Yo renuncio

1860 Words
Después de su cena con su hermano, Elías tuvo ciertos problemas para dormir, no dejaba de rondar por su cabeza la idea de que su libertad podía resultar la causa de sufrimiento para muchos. El reino se había cobrado la vida de sus abuelos, la de sus padres, recientemente a su hermano, e indudablemente, la felicidad de su tío. Ser egoísta, pensar en su bienestar, en el bienestar de los que amaba con locura, podía ser malo para el pueblo, pero definitivamente lo que necesitaba. No quería tener que postergar su final feliz o someterlos a ellos a una vid desagradable; llena de atención, de normas y de limitaciones. Al final, era seguir el rumbo de la vida. Elías tenía claro que era el segundo hijo, el heredero en casos de “emergencia” y Kamal estaba demasiado vivo. Dios y sus padres la había dado la oportunidad al ser el segundo hijo de ayudar a aquellos que les dieron los lujos y abrir caminos para que su pueblo creciera fuerte y feliz, mientras al mismo tiempo se llenaba de amor. Lo único que necesitaba era que ese amor fuera correspondido por Nala. A lo largo de la noche se imaginó su vida con Nala y los niños; viajando juntos de un país a otro. Disfrutando de lo bueno que la vida ofrecía y eso le llenaba el alma de emoción, mientras ser rey solo le llenaba la cabeza de problemas. Amaba a su pueblo, pero tenía una fortuna propia lo suficientemente amplia como para ir a recorrer el mundo y vivir de una manera cómoda, con ciertos lujos. Nala era la única persona que lograría a hacerle sentir que un lugar por más mierda o más bonito era su hogar. Compró el desayuno para los niños y Nala, un ramo de rosas enorme y diamantes en el hotel, la mujer estaba sorprendida cuando escuchó los golpes en la puerta. Ellis fue corriendo a despertar a su mamá, y Said, a la puerta con el bate de béisbol. —¿Quién es? —pregunta el pequeño. —Soy papá. —¿Papá, qué? ¿Cómo sé que es verdad? —Papá, Elías, el tipo grande con el que juegas en las tardes. —No estoy seguro, no puedo verte. Nala se ríe y le dice que por eso el candado está alto para que no abra. La joven abre la puerta y mira a Elías con la comida, las rosas, la bolsa de regalo de la joyería. Él la observa, con el pelo en un moño y los mechones escapándose de él, la pijama larga de dos piezas y los pies descalzos. —Elías, buenos días. —Buenos días, familia —responde y le da un beso en la mejilla. —¿Ahora sí me conoces? —le pregunta a su hijo. —Sí, papá, ¿Cómo dormiste? ¿Qué traes ahí? Nala sonríe cuando el pequeño se acerca a abrazarle las piernas, Ellis tiene sostenida la mano de su mamá y mira a su padre con cierta intriga, la mujer le acaricia el pelo y le da un beso al pequeño en la frente. — ¿Traje el desayuno, de casualidad, saben poner la mesa? —Sí. Está caliente, pongan los platos y papá viene en un par de minutos a servir las cosas. —Con cuidado y solo cosas de plástico vamos a usar hoy—advierte Nala y él le toma de la mano para llevarle a la terraza de su apartamento. Elías le da las rosas y la mira a los ojos, da dos bocanadas de aire muy grandes en un intento por tranquilizarse. —Me estás preocupando, Elías. —Lo he dejado. El reino. Le he dicho a mi hermano que si lo quiere es suyo. Yo voy a ayudarle a ganar respeto, a apoyar sus proyectos, entonces, si tú quieres, si tú me amas como yo a ti Nala y quieres darle una oportunidad a nuestra familia y quieres tirarte de cabeza conmigo, acepta ser mi esposa. —La joven le ve ponerse de rodillas y Elías le muestra el anillo. —Ámame, no por el reino, sino por mí. Los dos se miran a los ojos y ella le toma de las manos y le pide que se ponga en pie. Los niños parecen concentrados en acomodar los platos por lo que no les han mirado, pero su madre siente que todo se reduce a ese momento, Nala llora y Elías la intenta consolar sin entender si las lágrimas son de felicidad o de profunda tristeza. —¿Qué pasa, cariño? —No sé… no puedo hablar. La joven llora recordando todas las veces que estuvo sola y pensó en que todo sería mejor si él entrase por la puerta, decidido a amarle con locura, a ser suyo, vivir la vida que soñaron en la cueva y cumplirse todas las promesas de amor, pero Elías no estaba listo para eso. Y durante las últimas semanas había sido el papá ejemplar, pero temía que fuese con la intención de ganarse a sus hijos y llevárselos. Nala, no había tenido tiempo de pensar en el amor o de pensar que podrían volver a estar juntos. Simplemente, había pensado en las obligaciones que tendría que aceptar como madre de los príncipes, aquello le parecía duro, solitario y frío, sobre todo porque había amado a Elías toda su vida y no tenerle era doloroso y agotador, pero tener cerca y saber que se había acabado, que solo eran socios, se sentía peor que morirse en un campo de concentración. —Los niños… ¿Saben hacer café? —Uhh, no, les queda feísimo —Elías ríe y ella llora entre sus brazos, desconsoladamente continúa llorando y Elías le deja el anillo en la mesita, le abraza con ganas y esperan a que el terrible café se chorree para soltarse. —No tienes que responder ahora. Yo he tenido semanas, desde que me enteré de los niños supe que quería que regresáramos, pensé que era una señal. —¿Estás seguro de lo que estás diciendo Elías? ¿Te estás escuchando? —Sí Nala, he dicho que te amo y que lo dejo todo a cambio de estar contigo y nuestros hijos, sé que no es tan fácil como aceptarme y decirme que sí a todo. Yo puedo intentar ser paciente, tú puedes intentar creerme—Nala mira a Elías y le da un beso corto en los labios. —Tú intenta—la joven le da un golpe en el pecho y Elías va a la cocina, les pregunta a los chicos cómo van con la mesa y les ayuda. A servir toda la comida que trajo y a deshacerse de los empaques. Los gemelos insisten en que hay que servirle a su madre de todo un poco, y así lo hace Elías. La mujer toma asiento en la cabecera de la mesa y escucha los planes de sus hijos para el día, es que los martes cundo tienen natación están bautizados como los mejores días de la semana. Elías sonríe mientras los escucha. Conversar en árabe, con total naturalidad. Ellis que es más reticente a aceptar a su padre en su vida, le pregunta si sabe nadar. —Sé nadar, pero donde vivo hay muy pocos lugares. —Hay una laguna, preciosa, que está en medio de unas cuevas en el sur del desierto. De adolescentes, su papá solía escaparse, para ir a nadar y refrescarse. —¿Tú te portabas mal? —pregunta Said, encantado con esa representación de su padre. —Un poquitín, pero yo vivía en un palacio y no me llevaban nunca al parque o a ningún lugar. —Sí, pobrecito —comenta irónica Nala y sus hijos ríen. —¿Tu mamá no se molestaba? —pregunta Ellis. Elías sonríe ante la pregunta y la cara de indignación de la madre de sus hijos. Nala rienda los ojos y le revuelve el pelo a Ellis, quien se ríe y Said, le advierte a su hermano que está en problemas. —Mis papás biológicos murieron cuando yo estaba pequeño, como de su edad, y tengo a mi tío Isam y mi tía Eleonor, que son mis papás adoptivos, y los abuelos más cool del planeta, quienes por supuesto me regañaban porque me llevaba a mis hermanos pequeños. —Qué cool, tú tienes dos hermanos pequeños. —Yo tengo cinco hermanos pequeños, el tío Loren, Max, la tía Fary y los tíos Isam y Amir, que no sé si pueda presentarles. —¿Se portan fatal? —Son hijos del tío Isam —los dos ríen. —Siempre tienen una idea, un sentir y están loquísimos como todos los Burwish —Nala se ríe, porque el palacio siempre temblaba cuando los cuatro hermanos de la reina decían visitar. Non era tema de orden y aseo, si no de travesuras, risas, bromas y mucha locura. —Nosotros cuantos hermanos podemos tener. —Tú y tu hermano tienen un hermano porque alguno de ustedes dos envió una orden para multiplicarse. Estamos desayunando, esos no son temas de desayuno ni de niños. —Mamá, a veces eres muy mandona. —le informa Said y su hermano asiente. —¿Hoy pueden venir la tía Farah y todos los tíos?—pregunta Said y sube un pie la mesa, su madre le asesina con la mirada y lo baja de inmediato. —Mi tía Farah, es mi tía favorita —comenta Said. Naya y Elías ríen a carcajadas porque si eso tiene alguno presagia sobre su futuro es bastante negativo. Elías y los niños se despidieron de Nala para ir a la escuela, el joven estaba emocionando sorbe el futuro y no quería presionar, pero ya estaba en una nube. El joven acompaña a los niños a su aula y Ellis le muestra sus obras de arte, Elías mira sorprendido los dibujos de sus hijos, ambos utilizan demasiados colores, pero el que más le llamó la atención fue uno en el que habían dibujado Ellis, eran su hermano y él jugando con la pelota y Nala sentada junto a un árbol. —¿Te gusta? —Es precioso, crees que cuando te lo devuelvan puedas regalármelo. —Sí, por mientras puedes sacarle una foto —respondió el pequeño. Su padre sonríe y le hace caso, toma una foto del dibujo de Ellis y otra del dibujo de Said. —Tú no tienes un gato —comenta Elías a Said. —No, pero, cuando mamá vea esto va a sentirse mal por no darme uno. —Yo quiero una hermana. —¿De verdad? ¿Qué vamos a hacer con una hermana? —No sé, mira a la hermana de Calvin, viene en su coche y se ve dulce y a veces da gritos porque quiere verle. ¿No te parece impresionante? Y mira a la tía Farah; es muy divertida, inteligente y nos deja hacer cosas. Parece que es importante tener una hermana. —¿Chicos, podemos no tocar el tema de la hermana con mamá? —Bueno, si nos das un gato primero, podemos controlarnos. —Hecho.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD