CAPÍTULO 3 – La primera llamada a solas

1017 Words
Al día siguiente, Ella no pudo concentrarse en nada. Había trabajado con él por más de un año, lo había visto decenas de veces en reuniones, escuchado su voz, leído sus mensajes en los chats grupales… y aun así, algo en la conversación de la tarde anterior la tenía desajustada por dentro. Era como si de repente, después de un año de rutina, alguien hubiera movido una pieza silenciosa dentro de ella. Una pieza que no sabía que estaba suelta. Cada vez que intentaba enfocarse en los pendientes del día, la misma imagen regresaba: la ciruela entrando en la boca de él. Su forma de mirarla mientras lo hacía. Su último mensaje. “Entonces me lo debes.” La frase le daba vueltas en la cabeza como un eco que no se dejaba apagar. Finalmente, incapaz de seguir fingiendo normalidad, abrió el chat y escribió: “Por tu culpa me distraje ayer. No tomé notas. ¿Me ayudas?” Ni un minuto tardó él en contestar. “Claro. Te voy a crear una reunión.” A Ella se le apretó el estómago. Una palabra tan simple, tan común en su trabajo… y de repente cargada de otra intención. Una intención que ninguno de los dos había dicho en voz alta, pero ambos estaban sintiendo. Mientras él organizaba la reunión, Ella aprovechó para encender la cámara y mirarse. Se ajustó el cabello, se acomodó la blusa como si fuera a una entrevista importante, respiró hondo varias veces tratando de calmar la inquietud tibia que le recorría el cuerpo. No era ansiedad. No era nerviosismo. Era otra cosa. Otra cosa que llevaba años sin sentir. Ingresó a la reunión. Y ahí estaba él. Darell. Camisa impecable, barba perfectamente recortada, el gesto serio de siempre… salvo por algo. Algo muy pequeño, casi imperceptible, pero que esta vez Ella notó de inmediato: la manera en que la miró apenas apareció en pantalla. No fue un “hola de compañeros de trabajo”. Fue un reconocimiento. Una especie de aceptación silenciosa de que los dos sabían que lo del día anterior no había sido casual. —Hola —dijo él, con voz baja y tranquila, como si la saludara de cerca, no a través de una pantalla. Ella respondió intentando sonar natural, aunque sus manos estaban heladas y su pecho caliente. —Bueno… —respiró— ya que me distraje, necesito que me ayudes diciéndome qué vimos ayer. Darell sonrió. No una sonrisa grande, sino una que apenas curvó un lado de su boca. Ese tipo de sonrisa que aparece cuando alguien está disfrutando algo sin admitirlo. —Está bien —respondió—. Pero tienes que reconocer que fue tu culpa. Si no me hubieras visto comiendo ciruelas… Ella bajó la mirada un segundo, sintiendo cómo la piel del cuello le ardía solo por recordarlo. Él empezó a resumir los puntos principales de la reunión, pero algo en la forma en que hablaba era distinto. No era que cambiara las palabras. Era cómo las decía. La voz le salía más lenta. Más profunda. Más suave. Como si cada frase tuviera otra capa debajo. Ella intentaba tomar notas, pero el lápiz se movía sin precisión. No estaba escuchando el contenido de lo que decía. Estaba escuchándolo a él. La cadencia. El ritmo. Los silencios. Todo. Y Darell lo sabía. Cada vez que terminaba una oración, hacía una pausa y la miraba directamente. No a la pantalla, a ella. Como si quisiera comprobar el efecto que estaba causando. Ella empezó a sentirse inquieta, pero no quería moverse. No quería romper el hilo invisible que se había tendido entre ellos. Cuando él terminó de hablar, ninguno dijo nada. El silencio cayó como un peso tibio entre ambos. Un silencio que podía quebrarse con cualquier palabra… pero que ninguno parecía querer romper. Darell bajó ligeramente la mirada, como si estuviera pensando en algo. Luego la levantó de nuevo y la sostuvo fijo. —No sé si te pasa también —dijo con voz más baja— pero tengo como… calor. Ella sintió un pulso fuerte en la garganta. —A mí… también —respondió—. Estoy empezando a sentirme caliente. Él respiró hondo, lento, como si se estuviera conteniendo. —Debe ser la reunión —murmuró, aunque ambos sabían que habían dejado de hablar del trabajo hacía mucho. Ella se acercó un poco más a la cámara sin darse cuenta. Era mínimo, pero suficiente para que él lo notara. —O debe ser otra cosa —susurró. Darell se acomodó el cuello de la camisa con un gesto pequeño, casi involuntario, pero Ella lo sintió como un golpe directo. Ese gesto no era casual. Era el movimiento automático de un hombre que empieza a reaccionar ante algo que lo desarma. Ella sostuvo la mirada. No sabía qué iba a decir él. No sabía qué iba a decir ella. Solo sabía que nada de eso estaba dentro del manual de reuniones de la empresa. No se dijeron nada más durante un buen rato. Ninguna frase era necesaria. Los dos estaban respirando distinto. Los dos estaban mirando distinto. La reunión seguía abierta, técnicamente activa, pero ninguno estaba trabajando ya. Algo estaba empezando a desbordarse. No explosivo. No inmediato. Sino lento… como una cuerda tensándose al borde del límite. Ella tragó saliva y habló primero. —Creo que… tengo claro lo de la reunión. Darell no respondió de inmediato. Solo la miró, con esa calma peligrosa que ella empezaba a reconocer. —Cuando quieras repasamos más —dijo, y aunque la frase parecía normal, el tono no lo era. Ella asintió y desvió la mirada apenas un segundo para respirar. —Está bien. —Entonces hablamos luego —agregó él, suave. Ella dudó, luego sonrió muy levemente. —Sí… hablamos luego. Cerró la cámara. Pero la sensación siguió ahí. En el pecho. En el cuello. En el cuerpo entero. No había pasado nada. Nada físico. Nada explícito. Pero dentro de ella, la línea que había sostenido un año entero… había empezado a romperse. Y el problema —o el encanto— era que no quería detenerlo.
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