos, en estado de abandono y cuando yo cumplí siete meses, mamá murió por una sobredosis con heroína, lo cual fue muy extraño y sorpresivo para todos. Claudia dice que mamá jamás había consumido esa sustancia, no podía costearla y estaba intentando dejar el crack ya que eso me hizo nacer con varios problemas, como los ataques de ira y de nervios, pero la encontraron muerta, sin ropa y con el rostro destrozado en el baño de esa institución. Puedo no ser estudiada, poco pensante, ignorante y demás, pero sé que ella no murió por una sobredosis como dijo la autopsia o tal vez sí, pero ella no se suministró esa droga por sí misma, ni destrozaría su rostro, ni dejaría a su bebé debajo de la litera o arrojaría toda su ropa antes al río Magdalena. Era más que obvio que su muerte fue premeditada, obra de alguien más, pero al ser una prostituta sin padres, analfabeta y con historial de robos y drogadicción, cerraron su caso muy rápido y yo… pues, mis primeros años de vida me cuidaron todas sus amigas, las del burdel. Pasaba una semana con cada una, me aventaban como pelota de casa en casa y así fue hasta que cumplí seis años, pero no pudo seguir de esa manera, porque al ser tan grande y al haber ellas olvidado ya hace mucho a mi madre, empezaba a ser una carga y era lógico que esto sucedería, pero yo no estaba consciente de eso. Originalmente me quedaba a veces donde Claudia, pero corrí varias veces peligro al estar presente en el lugar Antonio, su esposo, quién muchas veces me tocó o abusó, pero afortunadamente recuerdo poco de eso y ella nunca se enteró de que el hacía esas cosas conmigo, porque lo hacía cuando ella no estaba o cuando en las noches se iba al burdel, de inmediato aprovechaba y se metía en mi cama. Todo siguió así, al yo ser incapaz de reconocer lo que me estaba sucediendo, porque no sabía si estaba mal o no, pero todo esto siguió hasta que yo, en mi inocencia, le dije que tenía sangre en los calzones desde la noche anterior, en que él me había introducido dos de sus dedos por mi v****a y ella, de inmediato me mandó donde Laura Sofía, su hermana, para protegerme y ella, siguió con él ni sé bien porqué, parecía odiarlo. Creo que tal vez la tendría amenazada, o tal vez, al ser muy pobre también, no le convenía irse de su casa o la pasaría muy mal, pero que me mandaran a otro lado, fue lo mejor que me pudo pasar en la vida.
Laura Sofía era muy estricta, fue una de mis tantas madres y pasé con ella varias navidades. Me compraba ropa, comida y aunque casi nunca podía dormir con ella al tener que trabajar siempre en las noches, llevando tipos a su habitación, me ayudaba lo más que podía, dándome de comer y fue ella quién me compró la carpa la cual ubicó en “el santuario”, pero no, no era el vecindario el santuario. Era una invasión, de básicamente unas veinticinco o treinta prostitutas analfabetas, sin educación y que vivían en la calle, en un terreno prohibido a unos centímetros del río. Como no se podía construir por el terreno, o falta de recursos, todas vivían en carpas deplorables y justo ahí ubiqué mi carpa, junto a ellas, mi comunidad y algo así como mi familia. El lugar era horrible, había un basurero cerca y recuerdo perseguir feliz mil veces a las ratas o hablaba a veces con los gatos callejeros. Había cucarachas, mal olor y se sabía que era muy peligroso, pero al yo crecer en este lugar, pude pasar desapercibida y más tarde, con mi forma de ser, nadie se atrevería jamás a meterse conmigo porque se arriesgaba a sufrir tremenda paliza, porque jamás escatimé en golpes.
En fin, Laura tenía en ese momento unos veinte años y la última vez que la vi, fue con un boleto de avión en mano, porque iría a verse con el Manuel, su cliente predilecto. Era casado, tenía unos cincuenta años y vivía en Medellín, pero ella decía que estaba enamorado de ella y que quería tener una vida a su lado. Se fue alrededor de marzo del año 1989 y me dijo que volvería en septiembre, para pasar por mí y llevarme con ella al departamento que el compraría para ella. Así que, por primera vez en mis siete años de vida, tenía esperanzas, sueños y creí que todo podría mejorar para mí, pero lógicamente esto no sucedió así. Qué ingenua fui.
Laura fue declarada desaparecida el 12 de abril del 1989 y a finales de noviembre del 1990, encontraron sus restos en una vereda de Antioquia. Fue otra de las estadísticas de prostitutas asesinadas cuyo asesino jamás fue judicializado. No sé cuánto tiempo lloré por ella, cuánto duré esperándola y aún hoy en día la recuerdo y mi pecho duele y arde.
Después de ella, me quedé sola.
Empecé a notar que ya el resto de las amigas de mi madre habían hecho sus vidas y ya les incomodaba tener que ayudarme. Fui muy madura desde temprano y me percaté de ese hecho, es por eso, que, a mis siete años, decidí jamás volver a comer o pasar el rato en sus casas. Sabía que tenía que conseguir alguna forma de comer, o moriría, tampoco es que estuviera consciente de que existían trabajos y cosas de ese estilo, no sabía nada. Nunca fui a una escuela, toda la educación que recibí fue por parte de Laura, quién me enseñó a leer, escribir e incluso, operaciones matemáticas. Antes de que se marchara, me dejó la colección de libros que eran de su padre, eran unas cinco cajas y las escondí detrás del basural de donde vivíamos con bolsas, por si llovía. Irónicamente jamás se los robaron, los ladrones no leen.
Entonces, después de durar unos cuántos meses comiendo sobras de restaurantes o cosas que encontraba en la calle, en que sabía que tenía que hacer algo y fue… justo así como por poco pierdo mi virginidad y justo con la persona quién estuvo detrás de ella desde siempre. Antonio, el esposo de Claudia.
Él siempre iba a verme, me ofrecía dulces, dinero o subirme en su auto, pero sabía que no podía hacer eso, Laura siempre me dijo que él era un mal hombre y que me alejara lo más que pudiera de él, pero… el hambre me venció esa noche. Siempre venía a mi carpa los viernes por la noche y siempre lo ignoraba, ya era como una costumbre, pero no sabía que todo iba a cambiar con solo una vez y para siempre.
Entonces, esa noche, estaba con Ana María, una de las chicas que conocí en el santuario y por su edad, solo tres años mayor que yo, ella podía tener unos diez en ese momento. Era trigueña, de cabello cobrizo, tinturado. Tenía un enorme afro, ojos miel y una cortada enorme a un costado de la frente, que se la había hecho un cliente unos meses atrás. Ella ya se prostituía, al igual que su mamá, quién vivía en un burdel en Cartagena y su hermana, quién estaba en Panamá. Estábamos sentadas a la orilla del río, hacía frío y parecía querer llover esa noche.
Nosotras compartíamos los alimentos que yo encontraba o a veces, ella me brindaba algo de lo que sus clientes le daban, porque no le pagaban en ese momento con dinero ni mucho menos, le pagaban con comida y eso sí, siempre la golpeaban, la golpeaban mucho y no había algo que pudiera hacer al respecto. No sé como seguía siempre tan sonriente y feliz, creo que el alcohol influía en su buen ánimo, porque claro, ya bebía a esa edad.
Sentimos los ruidos de una camioneta acercarse y supe de quién era. Ya la conocía, esa enorme camioneta blanca con vidrios polarizados. Era Antonio. Se bajó y se acercó a nosotras. Ana en ese momento estaba igual que yo, tenía mucha hambre, ningún cliente la había llamado esta semana y hoy, no conseguimos sobras de comida en ninguna parte. Siempre nos metíamos detrás de los restaurantes, en el basurero, pero ya nos tenían vistas y la vieja de la panadería nos aventó agua caliente y tuvimos que huir. Afortunadamente, no estaba lo suficientemente caliente como para quemarnos, pero si dolió bastante. Era otra de mis tantas anécdotas al robar.
-Vete.-Sentencié cuando lo vi sentarse. Estaba ya harta de él, de tener que verlo siempre y que no se rindiera. Antonio decía que le gustaba mi cabello y no entendía por qué. No era la gran cosa. Mi cabello era lacio, n***o y Claudia me lo cortaba todos los meses, lo dejaba corto, unos centímetros arriba de mis hombros y mis ojos eran verdes, iguales a los de mi madre o eso es lo que decían porque no tengo una foto de ella. Dicen que soy idéntica a ella, que saqué sus enormes ojos, sus pecas y hasta la contextura delgada. También la poca estatura.
-Hoy estoy de buen humor y voy a ofrecerles a las dos un trato.-Dijo sonriente y ambas exhalamos, desesperadas. Antonio era un tipo muy desagradable. Podía tener unos cuarenta y tantos, era delgado, desgarbado, usaba el cabello revuelto y su rostro, parecía ser de los tipos que llevan años en las drogas. Tal vez lo sea.-Doscientos mil, a cada una, por una hora con ustedes.
Ana María me miró y sentí mi estómago rugir. Era mucho dinero, muchísimo, pero… ni mierda, no haré esto con ese hombre, ni con nadie. Prefiero morir de inanición. Ana me miraba suplicante con sus ojos, sé que tenía hambre, podía comprenderlo, pero… yo nunca había hecho algo como esto, no era capaz. No podía, me ganaban mis ideales más que el hambre.
-Si quieres aceptar, hazlo Ana. Yo no puedo.
-Yo sí.-Dijo tal vez demasiado emocionada y vi a Antonio besarla. Rodé los ojos. La besó unos segundos y luego, se detuvo y me miró.
-Las quiero a ambas.
-Ni mierda, no dejaré que tú me penetres. Fuese otra persona tal vez, pero tú, no.
-Está bien, hagamos algo. Me las llevo a ambas, por una hora, les pagaré lo mismo, lo acordado y a ti, no te penetraré. Pero ya sabes qué otras cosas deberás hacer, pero lo principal, no te lo haré. Lo prometo.
Ana me rogó y al sentir tanta hambre que mi estómago no dejaba de rugir, tuve que aceptar, no es como si tuviera otra opción. Tal vez habría muerto un par de días después si no aceptaba.
Antonio nos llevó a un motel del centro, en el que rogaba en mi interior que no nos dejaran ingresar, por nuestra edad, pero… esa noche la suerte no estaría a mi favor, así como nunca, jamás lo estuvo ni lo estaría.
Ingresamos a una habitación y noté que el lugar era muy… ridículo. Había una cama enorme, un espejo en el techo, una especie de silla extraña. Las paredes eran moradas y hacía frío. Ana se acercó a la neverita y agarró una cerveza. Me arrojó una a mí y miré a Antonio esperando su aprobación, porque yo no tenía dinero para pagar por esto. Sonrió y entonces la abrí.
Esa fue la primera vez que bebí alcohol y no, no la última. Ese fue el comienzo de una adicción.
Nos hizo sentarnos en la cama con él y empezó a hablarnos de muchas cosas. Ana dice que los hombres suelen hacer eso con el fin de “relajarnos”, por decirlo de alguna manera, antes del acto y yo sabía que nada de lo que dijera iba a relajarme en ese momento, es que nada podría. Entonces tomé otra cerveza, luego Ana abrió una botella de ron y bebimos. Bebí muchísimo, tanto, que incluso me costaba ver o mantener el equilibrio. Tal vez así sería más fácil o bueno, eso era lo que creía.
Entonces, después de una hora, más o menos, no lo sé, Antonio comenzó a desvestirnos, nos quitó la blusa a ambas y ninguna de las dos usaba nada debajo. En ese momento aún no necesitábamos usar nada, no teníamos pechos aún, pero él, empezó a lamer los míos y sentir su lengua… recorriéndolos, se sintió extraño, pero no… no en el buen sentido. Quería morirme.
Nos desvistió por completo y nos pidió que nos acostáramos una al lado de la otra, bocarriba. Lo hicimos. Nos pidió que abriéramos las piernas y con sus manos, empezó a estimularnos a ambas y escuchaba a Ana gemir. Ella me dice que siempre hace eso, que a los hombres les encanta y no es que precisamente lo disfrute, pero tampoco le causa repulsión. Por mi lado, cerré los ojos, deseando que el tiempo pasara rápido, que Antonio se sintiera satisfecho pronto y nos dejara ir, pero tardó mucho, mucho tiempo.
Lo vimos desvestirse por completo y lo vimos estimular su erección. Nos ordenó a ambas, que lamiéramos su m*****o. Ana de inmediato lo hizo, de manera experta, pero yo… pensaba seriamente en huir, no sé cómo, porque lo vi cerrar con llave el lugar y no sé dónde dejó las llaves, pero quería huir. Entonces, gritó más fuerte que lo hiciera y no tuve más opción…
Deslicé mi lengua por la longitud de su erección y la sensación fue tan… horrible, mala, que quería llorar, pero si lloraba todo sería peor y debía terminar esto rápido, aún con el asco y ganas de morirme que esto me provocara. Deseaba que se pasara el tiempo rápido, pero no sucedía. Antonio sujetó nuestro cabello y nos hacía complacerlo a su antojo, me dolía, a veces me hacía introducirme por completo su m*****o en la boca y me bombardeaba tanto sujetando mi cabello, que sentía arcadas y que me ahogaba, pero eso parecía importarle poco o nada.
Luego, se acostó bocarriba sobre la cama y le ordenó a Ana que se subiera sobre él. Lo vi introducir su m*****o por completo en ella, y Ana empezó a moverse, muy rápido y gemía tan fuerte que quise golpearla. Él me ordenó que me acercara y abriera mis piernas sobre su rostro y yo… lo hice. Sentía su lengua recorrer en círculos mi intimidad mientras apretaba mis glúteos y yo… sentía tanto asco y repulsión que morirme sería poco para huir de este martirio, de este momento, el peor de mi vida entera y a pesar de que las lágrimas caían a chorros por mi rostro, sin detenerse, no dejé que notaran que me sentía así. Debía terminar esto rápido y huir del país si es posible.
No sé cuánto esto duró, pero fue mucho, muchísimo, pero luego, empezó a penetrar a Ana en distintas posiciones, la escuchaba gritar y le rogaba al universo, a Dios, a las constelaciones mismas no escucharla, porque sabía que le dolía. Ana lloraba también, el la embestía sin piedad y le daba palmadas muy fuertes en sus glúteos. Conmigo también lo hizo, me dio palmadas en mis glúteos, mis piernas y hasta en mi rostro, pero sé que puedo tolerar mucho más el dolor.
Al cansarse un poco, nos ordenó besarnos las dos, lo hicimos. Me daba francamente igual, pero esto no duró mucho, sólo unos cuántos segundos antes de que nos ordenara arrodillarnos frente a él y sacar la lengua. Lo vimos estimularse un par de veces, antes de que bañara nuestros rostros con su semen y yo… sabía en ese momento, no sé ni cómo, que algo en mi se había roto. Nunca más volví a ser la misma persona desde esa noche, no podía, no después de vivir algo así… a mis siete años.
Nos llevó de regreso al santuario y nos pagó a cuatrocientos mil a cada una. Fue el doble de lo que nos ofreció y luego lo vimos alejarse.