capítulo 2

1646 Words
Tras varios días de viaje en la incómoda carroza, cuyo exterior parecía que dentro viajaba la realeza, llegaron a la capital del reino. Durante el viaje, Merlyn no había dicho una sola palabra, y aquella mujer tampoco había hecho el intento de sacarle conversación o de intentar calmar sus nervios. Cuando su pequeño pie tocó el adoquín de la calle, se sintió como en una enorme jaula de la que jamás iba a poder escapar. Sabía que le esperaría una vida casi de esclavitud sólo por la sangre que en sus venas corría. El carruaje se marchó, dejando allí a la pequeña y a Margoth, de pie a su lado con su porte intimidante. Frente a ellas, un enorme edificio de piedra similar más bien a un pequeño castillo, esperaba impaciente la entrada de Merlyn. —Esta es la casa Grimmdoth, descendientes de grandes guerreros. Aquí en Nebrea, capital del reino de Zaphyria, es donde deberás aprender el arte de la guerra y la magia. Pero te advierto que morir es muy sencillo, así que si fuera tú, me aplicaría desde el primer día. Avanzaron entonces mientras Merlyn daba un último vistazo al exterior, pues sentía que no volvería a verlo en mucho tiempo. Sólo pudo ver una taberna, varias casas más y un pequeño mercado a lo largo de toda la calle, donde la gente se estaba agrupado en busca de alimentos o abrigo. En las paredes de la casa Grimmdoth, unos estandartes morados con un león bordado en oro, símbolo de la casa, bordeaban toda la entrada. Unas escaleras de piedra tallada al fondo darían acceso al segundo piso, el cual, las barandillas de piedra también podían ser vistas desde abajo, por lo que cualquier persona que mirase desde ahí, verían a la pequeña asustada e intentando aparentar ser fuerte. «Sígueme» apremió la señora Margoth mientras cruzaba el enorme recibidor y la dirigía a mano izquierda de las escaleras, donde un pequeño pero amplio pasillo la llevaba a lo que sería el salón, con el mismo estandarte, esta vez más grande, coronando toda la pared dónde se encontraba una gran chimenea, y varios sillones de piel junto a una pequeña mesa de ébano. En el mismo salón, un poco más apartado, un enorme ventanal de vidrios de colores dejaba espacio para un pequeño asiento, excavado en la piedra. Ahí, un hombre aparentemente joven estaba sentado observando el pasar de la gente tras la ventana. —Míralos, Margoth. Esas personas que piensan que sus vidas son importantes que las nuestras… simples humanos sin ambición, sin futuro… Me repugna tener que compartir el mundo con esa basura. —Estoy de acuerdo con usted, señor, sin embargo creo que aquí vengo con algo más interesante. Aquél hombre miró hacia la señora, y sus ojos pasaron directamente a Merlyn, que estaba de pie junto a ella, sin decir una sola palabra. El hombre, de largos cabellos negros y piel pálida, se puso en pie, clavando sus ojos rojos como el mismísimo infierno en la niña. —¿Es ella? —preguntó esbozando una sonrisa de triunfo. —Así es, señor Grimmdoth, es Merlyn, la última elfa. Por desgracia es medio humana, pero estoy segura que podremos potenciar su sangre y hacerla útil para el reino. Observaba detenidamente a esa niña indefensa, débil y asustada, y se acercó a ella a paso lento, llevando sus manos a la espalda. —Soy Güjah Grimmdoth, señor de esta casa. Afines al Rey Demesth y alta cuna de la nobleza. Bienvenida al que ahora también será tu hogar. Sus palabras parecían sonar acogedoras, pero Merlyn sentía como cristales clavándose en su piel, el peligro de esos ojos. Sabía que no iba a ser feliz, pero haría lo posible para sobrevivir en memoria de su padre. —Gracias, señor —dijo intentando sonar confiada. —Margoth, llévala a su habitación, a partir de mañana comenzará su adiestramiento. Y asegúrate de que se alimenta bien. —Sí, señor Grimmdoth —respondió la señora y se dirigió había una puerta en el salón cerca de la chimenea—. Vamos, no tenemos todo el día. Merlyn la siguió, cruzando un pasillo y varios salones hasta llegar a una parte de la casa donde cuatro puertas, dos a cada lado del pequeño pasillo, daban final a su avance. «La tuya es la número tres, la del final del lado derecho » dijo Margoth mientras se marchaba—. Tus pertenencias ya deberían estar dentro. Te traerán la comida en unas horas, y mañana al alba, empezaremos. La pequeña entró a la habitación, la cual estaba forrada en pieles, como si fuera una especie de almacén. Una cama grande y polvorienta descansaba en el centro de la habitación, la cuál sólo tenía unas velas en la pared como iluminación, pues ni ventanas había en ella. Varios baúles y mesas antiquísimas rodeaban las esquinas de la habitación, llenos de libros y pequeños frascos de cristal vacíos. La pequeña, se acercó a la cama donde ya habían dejado la poca ropa que pudo traer, y se llevó la mano al cuello, para comprobar que su colgante seguía ahí. Serían años duros, y tenía miedo de lo que pasaría a partir de ese momento. Lo más fácil sería intentar no cometer ningún error para no terminar muriendo, y poder algún día, escapar de aquél lugar. Cansada y sintiéndose sola como nunca antes había estado en sus seis años de vida, se tumbó sobre todas las pieles de aquella cama y durmió hasta qué horas después, llegó su comida. *** Merlyn no sabía si era de día o de noche cuando Margoth entró a la habitación al grito de «arriba, es hora de empezar a trabajar ». La pequeña, aún con sueño, se incorporó rápidamente y se dirigió a la puerta. —Tenemos mucho que hacer, y el señor Grimmdoth ha permitido que te quedes en esta casa, así que no vayas a fallar a su confianza o acabarás muy mal, tenlo presente. La niña asintió, no quería mostrar debilidad ante esa fría mujer. —¿Qué es lo que aprenderé aquí? —preguntó mientras llegaban a otra parte de la casa que no había visto el día anterior, la cual parecía ser una especie de mazmorras reformadas en un aula tétrica y fría. —Aprenderás a elaborar ungüentos, venenos, pociones, aprenderás a usar la espada, y a ser toda una señorita fuera del campo de batalla, y una guerrera imparable dentro de él. Aprenderás también a despertar tu poder latente, y sobre todo, aprenderás a leer y escribir puesto que una aldeana como tú, estoy segura de que no tiene la menor idea de ello. Ese comentario la ofendió, aunque realmente a su edad no sabía leer muy bien, su padre últimamente la estaba enseñando, pero la forma tan burlesca y ofensiva en el que la mujer habló, le dejaba aún más claro que no eran más que adinerados sin principios. En aquella aula, de paredes frías y azuladas por los reflejos de una fuente de agua brillante en el centro, Margoth y Merlyn de habían detenido ante una de las mesas, que no era más que una gran piedra con el logo de la casa Grimmdoth grababa en el lateral. La pequeña dio un vistazo a su alrededor, y sólo veía cadenas cayendo del techo, varias estanterías con puertas de cristal donde guardaban cientos de vasijas y botes de vidrio y más mesas como la suya, algunas con colmillos de algún animal, papel amarillento o rastros de sangre. En la pared frontal, había otra larga mesa de piedra, ésta, perfectamente diseñada con detalles grabados en el borde referentes a la casa a la cuál pertenece. Una silla de cabecera alta y forrada en cuero rojo sería el lugar donde Margoth se sentaría mientras la niña trabajaba. «Toma el libro que está en aquél cajón de la esquina, y tráelo». Pidió la mujer. La niña, obediente, lo tomó, era pesado y sus hojas parecían estar hechas de piel de oveja. —¿Qué debo hacer con él? —preguntó esperanzada en que no estuviera obligada a leerlo en voz alta. —Vas a aprender a leer con ese libro, está lleno de información sobre los ungüentos y venenos que debes aprender a hacer. Una vez entiendas cada palabra empezaremos con ello —Tras hablar, se acercó a su mesa y tomó una larga vara de olivo—. Para asegurar el aprendizaje y la memorización, cada error será compensado con un latigazo de esta fina rama. Entiende que esto lo hacemos para sacar la mejor versión de tí. Su mirada ardía en deseos de desquitarse con ella, pero Merlyn estaba preparada para hacerlo todo perfecto, aunque minutos después fue testigo de lo difícil que era leer un libro de semejante dificultad. Una hora después, la espalda y el rostro le ardían de cada golpe que había recibido, pero sin derramar una lágrima, aferrándose al deseo de su padre, continuaba leyendo cada palabra y corrigiendo tras el fallo y la corrección de Margoth. Así pasaron horas, días, semanas, donde su único momento de calma era la noche o la hora de comer. Cuando consiguió aprender a leer correctamente, pasaron a desarrollar las pociones que ahí venían escritas, y si fallaba, volvía a sufrir el mismo castigo. Cuando no era esa actividad, estaba aprendiendo a usar la espada y el arco, cuyo castigo por hacerlo mal o no atender a la demanda de la matrona seguía siendo el mismo. Y así, tras golpes, hacerla sentir inferior y tener que aprender a usar la espada, el arco, los venenos y pócimas prohibidas, a comportarse como una dama de la nobleza y aprender a usar su magia latente, fueron pasando los días, los meses y la voluntad de Merlyn en sobrevivir y ser libre, cada vez se hacía más fuerte, por su propio bien.
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