Takeda observaba al hombre que agarraba a Merlyn del hombro mientras que Varkolak se ponía en pie en aquél ventanal aún de espaldas a ellos. La tensión parecía poder cortarse con un cuchillo, y el miedo que recorría el cuerpo de la joven elfa la hizo quedar inmóvil. —Merlyn, ¿Estás bien? —preguntó el chico lobo con un tono de voz propio de una bestia. Merlyn lo sintió; su sangre ardía en rabia y furia por aquel enemigo que llegó tan rápido que parecía una simple sombra. —Estoy bien… Tengo una espada sobre mi espalda. No quiero morir aquí… Varkolak suspiró, casi aliviado de que aún estuviera intacta. Masticando sus palabras cómo si le doliera decirlas, miró de reojo a Takeda. —Tonto espadachín, sácale ese tipo de encima. A tal velocidad que desapareció de la vista de Merlyn, el samur

