Prólogo

1058 Words
Chiara Bianco Miro mis manos temblorosas y suspiro pesadamente. El vestido blanco está colgado en la percha esperando ser usado pero yo no estoy preparada para vestirme y aparecer frente a tantas personas que nos esperan. Mi dama de honor me ha dicho que él no ha llegado aún y no es el hecho de que me deje tirada en el altar lo que me tiene así, es el hecho de que no sé si casarme o no. Lo quiero, mi corazón late desenfrenado cuando estoy junto a él y las mariposas siguen revoloteando en mi interior. Lo quiero tanto que me duele y sé que no es sano, sobre todo porque dudo que él me quiera de la misma forma. Se le ha ido la cabeza a las nubes y no puedo culparlo. Está al frente de una de las empresas petroleras más importantes de Rusia. Su familia no quiere que me case con él. No vengo de una buena familia y no tengo dinero, al menos no en grandes cantidades. — ¿Sabes ya que vas a hacer? —Arinka asoma su cabeza por la puerta y junto mis labios en una fina línea. — ¿Se sabe algo de él? — Aún no. El problema de Mark es la m*******a, el alcohol y que está jodidamente perdido. Perdido para mí. — Que lo encuentren, voy a casarme. Cuando llegue, quiero hablar con él —la miro y ella asiente, cerrando la puerta de nuevo y dejándome sola. Estoy en la ropa interior que me compré especialmente para hoy y con los zapatos de tacón puestos. Me levanto y me acerco al vestido, ese que que había encontrado en una tienda de segunda mano. No quería su dinero, no quería el dinero de nadie. Cierro los ojos, recordando cómo lo conocí en aquella fiesta y como conectamos inmediatamente, como si estuviéramos hechos el uno para el otro. O al menos yo lo sentí. Nuestra historia no tiene nada de romántico ahora. Él no es el chico que leo en mis libros: atento, cariñoso y amable. Mark es... Miradas frías. Ha cambiado, todo era muy diferente cuando nos conocimos y los primeros meses en los que me mudé a Rusia. Me siento en el suelo tapizado y muerdo mi labio inferior con fuerza porque no quiero llorar. La puerta se abre y miro hacia ella para verlo entrar en unos pantalones negros de pinza y una camisa blanca. Impone, impone mucho. Es alto y su espalda ancha, esa que no duda en fortalecer en el gimnasio. Su pelo rubio ya va perfectamente peinado hacia atrás y su barba perfectamente cuidada. Se pone frente a mí y se agacha. Nuestras miradas se encuentran y él me mira intentando entender qué pasa. Sus ojos están rojos a pesar de que su iris es azul como el cielo. — ¿Estás fumado? —Le pregunto. Suspira pesadamente y se sienta en el suelo con un poco de dificultad debido a sus pantalones. — Estoy bien —apoya su espalda en la pared y trago saliva. Me siento atraída a él, no puedo evitarlo. — No entiendo por qué te quieres casar conmigo —digo arrastrándome hacia él y sentándome a horcajadas sobre su regazo, necesitando su cercanía — No soy nadie importante, mi familia no es importante no—. — ¿Acaso eso importa? Su voz es tan grave que siempre hace que me tiemblen las piernas. Sus dedos están en mi espalda desnuda y me estremezco. Acerco mis labios a los suyos y, después de mirarlo, lo beso. Es la única manera que tengo de sentir su cariño, cuando me corresponde. No quise llegar a donde llegamos, creo. Pero mi espalda está chocando contra la pared mientras él entra en mí. Nuestros jadeos llenan la habitación y sus fuertes brazos se encargan de sostenerme. Mis brazos están alrededor de su cuello y cuando terminamos, lo abrazo con fuerza, con mi respiración agitada. — ¿Para esto querías verme? Cansada, debido al sexo, me separo de él hasta poder mirarlo y trago saliva. Estoy temblando todavía y él sigue sujetándome con fuerza mientras mis piernas siguen alrededor de su cintura. — Yo me siento ahora mismo como cuando tú fumas—susurro apoyando mi frente en la suya. Él es mi droga. Sus dedos aprietan mi cintura y hago una mueca porque me hace un poco de daño. — Te ayudaré a vestirte. Una vez aseados de nuevo, meto las piernas en el vestido y él, con suavidad me ayuda a subirlo. Abrocha la cremallera de la espalda tocando mi piel con sus nudillos en el proceso y nos miramos por el espejo. Me mira, de arriba abajo. Mi pelo castaño lleva un semirecogido con unas flores y cae por mi espalda y pecho ondulado. Mis ojos marrones están perfectamente maquillados y sé lo que quiere decirme, pero no lo dice. Sus manos pasan por mis brazos hasta llegar a mis manos. Sus dedos rozan los míos y hace una mueca para después separarse. — Te veo fuera. Cuando sale, dejo soltar todo el aire que he estado aguantando y paso las manos por mi vestido. Estoy lista aunque estoy temblando. Camino sola por la alfombra roja de ese gran salón en el que la familia de Mark ha decidido que sea la boda. No tengo a nadie que me acompañe y ni siquiera veo alguna cara conocida en los asientos. Me dedico a mirar a mi prometido, que está recto, al lado, su hermano pequeño me mira con curiosidad, él siempre me ha mirado así, supongo que porque aún no entiende por qué me he metido en esto. Mark tiende su mano y yo la acepto. Me pongo a su lado y sus dedos se entrelazan con los míos. Aprieta mi mano porque estoy temblando y siento los ojos de toda su familia en mi nuca, enviándome cuchillos. No me relajo, no puedo relajarme ni escuchar lo que ese hombre dice, pero cuando me doy cuenta, estamos mirándonos y él ha dicho que quiere casarse conmigo. Es mi turno, ya tengo mi anillo en el dedo y estoy a punto de ponerle el suyo. — ¿Chiara? —Murmura él. — No, no quiero. Pero esta historia no la empezaréis desde aquí, esto lo tiene que contar él.
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