Capítulo veintisiete Me duele el alma y eso lo sabe diosito. Me remuevo incomoda encima de su cuerpo, ya que nos quedamos a dormir en el sillón por la escases de camas que hay en el pent-house y abro los ojos poco a poco observando como la persona que quiero aún descansa como un tronco sin moverse de lo cansado que está. Entre que tuvo que cuidar a los niños, hacer mi trabajo y vigilarme, además de lo que sucedió hace un par de horas, es normal de que esté como un pinche animal cuando está hibernando. Sonrío sin poder evitarlo mientras que veo su rostro pulido por ángeles y su cuerpo esculpido por dioses del olimpo. De verdad paso, aunque... El golpe va a ser duro, pero tengo que sacarme de la cabeza eso y disfrutar al máximo estos cuatro días que quedan junto a él y junto a lo q

