Reyth había encendido la vieja chimenea de la casa, brindando a la estancia un agradable y necesario calor. Lo único que adornaba el interior era una antigua mesa carcomida y decenas de mantas cubriendo el suelo alrededor del fuego. Merlyn tomó asiento sobre ellas y se quitó la túnica, disfrutando de aquél agradable calor. Con el estómago lleno, y fuera del frío de la noche, se sentía somnolienta y tomando una de las mantas más cercanas, se arropó y se tumbó. El joven de cabellos blancos estaba sentado en una esquina de la habitación, apoyado en la pared. Se había cubierto con otra manta e intentaba dormir. —¿Por qué estás tan lejos? Si te acercas más, el calor de la chimenea te quitará el frío —comentó Merlyn levantando ligeramente la cabeza para mirar directamente a Reyth. —Desde

