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3800 Words
Tres años antes: enero 2013, en Barranquilla- Colombia Mi historia Estaba ingresando a décimo grado ese año, cómo debía ser. A mis casi catorce años, siempre había batido un récord como buen estudiante porque era aplicado, responsable, los profesores siempre me tenían en cuenta para todo. Hasta el anciano decrepito de filosofía, no hacía nada más que decir: “Nico, venga a ayudarme”, al igual que el profesor de matemáticas y lenguaje. Me gustaba estudiar, se me hacía muy fácil y es que debía esforzarme, era lo mínimo que podía hacer para darle un poco de felicidad a mis padres, que tanto la merecían ante la situación tan precaria en que vivíamos, casi rozando la miseria y lo sabía, podía estar un poco chico, pero estaba todo el tiempo consciente de nuestras carencias, de lo mal que la pasábamos y que nunca las cosas parecían mejorar ni un poco. Digamos que mis únicos buenos momentos eran en la escuela, cuando leía algo en la biblioteca u obtenía un nuevo reconocimiento porque en casa, no sólo con la situación económica, sino la falta de recursos para estudiar o siquiera entretenerme, lograba en la escuela al menos pasar el rato y despejar la mente de las cosas que debía vivir. Vivía con mis padres y afortunadamente se amaban, la situación económica no afectó jamás el amor que sentían el uno por el otro, lo cual era grandioso y me hacía ilusionarme, desear tener alguna vez algo así para mí, sería como un sueño. Papá tenía unos cuarenta y tantos, era de estatura promedio, un poco gordo y con asomo de calvicie, trabajaba en el norte de barranquilla, en el área de construcción, siempre fue bueno en los números y trató de estudiar contaduría, pero nunca pudo terminarla al ser una carrera tan costosa. En fin, en el trabajo de papá, su equipo estaban terminando un nuevo complejo residencial en villa carolina, que era lo que siempre hacían, construían viviendas para la gente pudiente de la ciudad. Por otro lado Mamá, no podía trabajar, era invalida de nacimiento y esto siempre fue un problema para ella, siempre vivió acomplejada a raíz de su discapacidad, pero mejoró su autoestima un poco cuando conoció a papá, quién siempre la hizo sentir hermosa y se lo decía en todo momento. En verdad lo era, mamá era una mujer preciosa, la más bella que haya visto jamás. También conformaba mi familia mis dos hermanos mayores, quiénes no heredaron nada de mis padres. Ambos, eran una peste, eran peor que tener hemorroides con diarrea, una verdadera carga económica para mis padres y es que sirvieran para algo se podría justificar el ser una carga a esa edad, pero no. Eran unos inútiles y lo peor, es que todos lo podían notar, es que se olía la falta de talento o inteligencia desde lejos, lo cual era muy vergonzoso, pero a ese par les importaba poco o nada, solo se querían ellos mismos y bueno, tenían un enorme ego y autoestima que no cesó jamás de crecer. Felipe tenía veintitrés y Juan Andrés veintiuno, ambos similares en tamaño y forma de ser, eran temidos por todo el vecindario y sus alrededores por sus andanzas. Creo que por este motivo, nadie se acercaba a varios metros de mi o de nuestra casa, lo cual a veces era bueno o si no, me abrían atracado ya mil veces al vivir en un vecindario tan nefasto. Eran ese par, los que le vendían droga a toda la pestilencia cercana y surgía un gran interrogante, ¿qué hacían con el dinero? ¿en qué invertían las ganancias? Era un misterio. Probablemente se lo gasten en putas y guaro barato. Mis padres sabían muy bien a qué se dedicaban este par de soperutanos, es que se notaba desde lejos lo que hacían. Por supuesto, eran atracadores conocidos, es que robaban a todo lo que pudiera moverse y lo peor, es que jamás han recibido consecuencia alguna, siempre se han salido con la suya y se jactan de ese hecho, lo cual aumentaba sus egos. Ambos estaban llenos de tatuajes baratos, usaban ropa horrorosa como de raperos decadentes y tenían el cabello parado, tieso, espantoso y decir que eran poco inteligentes, sería un halago. Después de la primaria, ambos abandonaron los estudios por gusto y jamás desearon retomar la escuela, es que ni el bachillerato por ciclos que cualquiera lo pasa, creo que quieren pasarse por la vida sin saber siquiera hacer una división. Entre los tres, yo era el mejor parecido, tanto porque no tenía tatuajes baratos y ordinarios o ropa de criminal, sino por mi físico. Heredé la belleza de mi madre, tenía cejas gruesas, piel blanca igual que mis hermanos, cabello marrón que muy poco cortaba porque nunca había dinero para llevarme a un peluquero, así que siempre lo tenía largo y eso me causaba problemas en la escuela, ojos miel y muchas pecas, esto último fue lo único que heredé de mi padre aparte de mi baja estatura, que es cosa de la familia paterna. Soy realmente minúsculo, es una porquería y a toda hora, mis hermanos se burlaban de mi tamaño, hasta me hacían caricaturas y me daban unas enormes ganas de aplanarlos. En casa, siempre había peleas y gritos, no entre mis padres, porque como mencioné, ellos se amaban y entre ellos muy poco discutían. Era más bien entre ellos y las lacras (mis hermanos). Era algo que siempre sucedía y no había forma humana de impedirlo, jamás estarían de acuerdo con sus acciones y por supuesto, ese par jamás iban a cambiar, creían que jamás recibirían ninguna consecuencia por lo que hacían. Ojalá se los llevara un arroyo… y lo peor era que los malditos se creían graciosos, no daban risa, daban una profunda ira y la vena de mi frente siempre quería estallar cuando los escuchaba hacerse los chistositos. A veces se les daba por rimar las frases, eso me irritaba al máximo y lo peor, es que lo hacían al unísono, como en un canto realmente lamentable, como esa vez que les dije que tenía sangre azul porque venía de la realeza de Inglaterra, pero lógicamente lo dije bromeando, y ellos, se rieron en mi cara y me enojé, por lo cual los escupí, e irritados, me dijeron: “Oye tú, pillo, te voy a dejar la cara como a un rastrillo”, así de pobres y sin sentido eran sus rimas o más bien, su lenguaje en general. Hubo una ocasión en que llegué a la escuela con tan solo un pan de bocadillo en el estómago y cona un “jugo de banano”, aunque eso era más bien: dos litros de agua y medio banano, sabía horrible, estaba simple y me daban ganas de suicidarme el tener que beberlo, pero era mejor que beber del agua caliente del grifo, no tenía de otra. No me quejé y las lacras por el contrario sí lo hicieron y fue conmigo, como si yo lo hubiese sido quién lo preparó, me dijeron: “Oye tú, este jugo de banano, parece batido con tu ano” y a veces se burlaban de mi físico, no era que me molestara, al contrario, me resultaba gracioso, excepto cuando lo hacían delante de todos. En otras ocasiones también me iban a recoger a la escuela, pero solo lo hacían para coquetear con mis compañeras y por supuesto, escogían a las que fueran como ellos, o sea sin escrúpulos o vergüenza, las coletas. Así a los catorce años me convertí en tío, Juan Andrés embarazó a la Paulina, una compañera de clases que se había dedicado a fastidiarme todo el bachillerato. Ella era delgada, tal vez demasiado y usaba muchos aretes por todo el cuerpo, tenía tatuajes medio simpáticos, pero su cabello, era lamentable. Era n***o, rosa, azul, no lo sé, parecía un avestruz y cansaba a la vista. Nunca la vi antes con ropa decente o con buenos modales, no era esa clase de persona. Era mala conmigo y con todos, al menos con esto creí que estaba recibiendo su merecido, pero no, no fue así, estaba muy equivocado. Lo que sucedió después de ese nefasto cruce de genes, es que mi hermano ante la plebedad y pobreza, la llevó a vivir a casa con nosotros, ahora somos el perfecto ejemplo de un hogar tercermundista. Para eso la embarazas, infeliz. Cada vez el dinero alcanzaba menos, es que, para papá, mantener a siete personas sumando a Paulina y el bebé, no era nada sencillo. Juan Andrés por supuesto, no le daba dinero a ella para los gastos del embarazo y es que ni respondía en absoluto por el mismo, todo se lo daban mis padres aún cuando el atracaba y hacía negocios turbios, pero nunca aportó un peso en casa y al ver como la situación se iba más rápido a la mierda, no tuve más opción. Una ocasión, vi a mi madre llorar al no tener ni una bolsa de arroz para hacer de comer y lloré al verla así y lo supe, no tenía de otra. Allí fue cómo me dejé convencer de mis hermanos e ingresé en su mundo, pero lo hice más por necesidad o al menos así es como lo justificaba en mi mente, pero vamos, era un niño aún, ¿qué otra cosa podía hacer o pensar? Necesitaba dinero rápido y de inmediato. Realmente no lo hice con mala intención, solo quería ayudar a mi familia, en especial a esos dos miembros que más lo necesitaban, mi mamá para costear sus tratamientos musculares y Mariana, mi sobrina recién nacida, quién era preciosa y no sé cómo, con esos padres con tremendas caras lamentables. Mis hermanos por supuesto, aparte de atracar, también estaban en cosas realmente turbias y todos lo sabíamos, no era un secreto para nadie y menos, cuando a veces guardaban su “mercancía”, debajo de las camas o incluso, en los árboles del patio. El primer día que los acompañé a vender drogas, cambió mi vida y mi forma de pensar para siempre, no volví a ser el mismo desde ese momento, algo en mí se rompió y los pedazos jamás volverían a unirse. Llegamos esa noche a la ciudadela, un vecindario que queda al sur de la ciudad, limita con el estadio metropolitano de futbol y más allá, termina la ciudad y empieza Soledad, un municipio. Justo en frente de este estadio, el mundo tiene un color diferente a media noche. Todas las discotecas de mala muerte del frente, querían explotar de la cantidad de gente al ser un viernes de quincena. De lejos se notaba el mal ambiente, tanto por el tipo de gente o no lo sé, algo en el lugar me hacía sentir muy incómodo, tal vez es que todos eran realmente mayores que yo y no debería encontrarme aquí, pero ya había decidido venir, no tenía de otra. La música retumbaba en mis oídos, porque era tan fuerte, que sentía mi pecho vibrar. Todo era muy colorido, con luces intermitentes, hacía un calor sofocante y había ladrones por doquier, absolutamente genial. Gente del gremio de mi familia. Mis hermanos me presentaron a unas personas y luego entramos a una discoteca que no recuerdo el nombre, solo sé que afuera había muchas palmeras, luces amarillas y un decorado estilo Hawái o algo similar. Adentro, había sillas y mesas de madera, flores en todos lados y mucho color y vida. La música era tan fuerte que se me dificultaba hablar con mis hermanos quienes habían empezado a repartir pequeños sobrecitos transparentes a unas personas que se les acercaban de una manera muy discreta, así mismo recibían unos treinta mil o cuarenta mil pesos por cada uno. Unos tenían un polvo blanco que no sabía que era, otros una o dos pastillas azules, blancas o rosadas. Qué eran o qué causaban era un misterio para mí, pero todos parecían muy excitados ante la idea de comprarles. La gente danzaba al ritmo de la electrónica, se mezclaban sus cuerpos sudorosos con las fuertes emociones y el olor a alcohol era sofocante, me desesperaba. Estaba sentado junto a mis hermanos cuando me empecé a marear, unas mujeres de muy dudosa reputación que estaban a mi lado fumaban algo que olía raro, como a incienso o canela, no sé y no me gustaba la manera en que me miraban, como si quisieran devorarme, me perturbaba al extremo. Entonces me puse de pie para salir un momento, porque estaba empezando a desesperarme y realmente necesitaba respirar otro aire antes de que me desmayara, todo me abrumaba y me sentía muy pequeño en ese mundo de gente bailando, fumando y drogándose, es que, si esta es la vida adulta, en verdad jamás desearía crecer. Era algo que ni sabía que existiera. Le dije a Pipe que me acompañara porque a pesar de que peleara con esos dos, eran mis hermanos y por alguna extraña razón, me sentía protegido por ellos y sé que ellos siempre me protegerían, porque ya lo han hecho antes muchas veces, pero en ese momento, estaban hablando con una pareja que iban a comprarnos esos sobres y por supuesto, no iban a perderse esa venta cuando a eso habíamos venido. Caminé por el lugar y me detuve e intenté salir por la puerta del frente, pero no fue posible, había un mar de gente acumulada intentando entrar, entonces retrocedí. Debía haber una salida por atrás. Aproveché mi baja estatura para pasar agachado y desapercibido entre la multitud, me metí por los baños y hallé una salida, era una puerta blanca misteriosa que estaba manchada por la humedad y garabatos de aerosol n***o, también tenía muchos anuncios. Me golpeó el calor de afuera al salir del aire, pero fue muy reconfortante, porque ya no se sentía el olor a alcohol, cigarrillos y demás, tampoco había tanto ruido, es que casi no había y suspiré, en paz. Analicé el lugar. Del otro lado, había un callejón oscuro bastante largo, también unos contenedores de basura muy grandes y al frente una gran pared deteriorada. Me senté en la acera y vi a dos personas, era un hombre calvo, llevaba una camisa azul, un pantalón clásico blanco y una boina en la cabeza, era algo obeso y calculo que tenía alrededor de cincuenta años o un poco menos. Junto a él estaba una mujer que parecía hombre por la forma en que estaba recostada en la pared, era algo delgada, pero muy voluptuosa, parecía operada o bueno, he aprendido a reconocer eso por las revistas pornográficas que me enseñan mis hermanos quienes son expertos en el cuerpo femenino. Esta mujer era más alta que él, tenía el cabello rojo bastante largo, anteojos, un sombrero caqui y un vestido morado corto de mangas largas. Eran gente muy extraña, como del tipo alternativos, porque adentro de la discoteca, solo vi coletos y putas de centro. Cuando me senté al querer estar afuera por un rato alejado de todos, sentí que me miraron y los miré también, alterado. Se secretearon algo entre sí, no tenía idea de qué podían estar hablando y acto seguido se acercaron a mí, me asusté, pensé en correr, huir, pero ya estaban muy cerca como para escaparme. -¿Tú eres el que viene con Pipe y Juancho?- Me dijo la mujer, en un tono coloquial, como si me conociera. Asentí. -Sí, ¿por? ¿quieren comprarme algo?- Pregunté con la voz temblorosa, intentando escucharme lo más tranquilo que podía, si es que era posible. -¿Tienes perico?- Preguntó esta vez el calvo. -¿Qué es eso? -Es lo que tienes ahí- Me dijo ella señalando un sobre que tenía en los bolsillos. Luego, después de pagarme, sonrieron y inhalaron esa cosa de olor raro delante de mí. Rodé los ojos, incómodo, porque estaban muy cerca de mí. Pensé que se irían luego de comprarme, pero se quedaron diciéndome cosas que francamente, no me interesaban y parecía que no tuviesen intención alguna de irse. Maldición. -Eres muy lindo.-Comentó el hombre, mirándome fijamente y lo fulminé con la mirada. -Tú no lo eres.-Respondí en seco. -¿Perdón? -Dije que tú no lo eres.-Me miró extraño y rodé los ojos. -¿Qué edad tienes?-Preguntó ella. -18.- Mentí, ni sé por qué lo hice. -No, eres un nene todavía, tienes a lo mucho como trece.-Dijo él. -¿Eres virgen niñito?-Preguntó la mujer y todo mi cuerpo se tensó de inmediato. -Debo irme.- No sé por qué, pero me sentí muy incómodo y nervioso, tenía muchas ganas de llorar, estas personas me daban mucho miedo y sentía que debía alejarme lo más rápido posible de estos dos. -Chúpamela.-Dijo el tipo en seco y me quedé paralizado por completo. No dije nada, estaba petrificado, así que me puse de pie y corrí torpemente, estrellándome con la puerta, ya que estaba cerrada con llave y no lo sabía.- Vamos niño, ¿Cuánto quieres? ¿cincuenta mil o sesenta mil? Aprovecha, seguro nunca has tenido tanto dinero, se nota por tu ropa tan deplorable. -No sé de qué hablas, pero ¡no te haré nada!-Grité alterado y mi corazón empezó a latir con fuerza, me costaba incluso respirar. Nunca sentí tanto miedo antes, estaba completamente aterrado. -¡Si lo harás!-Sentenció y acto seguido sacó un arma negra, me apuntó con esta y creo que mi corazón dejó de latir esos instantes. -Pero primero déjamelo a mí.-Dijo la mujer entre risas. Yo estaba llorando del terror, no podía articular palabra alguna, mi garganta se cerró y todo mi cuerpo temblaba, esto no podía estar sucediendo, no a mí, no lo merezco. El me agarró fuertemente del cabello y puso su arma en mi cuello, me llevaron a rastras hasta una puerta metálica que estaba cerca, a unos cinco o seis metros de distancia, era como una bodega o despensa de una de las discotecas. Me hicieron entrar, el lugar era demasiado frío, estaba alumbrado por una bombilla amarilla y había muchas cajas, bolsas y basura, olía a cartón. La mujer cerró la puerta y lucía tan alegre y excitada ante lo que iba a ocurrir, cuando yo quería morirme. Ambos sonreían y sus sonrisas, siempre las recordaría, no lo podría olvidar. No sé qué me harían, pero no creo que pueda salir vivo de esta, no hay manera, ya estaba seguro de eso, es difícil explicar el pánico que me invadía en esos instantes, no podía ni mirarlos, mis rodillas temblaban y las lágrimas corrían por todo mi rostro. El hombre jaló una silla, se sentó en frente de nosotros y la mujer me miraba con una leve sonrisa que no se iba, no dejaba de sonreír. Luego ella se acostó en el piso, bocarriba, encima de un viejo colchón inflable que estaba en el piso que olía a humedad. Él solo miraba, como un espectador esperando la función y yo cerré los ojos, como si así pudiera escapar de lo que iba a ocurrirme, pero no, nadie me salvaría, estaba solo y muy tarde fui consciente de este hecho. No sé cuánto tiempo pasó, pero luego, la chica se sacó la ropa interior, era azul y desvié la mirada, no quería verla. Era repugnante. -Ven niñito, chúpamela.- Me dijo y yo no podía creer lo que escuchaba, no quería hacer eso de ningún modo, solo quería irme a casa y acostarme al lado de mi madre, pero ella estaba lejos y no iba a poder protegerme. -¡Vamos hazlo!- Gritó el quien se había levantado de su silla para empujarme al ver que yo no hacía nada, me hizo poner de rodillas. Sacó su arma y me indicó lo que debía hacer o me mataba, lo dijo en palabras textuales. No tuve más opción, me acerqué lentamente hacia ella y él, se sentó de nuevo para mirarnos. La chica subió sus piernas sobre mis hombros y empecé a lamerla. Sentí pánico, asco, terror, rabia, todo, todo, eso no era justo. ¿Por qué eso me pasaba a mí? ¿qué podría haber hecho para merecer que algo como esto me estuviera sucediendo? Era horrible, no podía dejar de llorar, pero debía controlarme o el hombre volvía a amenazarme e incluso, me golpeaba. Ella me miraba con ojos deseosos, gemía muy fuerte, era una sensación diferente, tenía un sabor extraño, como agrio, pero no tanto, me daban ganas de vomitar y quería irme, pero jamás me dejarían hacerlo. Él se había sacado su m*****o y había empezado a masturbarse, pero trataba de no mirarlo a él, tampoco a ella, creí que así dolería menos, pero se sentía muy mal y nunca en mi vida lo podría olvidar. Me sentía humillado, acabado, quería que mis hermanos llegaran a buscarme, pero nunca lo hicieron, también quería correr, pero no podía, me volarían la cabeza si lo hacía. Ella con sus manos empujaba mi cabeza más hacia ella, impidiéndome bien respirar o moverme, me hacía ir muy rápido. Todo era muy desesperante, sus gritos, su respiración agitada, peor cuando me hizo introducirle mis dedos, me hacía hacerlo muy rápido. Luego él se acercó a nosotros y me desabrochó los jeans, sacó mi m*****o y empezó a lamerlo. Traté de mirar a otro lugar, pensar en otra cosa, aunque era imposible, menos con su boca asquerosa en mí, o sus manos, que tocaban todo mi cuerpo, haciéndome sentir tan bajo, tan pequeño y miserable. Traté de mirar a otro lugar, lo que fuera, pero luego, vi la silla donde él estaba, había olvidado su arma allí, así que, en un impulso, tomé valor y corrí hasta ella como pude. Él se fue detrás de mí y me empujó, pero yo ya había tomado el arma, así que cerré los ojos y le disparé, la bala impactó en una de sus rodillas. Ella gritó pidiendo ayuda, luego se fue hasta mí y me empujó, caí encima de unas cajas. Cerré de nuevo los ojos y le disparé en el hombro. Abrí la puerta y salí corriendo, lo más rápido que podía, no podía dejar de llorar y llevaba el arma en mis manos, porque no podía dejarla ahí o eso creía, no podía pensar con claridad en ese instante. Lo único que podía hacer es correr y correr lejos de esas personas malvadas, pero luego, una voz familiar me regresó a la vida. -¡Nico!- Gritó Juan Andrés desde una esquina. Corrí hasta él y lo abracé, me desplomé a llorar a mares.-Llevamos rato buscándote, ¿qué sucede? Luego se acercó Pipe corriendo, parecía que llevaban mucho tiempo buscándome. Se alteró mucho al verme llorar y luego, notó lo que traía en las manos. -¿Por qué tienes un arma?
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