Mila estaba cabreada. Bueno, eso era poco; sentía como si su sangre hirviera al imaginar a otra mujer besando siquiera los labios de su esposo. Esperó abrazada a sí misma con la bolsa de la pastelería, intentando controlarse, pero no pudo. John se acercó y se inclinó. Mila pensó que la besaría, pero no fue así. Abrió la puerta y, como todo un caballero, le ayudó a subir al auto. Mila dejó la bolsa de la pastelería entre sus pies. John intentó ponerle el cinturón, pero ella lo apartó.
—Tengo manos, puedo hacerlo yo sola.
Sin mostrar su irritación, John rodeó el auto y se sentó en su lugar. Se puso el cinturón y, antes de avanzar, miró a Mila. Podía ver la vena en su frente resaltada, y sus labios torcidos de enfado.
—¿Vas a seguir así? A mí ya se me ha bajado el berrinche. ¿Por qué sigue
