—¡Oh, señorita Clarisse! Pensé que se había ido. —Escucho la voz de Antonella en cuanto abro la puerta. —¡Por Dios, Antonella! —chillo asustada ante la idea de que haya visto salir a Dante de aquí solo hace unos minutos—, c-creí que estabas con el resto de los empleados. —balbuceo, mirando a un lado y al otro. —¡Lo siento, señorita Clarisse! Baje a despedir a su padre y justo cuando usted salía yo iba llegando. —En mi fuero interno agradezco mi buena suerte y coloco mi mano en mi pecho donde mi corazón aún late como caballo desbocado. —No te preocupes Antonella, puedes retirarte, nos vemos el lunes. Descansa por favor. —Gracias señorita Clarisse. ¿Se encuentra bien? Le tiemblan un poco las piernas. —inquiere un tanto preocupada sosteniéndome del brazo cuando paso a su lado. —¡Maldito
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