El príncipe que no duerme

1278 Words
Elías Diez años antes Todos en el reino sabían que el rey tenía siete hijos muy excéntricos. Todo el reino adoraba a Farah, porque era divertida, respetuosa, afectiva y muy comprometida con su pueblo. Kamal, el futuro rey, era conocido por su extremismo a la hora de debatir, y Elías, el hijo favorito del rey, es muy trabajador, muy inteligente, pero ese mismo cerebro no le deja descansar. En el palacio todos lo sabían y por el reino se escuchaba que Elías no dormía nada bien. Como las noches eran casi igualmente largas que los días, siempre encontraba la forma de entretenerse, con carreras de camellos en el desierto, construyendo cualquier edificio, practicando estrategias de protección para el palacio y el reino. La gente no podría imaginarse lo que ocurría a puertas cerradas en su habitación. Elías tenía un par de noches desde que su sirviente enfermó que no podía esperar a que fueran las once para ir a su habitación, estaba seguro de que la primera vez había sido un accidente, pero la segunda los dos estaban deseosos. Su madre había conseguido ropa de cama de bambú que se ajustaba a una temperatura refrescante y perfecta para descansar, además le compró unas pijamas de seda que prefería no utilizar. Al no tener sirviente, le enviaron a Nala a hacer la cama del príncipe, a ella le costaba dormir, mientras su madre recuperaba fuerzas, podía tender una cama y acomodar todas las almohadas que le gustaban a Elías. La primera noche le tomó más tiempo del que debía, la cama del príncipe era diez veces más grande que la suya, la colcha de bambú no se colocaba con tanta facilidad, el joven dormía con diez almohadas sobre la cama, el control del aire acondicionado le estaba matando. Ella se metió en el closet cuando escuchó los pasos, no quería que le regañaran, en el segundo que Elías ingresó se quitó los zapatos, y la ropa, caminó desnudo hasta el baño, se humedeció el cuerpo y se medio secó con la toalla. Se acostó en el borde de la cama, intentó masturbarse, pero estaba desconcentrado, fue entonces cuando sus ojos encontraron los de la chica. La pequeña Nala, la hija de los sirvientes que solía agachar la mirada cuando él pasaba por su lado. Elías nunca se imaginó que la joven morena, delgada y con una cabellera tan larga y frondosa como la de Rapunzel, la pequeña inocente, que poco hablaba, pero era demasiado. Sabía cuándo lo hacía, mantenía a su hermana pequeña con los pies en la tierra. La tercera noche, mientras se acariciaba a sí mismo, miró hacia el closet y la encontró escondida. —Puedo verte—Dice mientras acaricia la punta de su glande con su pulgar. Con pena ella abrió la puerta del armario y se dirigió a la salida. Elías se deleitó con su trasero, algo que nunca se había permitido observar y para mantenerse atento preguntó: — ¿Te estabas tocando? Nala sintió la vergüenza hacer un recorrido por su cuerpo. Ella no se había tocado, pero había juntado sus piernas tan fuertes que encontró placer en ello y continuó balanceándose mientras le observaba. —No, lo siento, no pude terminar de tender a tiempo. —Te he visto las otras noches Nala, mirándome y moviéndote. ¿Te gusta verme? —¿Me puedo retirar? —No, quiero que te gires y me veas—dijo mientras continuaba moviendo su mano alrededor de su pene, ella obedeció. —últimamente pienso en ti. —dice y suspira mientras continúa masturbándose. —Pienso, en ti cada vez que me toco. Las tres veces que lo hago antes de dormir, pienso en lo rico que se sentiría hacerlo; mientras veo tus tetas desnudas y te tocas, hasta que, finalmente, me corro—Dice mientras aumenta el ritmo en busca del orgasmo que le relaje, ella se quita el manto que lleva encima y saca las tiras de su vestido por sus hombros y deja sus pechos al desnudo, Elías reclina la cabeza y mientras el semen sale disparado y abundante y el orgasmo calienta todo su cuerpo. El joven se acuesta sobre la cama y dice: —Nala, es tu turno. Ella sonrió y acomodó su vestido y salió corriendo. Elías no pudo dormir bien, no encontraba a Nala en ningún lugar y siempre que lo hacía estaba acompañada por alguien, la joven no había regresado a su habitación, ahora su madre se había recuperado y no la necesitaban cerca de las habitaciones del príncipe. Él había buscado la manera de relajarse sin su mano y sin la chica y la segunda cosa después de eso eran los ejercicios, salió a correr por la propiedad y regresó a las tres de la mañana, Nala quien era demasiado madrugadora, estaba preparándose algo de desayunar. —Quiero hablar contigo —reconoció. —Siento lo del otro día. —Yo no Nala —Dijo mientras se acercaba. La joven se quedó quieta, él tomó la mano de la joven y la acarició con cierta ternura. —Te espero esta noche; yo dormiré mejor y tú también. Nala sabía dónde se guardaban todos los utensilios en el palacio, desde la limpieza hasta la salud, el médico siempre tenía los preservativos en el baño de su oficina. Culturalmente, no era bien visto que una mujer perdiese su virginidad. Su padre era de aquello que creían que una mujer se devaluaba cuando decidía entregar su flor a un hombre antes de tener dos anillos en el dedo anular. La joven sabía que Elías nunca se casaría con ella, pero le amaba. Él jamás lo recordaría, pero ella, se sentaba a su lado durante las clases con el tutor, el rey les permitía a los hijos de sus empleados aprovechar las clases y Farah y Nala estaban cerca en edad, así que se unía con frecuencia a sus clases, ellas solían sentarse detrás de Elías quien tenía una predilección por los dibujos. Ella conocía todos los detalles de su vida y de su rostro y no le importaban las consecuencias, la única regla que estaba por romper era por Elías. Eran casi las doce de la noche cuando Elías dio la puerta de su habitación abrirse, todo estaba a oscuras como le gustaba intentar descansar. Nala encendió la luz y él le miró. —No puedes embarazarme—la joven le mostró los condones y Elías tomó asiento sobre la cama. —Además, soy virgen y tu pene… me he tocado y creo que no cabe, no entre mi dedo menos esa cosa que tienes ahí, así que despacio ¿Puedes despacio? Porque parece que te lo quieres arrancar. Elías salió de su cama, cerró la puerta con cerrojo y solo por su acaso. Sacó de debajo de la cama un pedazo de madera para bloquearla en caso de que alguien decidiese insistir. El joven le quitó los preservativos de la mano, los tiró sobre la cama y miró a la mujer frente a él. Elías acarició el rostro de la mujer y se inclinó para besarle. Nala le devolvió el beso insegura de que fuese mucha lengua, sin embargo, Elías parecía dispuesto devorar el regalo que estaba haciéndole, el joven se apartó un poco y le dijo: —¿Estás segura? —Quiero que seas el primero. —Yo solo soy un príncipe, no te gustaría que fuese tu marido. —Quiero que seas tú. —Yo no voy a embarazarte, pero tú no vas a enamorarte. ¿De acuerdo? Comenten que quiero saber qué les parece, la idea de novelas paralelas y las diferencias entre las historias de los hermanos.
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