Capítulo 1

3386 Words
1 Lucy, estación de transporte 345, Prillon Prime —Lo que pasa en Prillon Prime... El crepitar y el estático zumbido del transporte interrumpió las palabras de Rachel. En un momento estábamos en La Colonia, mirando a CJ y Rezzer desde la plataforma elevada mientras cada uno sostenía a sus gemelos, y al siguiente estaba cara a cara con unos forzudos prillones que supervisaban los controles de Prillon Prime. —...se queda en Prillon Prime —terminó Rachel, como si no acabáramos de viajar como la gente en Star Trek o los magos de Harry Potter, excepto la parte de tirar de la cadena. —Compañera, ¿qué insinúas? —preguntó Maxim, cogiendo a Rachel de la mano y ayudándola a bajar por los escalones. Su segundo, Ryston, les seguía de cerca. Rachel, mientras tanto, acunaba a su somnoliento hijo. Era mitad prillón y bastante grande para su edad. Los bíceps de Rachel estaban trabajando de más, pero negó con la cabeza cuando Ryston estiró la mano para coger al niño. Una ternura. Rachel se asomó por un costado de Ryston y me miró, tras lo cual me guiñó un ojo para acompañar su sonrisa traviesa. —Te vi —dijo Kiel sin rodeos. Acalló a su compañera con una mano sobre su hombro. Lindsey alzó la mirada para ver a su bombón everiano. —¿Qué? —¿Qué? —repitió él—. Siempre que quedáis me da miedo. Lindsey se rio. —¿Miedo tú? Me mordí el interior de la mejilla porque los tres enormes alienígenas me miraban. Yo era la única soltera entre todos; básicamente la tercera —o sexta— en discordia del grupo. El cazador everiano se agachó para besar la cabeza de su compañera, y, al mismo tiempo, Rachel acercó sus labios a la oscura cabellera de Max. El crío dormía en los brazos de su madre. Estaba cerca de cumplir dos, pero era demasiado pequeño para que lo dejasen en casa como Wyatt, el hijo de Lindsey y Kiel, que era mayor que él; así que Max se sumaría a un par de niños pequeños que estarían en la fiesta. Resultaba bien porque Wyatt era mejor amigo de Tanner y Emma, quienes estaban más deseosos de quedarse en La Colonia con sus nuevos tíos atlanes Braun, Kai y todos los demás, ya que actuaban como parques infantiles siempre que los pequeños estaban cerca. —Wyatt y tú sois los únicos que podéis destruirme —musitó Kiel. El rostro de Lindsey adoptó una expresión cursi y sentimental. —Ay, Kiel —susurró ella, luego resopló con sentimiento y alzó el mentón—. Hemos venido a una fiesta de cumpleaños. —Sus palabras fueron el recordatorio de por qué estábamos aquí—. ¿En qué clase de lío podríamos meternos? Los ojos de Kiel se ensancharon y sacudió lentamente la cabeza como si las posibilidades fueran interminables. —Es por eso que el Prime y cada hombre en la lista de asistencia estuvieron de acuerdo con que debía llevarse a cabo dentro de las paredes del palacio. —¿Palacio? —bufó Rachel—. Es más bien una fortaleza. —Exacto —dijeron los tres hombres al unísono. El zumbido de la plataforma de transporte nos obligó a bajarnos de ella para que el segundo transporte de La Colonia pudiera llegar. —Esta es la razón por la que no os hemos dejado transportaros sin nosotros, señoritas —dijo Maxim mientras entrábamos a la gran sala y esperábamos. El sitio era el doble de grande que la sala de transporte de La Colonia, y tuve que suponer que era bastante transitado. Nunca había venido a Prillon Prime; bueno, nunca había estado en ningún otro sitio aparte de donde estaban apostados Olivia y Wulf. Mi mejor amiga y su descomunal compañero atlán eran la razón por la que no estaba en la Tierra; no porque tuviera algún compañero. De hecho, era una de las muy pocas humanas en zona de la Coalición que estaba soltera y no luchaba contra el Enjambre. Eso es lo que me habían dicho, por lo menos; que era una de las únicas señoritas solteras. Las guerreras no contaban. Ahora iba a ir al palacio del Prime con el fin de acudir a una fiesta de cumpleaños sorpresa para Jessica, quien era su compañera y otra humana. Era algo épicamente grandioso; mucho más épico que un fin de semana de chicas en Las Vegas. ¡Esto es Prillon Prime, nena! Nunca había conocido al prime Nial o a la cumpleañera, ya que estábamos, pero había hablado con ellos y con Ander, el segundo compañero de Jessica, por llamada. O una llamada pantalla a pantalla, pues para estos muchachos los móviles eran tan anticuados como un caballo y una carreta. Tenía que ponerme al corriente con la terminología espacial; me estaba quedando atrás sin un compañero que me pudiera ayudar a adaptarme a mi nueva vida. No es que no tuviera ofertas de compañeros en La Colonia. Braun, el señor de la guerra atlán, era un encanto total y un gigante osito de peluche… pero no lo quería de esa forma. Lo mismo pasaba con el capitán Marz y su segundo prillón. Y lo mismo con los otros atlanes, luchadores de Viken… Siendo sincera, la amplia selección de compañeros disponibles en La Colonia era abrumadora. Aún peor, ninguno de ellos se sentía como la persona correcta. Era como si quisiese que alguno fuese mío. Braun era mi amigo, cuando menos; confiaba en él y me caía bien, pero no quería quitarme la ropa ni que nos hiciéramos caricias. Ni siquiera un poco, lo cual era triste porque estaba bueno. Tan bueno como un bombón andante. Pero mi indiferencia también era la razón por la que mi guardián, el señor de la guerra Wulf, adoptaba una actitud en la que les decía a los demás hombres que ni siquiera me pusieran una mano encima. La verdad era que me encontraba en La Colonia para estar con Olivia, Tanner y Emma. Eran mi familia; no por sangre, sino por elección. Y aún no quería otra, de todos modos; no estaba preparada. Si me acostaba con alguno de los honorables guerreros de La Colonia, querrían que lo nuestro perdurara por siempre. Por siempre hasta el fin de los días, incluyendo todo aquello de hacer bebés y lo demás, lo cual era un gigantesco compromiso. Los próximos días solo quería divertirme un poco. Tal vez tener algo de sexo con alguno que otro alienígena viril, relajarme y regresar con mis sobrinos de facto y mi mejor amiga. Me sentía feliz con ellos la mayor parte del tiempo. A veces era monótono, pero estaba satisfecha; no quería que nada arruinase mi nueva vida. No tenía a nadie en la Tierra; no tenía familia, y tenía muy pocos amigos. Tenía un trabajo mal pagado en el que era invisible la mayoría de las veces. Solo me importaban Olivia y sus niños. Sin ellos, estaría sola, y peor, con un sentimiento de soledad atroz. Para Tanner y Emma yo era su «tía Wucy», y nada me importaba más que asegurarme de que esos niños estuviesen felices y sanos. Yo no era una zorra tan egoísta como para usar a cualquiera de los guerreros en La Colonia por sexo. Esos hombres habían pasado por demasiadas cosas: batallas, capturas, tortura, integraciones… rechazo en sus planetas natales. No iba a jugar con ninguno de ellos de esa forma. Para pasarla bien un rato tendría que ir a otro planeta —como Prillon Prime— y asegurarme de que con quien estuviera supiera que esto no era nada más que algo divertido y casual. Afortunadamente, las mujeres de La Colonia eran extremadamente amables y lo bastante geniales como para querer que me uniera a ellas. Tenía el presentimiento de que Lindsey mandaría a hacer camisetas que dijeran «Mujeres terrícolas, ¡uníos!», si pudiera. Fue representante de relaciones públicas en la Tierra y también seguía siéndolo aquí, pues se había ocupado de traer a nuevas voluntarias terrícolas al programa de Novias, y también había planificado una gran fiesta sorpresa para su mejor amiga, la mismísima lady Jessica Deston, quien era la reina de toda la Coalición Interestelar de planetas. Se podía afirmar que, probablemente, Lindsey había estado un poco distraída. —Nosotras somos perfectamente capaces de coger el transporte por nuestra cuenta —dijo Rachel, dándole una palmada a Maxim en el brazo; luego, sonrió—. Pero me gusta cuando te pones protector y gruñón. Tanto él como Ryston soltaron un gruñido para cumplir con lo que Rachel dijo. Yo me mordí el labio, intentando no reír. Cada hombre que conocía en el espacio era más mandón que el otro; eran protectores, dominantes y tenían su atractivo de macho alfa. Wulf era así con Olivia y los niños, pero también conmigo; era como el hermano que nunca tuve, si era que una chica de Ohio podía tener una bestia atlán de un poco más de dos metros como hermano. Un hermano mayor sobreprotector, gruñón y dispuesto a darle una paliza a cualquiera que estuviera interesado en acostarse conmigo. —No hay forma de que cojas el transporte sin nosotros. Lo más probable es que termines en el centro Trixon en Viken —refunfuñó Maxim. —¿Qué es eso? —pregunté. —Un retiro para que los compañeros nuevos puedan «conocerse». —Rachel hizo unas comillas con las manos—. Es un sitio hedonista, piensa en él como un complejo de cinco estrellas que complace cada deseo s****l. Aquella idea me pareció picante. ¿Quién no querría algo así? —¿Como un balneario, pero con sexo? Fue Maxim quien asintió. —Exactamente. Rachel se puso en puntillas y besó su cuadrada mandíbula. —He hablado con Whitney, ¿sabes? Me ha dicho que en ese lugar solo se la pasa bien si tus compañeros están contigo. No es que no disfrute algunos momentillos a solas. Maxim se puso rígido mientras miraba a su compañera. —No juegues con nosotros, compañera —gruñó Ryston—. No tenemos tiempo para vigilarte en este momento. Nos esperan en el palacio. Las mejillas de Rachel se ruborizaron tanto como mi cabello rojizo y por fin le cedió su hijo a Ryston, quien arrimó al crío dormilón a su pecho. Ternura al extremo. Pude percatarme de que Rachel estaba avergonzada y excitada a partes iguales por el desafío de Ryston. Sentía celos, muchos celos, y mi cuerpo y mi corazón morían de añoranza. Quería un hombre o dos que se excitaran al verme en «mi momentillo a solas». Cielos, quería un hombre o dos que simplemente me miraran sin pensar que iba a salvar su alma eternamente y que les daría nueva vida. Quería un rato de diversión sensual; no que Wulf fulminase con la mirada a cualquier hombre que estuviera a la vista para indicar que le arrancaría las extremidades si osaba acercarse a mí. La magnífica reina de Viken, que pasó caminando cerca de nosotros, me sacó de mis pensamientos. No pude evitar quedarme mirándola. Sí, sabía quién era por su pelo rojizo y su vestido, pues había sido estilista en la Tierra y estaba al tanto de la moda aun en el espacio, y también por el hecho de que iba junto a tres hombres guapos y casi idénticos. Caminó mientras sus sensuales reyes la rodeaban en cada costado a modo de protección, y cada uno tenía una expresión amenazante e intensa que me hizo cruzar las piernas. Me pregunté si habrían ido a ese balneario s****l en Viken. El centro Trixon. Lo iba a apuntar mentalmente para más tarde. Demonios, estaba metida en un lío. Uno que involucraba pensar en sexo las veinticuatro horas del día. ¿O eran veintiséis horas, cuarenta y dos, o lo que fuera que tuviera el calendario de este descabellado planeta? No tenía ni la más remota idea. Todo lo que sabía era que no había estado con un hombre en demasiado tiempo y mi cuerpo anhelaba atención, como los metamorfos de algunas de mis novelas de romance favoritas. Ellos le llamaban a esto estar «hambriento de roce»; es cuando la necesidad y la añoranza llegaban hasta el punto en el que no se podía pensar claramente. Tal vez tenía fiebre atlán. Sí, incluso pensaba que tenía fiebre atlán. Dios mío. Cada segundo en Prillon Prime me hacía empeorar. Hablando de un bufé repleto de ardientes machos alfa… y ni siquiera había salido de la sala de transporte. Además, ¿guerreros prillones caminando en pares por todos lados? Sí, joder. Me llevaría dos, muchas gracias. Cuando Wulf se enteró de que no buscaba compromiso serio en una relación, se tomó muy a pecho mis deseos. Había puesto un recordatorio de que estaba fuera de límites, y había llevado su papel de hermano mayor al extremo. Bien podría haber tenido una v****a venenosa. Era por ello que Rachel, Kristin, Lindsey, Olivia, Caroline y Mikki me dijeron que debía tener un poco de acción mientras estuviese en Prillon Prime. Todas coincidieron conmigo en que los hombres de La Colonia estaban vedados, pero este era un planeta diferente y también era una visita a corto plazo. ¡Una aventura de dos días! ¡Venga, hora de divertirnos! Estuve totalmente de acuerdo y pasé un par de días en la máquina S-Gen para crear ropa interior increíblemente ardiente y sensual. Ningún hombre, ya fuese alienígena o humano, podía resistirse al encaje, al satén o a los pezones y el sexo apenas cubiertos. Así que heme aquí: una chica soltera y caliente en unas vacaciones especiales. Esperaba conseguir un par de orgasmos en Prillon Prime, en especial porque Wulf no estaría aquí para impedirlo. Olivia y él estaban atrapados en la Tierra haciendo entrevistas publicitarias para el programa de Una cita con la bestia. Mientras ellos hacían sus rondas de charlas y conferencias a años luz, yo iba a hacer mis propias rondas en Prillon Prime. Bueno, ese era el plan: primero debía encontrar un candidato digno y luego convencerlo, o convencerlos, de que me llevaran a la cama. Con toda la testosterona —¿tenían testosterona los aliens?— que había por aquí, dudaba que resultase muy complicado. No era una supermodelo, pero tampoco me veía tan mal. Cuando era niña, mi papá me llamaba su pequeño duendecillo por mi mata de pelo rojizo y mis brillantes ojos verdes. Ahora tenía pecas a montones y un aro en la nariz con el que hacer juego, así que esperaba verme como la olla de oro al final del arcoíris y no como un patito feo. Pero nunca había visto una mujer (o mujer alienígena, o lo que fuese) de Prillon. No tenía idea de contra quienes estaba compitiendo. Hasta donde sabía, yo era la única mujer humana en el grupo que no tenía compañeros, así que no tenía en mente competir contra mis amigas, sino contra las mujeres locales. —Ten cuidado y actúa con conciencia, Lucy. Nuestros informantes afirman que Cerberus sigue buscando una mujer humana para sí —dijo Maxim, y nuevamente todos volvieron a mirarme. Esas palabras me cayeron como un cubo de agua fría. Cerberus no era estúpido; no se llevaría a una mujer que ya fue reclamada. Puede que fuese el malvado brujo del oeste del espacio, pero no era tonto. Quería una humana soltera; una a la que nadie buscaría. Y esa sería… yo. Levanté una mano para impedir que Maxim siguiese con ese tema de conversación, el cual era completamente pesimista. —No tengo intenciones de hacer nada descabellado. Prometo quedarme dentro del palacio en todo momento. Maxim, Ryston y Kiel me observaron con escepticismo mientras las mujeres sonreían, pero decía la verdad. No tenía ningún interés en ser la amante de Cerberus. Incluso pensar en ello me enfermaba. Aceptaría a los guardias que Maxim o cualquiera de los muchachos decidiera asignarme, pues estaba de acuerdo con mantenerme a salvo. Si los guardias eran sensuales y podían follarme contra una pared o sobre cualquier superficie horizontal del palacio mientras me vigilaban, entonces estaría satisfecha por completo. Oh, sí que lo estaría, y seguramente más de una vez. Caroline, Rezzer y los pequeños CJ y RJ llegaron en la plataforma de transporte de la que acabábamos de bajarnos, y saludé a los gemelos. Seguía siendo extraño verlos aparecer mágicamente de un momento a otro. Bajaron de la plataforma, los gemelos aplaudieron con entusiasmo y luego se movieron inquietamente para que les soltasen. Tenían menos de dos años y se encontraban ansiosos por explorar, pero eran menores que Tanner y Emma, así que todavía no estaban completamente listos para separarse de sus padres, ni sus padres estaban listos para separarse de ellos. Habían jugado durante horas en las reuniones con Tanner y Emma, igual que los demás niños. También me llamaban tía Wucy, lo cual era endemoniadamente adorable. Me querían, y yo también los quería mucho. Aquello debería bastarme, así que ¿por qué me sentía vacía? —¿Por qué todos miran a Lucy? —preguntó Rezzer, inclinándose para bajar a CJ, quien corrió como una bala hacia la zona de control del transporte. Rezzer se precipitó tras ella y volvió a cogerla. La niña protestó, pero él le hizo una pedorreta y ella soltó una risita—. ¿Podemos llegar al palacio antes de que esta criatura encuentre los controles y nos envíe al Sector Cero? Salimos de la sala de transporte con Maxim a la cabeza. Las demás chicas estaban detrás conmigo, pero los hombres miraban por encima del hombro para asegurarse de que les siguiéramos. —La pasaremos superbién —dijo Lindsey—, pero tenemos que darnos prisa. La fiesta sorpresa debe empezar en tres horas. No hay mucho tiempo para alistarse. Caroline asintió y vi que al pequeño RJ, que tenía la cabeza apoyada en su hombro, se le cerraban los ojos. El teletransporte era agotador y lo más probable era que su cuerpecito estuviese listo para una siesta. Su hermana, que estaba más bien llena de energía y podría correr hasta caerse, trepaba por los hombros de Rezzer para poder ver mejor. —Me alegra que hayáis arreglado lo de las niñeras, porque una fiesta con vestidos elegantes y el precioso trabajo de maquillaje que ha hecho Lucy… —Sí, me sentiré como una princesa —añadió Rachel—. Lucy, en verdad tienes que abrir un spa. Yo me reí. —¿En La Colonia? Pero sí todos los hombres son unos cascarrabias y no hay muchas mujeres. —Tal vez un retiro como el centro Trixon —replicó Rachel moviendo las cejas—. Whitney me ha dicho que incluso tienen instructores sexuales en caso de que quieras probar cosas nuevas y no estés segura de… ya sabes, de cómo empezar. Su risita culposa era contagiosa y muy pronto todas nos encontrábamos sonriendo. —Compañera, estás obsesionada —respondió Maxim—. ¿No te hemos satisfecho bastante esta mañana? Rachel se sonrojó. —Estoy pensando en un negocio para Lucy —replicó—. Sería muy popular. —Lucy tiene razón, quizá sería mejor en Prillon Prime y no en La Colonia —dijo Maxim, con lo cual me hizo preguntarme cómo sería el planeta—. Aquí a las mujeres les encanta mimarse. —Creo que os sorprendería lo que un buen masaje podría hacerle a un guerrero refunfuñón —insistió Rachel. —Estamos dispuestos a permitir que nos lo demuestres. —La sugerencia de Ryston estaba recubierta de deseo. Rachel se rio. —Nunca llegaríamos a la parte del masaje. Maxim se inclinó y acercó el rostro de Rachel hacia el suyo para poder darle un beso. —Respecto a lo de sentirse como una princesa… Jessica verdaderamente es parte de la familia real, pero tú eres la espléndida señora Rone de La Colonia. —Maxim le dedicó una mirada muy sugerente que me llevó a preguntarme quién era el que no había tenido suficiente con lo de esta mañana. Yo solo era Lucy Vandermark. Soltera, pero con ropa interior sexy. Lindsey sonrió. —Por mi parte estoy impaciente por vestirme bien y tener algo de tiempo entre adultos. Por la noche tenemos la gran fiesta sorpresa, mañana una merienda con las damas, un día completo de holgazanería y relajación, y luego, al tercer día, un baile real de los de verdad. Con vestidos enormes, nuestra música, bailes… comida de la Tierra durante días, chicas con las que podemos hablar. Puede que nunca nos queramos ir. Kiel bufó y Maxim soltó un gruñido. —Regresarás con nosotros a La Colonia —le ordenó este último a Rachel. —Chicos, está bromeando. —Luego de que Rachel le tirase un beso a Maxim, esta puso un brazo alrededor de mi hombro—. Que la fiesta comience, porque lo que pasa en Prillon Prime… —¡Se queda en Prillon Prime! —Concluimos todas la oración al mismo tiempo, lo cual me dio esperanzas de que pudiera encontrar un bombón dispuesto a pasar todo el fin de semana bajándome las bragas con los dientes. Los hombres se volvieron para mirarnos tras nuestro grito. Sí, esto iba a ser divertido.
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