Abril de 2015, un mes que deja manchas de humedad en el alma, sus noches oscilan entre la lluvia y las estrellas, entre nubes y canciones que acompañan el insomnio. Mi nombre es Pablo Fabian Menecce, tengo 24 años y soy "Escritor", aunque no me gusta ese término, ya que aunque intento una y otra vez, no logro progresar en mi carrera. Me encontraba en la primer noche del mes, casualmente domingo, cuestionando si mi vida tendría un propósito, no alcanzaba con desear tener o ser, había que saltar más allá de lo hasta ahora vivido. La impaciencia me hacía ver tranquilo por fuera, pero dentro tenía las emociones cruzadas; mientras tomaba una cerveza roja con la luz de la luna reflejada en mis ojos, me obligué a mí mismo cambiar las tornas del destino, ya no soportaba verme tirado en la banquina. El sol se asomaba lentamente y el cielo lo hacía notar, fue el momento perfecto y decisivo, ni siquiera concilié el sueño, tomé mis cosas y salí en busca de la gloria.
Durante la mañana estaba decidido a buscar un nuevo empleo, algún lugar donde estimular mi espíritu y alimentar mi ego, pero no hubo suerte; de cinco entrevistas solo una fue interesante y no por haber conseguido el puesto, sino mas bien, por toda la atmosfera previa a la entrevista. Llegué una hora antes para demostrar iniciativa y responsabilidad, también para no dormirme. La desesperación y las ganas me superaban, pero todavía no se encontraba abierto el establecimiento, por lo que quedé esperando en un café que se encontraba de la vereda de enfrente; y todo podía haber sido tranquilo, pero una voz susurra a mi lado diciendo
-Buenos días ¿Qué desea ordenar?-
Todo mi cuerpo giró en torno al sonido, quizás del susto o por la dulzura del tono. Ojos grandes color café, pelo corto y alborotado (como despeinado) y una tez suave como la nieve, quedé perplejo, no lograba modular mi voz, a lo que simplemente hice señal de un "cortado". Faltando 15 minutos para la entrevista, solo tenía 10 minutos para terminar el café e intentar decir algo a la chica, así que pedí la cuenta y no fue ella quien la trajo, en mi cabeza solo pensaba
-(Que alguien me devuelva el valor y las ganas por favor!)-
Pero no todo fue en vano, ya que noté que a lo lejos su risa hacía acto de presencia, quizás a modo burlón o no, pero existía para mí.
Comienza la entrevista, las cuales son siempre (y es en serio) iguales, las preguntas las respondo con normalidad, sin embargo, una parte de mí no puede ser desecha y se apropia de mi cuerpo en estas situaciones... arrogante, egocéntrico, informal y peleador, son un puñado de defectos que no puedo evitar en momentos tensos, algo así como un modo de defensa. La gente suele pensar que no sería una buena adquisición para un empleo, ya que una actitud tan chocante como la mía, generaría problemas en el ámbito laboral... pero no, esta vez fue diferente, ellos vieron en mí un potencial que ni yo reconocía, me resultaba extraño al principio, pero todo toma forma cuando se hace foco en los detalles. Tenía 3 días para prepararme e incorporarme al equipo de escritura, ya que el puesto requería ideas frescas para la nueva etapa del año, el invierno.
Estaba demasiado exaltado con la noticia, solía pensar que solo era un fracasado sin futuro, pero todo se estaba dando lentamente, en ese instante me creía una especie de dios omnipotente, nada podía salir mal en ese estado de inconsciencia egocéntrica. Al salir del establecimiento no tenía otra cosa en mente que ver a la chica del café, toda la emoción del momento se apoderó de mí, no había miedos, no existía la derrota en dicho momento; sentado esperando su llegada, no hubo tiempo ni de decir "Hola", no tenía el control suficiente para tal acción
-¿Te gustaría salir un día conmigo?- pregunté sin tanto preámbulo mientras ella, muda, dio un vistazo a mi persona
-¿Haces algo mañana después de las 17?- preguntó ella sin tanta dilación
Quedé perplejo! Esto no podía estar pasando, la suerte estaba de mi lado ese día, no dudé un segundo en responder que no tenía nada que hacer, por lo que quedamos en vernos una vez ella terminara su jornada. La sonrisa que me brindó en aquel entonces, perduró en mi memoria durante el trayecto hacía mi preciado hogar, sabía que con escuchar su voz todo en mí se habría desvanecido y no me importaría, era feliz y nada más, después de tantos problemas, dudas y desilusiones, era eso que quería... paz, tranquilidad, cariño e instantes de felicidad.
Pero la felicidad es un ciclo, interminable de causas y efectos, quien desata felicidad contrae tristeza en la misma proporción, por lo que el éxtasis de creerme mi propio dios no duró más que eso. Una vez llegado a casa (tramo de unos 40 minutos, a veces una hora) la paz fue raptada por el ruido, sabía que estaba donde pertenecía, a veces me doy cuenta que no es fácil borrar quien uno fue y es; mi familia, compuesta por cuatro hermanos y mi madre (de padres inexistentes no se habla), eran el refugio que devoraba cada emoción contraída fuera, en esa jungla llamada "Ciudad". Soy el mayor, por lo que estoy acostumbrado a dividir mi personalidad en cada circunstancia, con cada uno me comporto de manera diferente, sin hacer diferencias entre nosotros, de chico aprendí a brindarles el amor y la libertad que nunca quise o toleré aceptar de otros, tenía que ser fuerte por mamá. Mi madre, una persona de personalidad chocante, o te ve igual o menos que ella, a pesar de las discusiones que podría haber entre nos, contábamos el uno con el otro, sin importar que; me esperaban con la mesa preparada para almorzar, habían hecho milanesas con puré, mi plato favorito, todos muy emocionados (desde el día viernes que no daba señales de vida), así que nos dimos un abrazo grupal con mis hermanos y les conté acerca del trabajo nuevo, se sorprendieron todos en la mesa al ver que estaba dando vuelta la página e intentaba progresar nuevamente.
La noche se postraba en mi ventana, dejando a la luna en un punto ciego para que no pudiese acompañarme, mientras leía mis notas y escribía unas nuevas, sus ojos volvían a mí, dando lugar a la inspiración. Nunca había escrito tanto en mi vida como esa noche, la mayoría era basura, pero de cada diez escritos, podía al menos tomar tres o cuatro, lo cuál me hacía sentir orgulloso nuevamente; no había tiempo para descansar, necesitaba volver al ruedo luego de un año sin escribir ni leer nada, para generar más problemas tenía mi propia autoexigencia, la cual nunca cedía el conformismo que necesitaba para un descanso tranquilo. Finalmente logré redactar unos escritos que tenía en mente, pero cada vez que los leía, sentía que ella estaba ahí, en cada bella frase descriptiva, tenía que dejar de pensar por un rato. Eran las 3 A.M y mis ojos palpitaban de tanto esfuerzo, caí rendido en la cama con una ultima imagen en mi retina, una estrella que sentía observándome, ese fue el final de una vida pasada.