Capítulo 7: Tu novia

1181 Words
Marcela Escuché susurros entre Ethan y la supuesta psicóloga una vez que me acomodé en el raro salón de visitas de aquel pequeño pero confortable sofá. Mi madre esperaba junto a la máquina dispensadora mientras la profesional se dignaba en salir luego de encerrarse por varios minutos en la oficina con el pediatra. Detestaba que me hicieran esperar. Al poco tiempo la puerta se abrió y de allí salió una joven alta, sonriente y de cabello pintado. A cualquier hombre le hubiese parecido bonita, menos a mí, porque tenía un aire desagradable que no me inspiró confianza o simpatía. Yo estaba loca, era cierto, pero las locas nunca se equivocaban. –Buenas tardes, lamento la espera. Señora, señorita Praga. Mi nombre es Helena Sala y seré su psicóloga. Helena… Ni siquiera su presentación me gustó. –Buenas tardes –intervino mi madre al notar que no respondí al saludo. Ethan salió de la oficina, como si presintiera mi poco agrado– mucho gusto doctora Sala. El doctor Maroni nos recomendó sus servicios, ojalá pueda ayudar a mi hija. Ella tiene algunos problemas para contenerse. –El doctor Maroni me contó un poco de lo que deseaban tratar. Me gustaría empezar con una charla a solas con la señorita Marcela. ¿Podría conversar con ella en el estudio? Respiré y acepté seguirla solo porque se lo había prometido a mi padre, aunque, sinceramente dudaba que alguien como ella pudiese ayudarme. –Toma asiento. Me dijo y para cuando me miró yo ya estaba acomodada en el sofá.  –Bueno señorita Marcela. Me alegra tenerla aquí por voluntad propia, eso quiere decir que usted también desea mejorar este aspecto de su persona y es el primer paso para lograrlo. ¿Hace cuánto que no asiste a un psicólogo? –Pues, con uno bueno, hace como siete años. Esto no cuenta desde luego.  Asintió con una sonrisa y escribió en una hoja que solo ella pudo ver. –¿Desde hace cuanto considera que tiene problemas de ira? Es decir… ¿En el pasado le resultaba más sencillo contenerse o era igual que ahora? Sus preguntas parecían sin contexto e injustificadas. ¿No se suponía que tenía mi historial clínico? Tuve sesiones con psicólogos desde los trece años, no se tenía que ser muy inteligente para saber que los doctores anteriores detallaron mi situación en esos documentos.  –En realidad, no me enfado todo el tiempo, solo cuando la gente hace preguntas estúpidas como esta.  –Sus ojos pasaron de los apuntes a los míos. Si era tan buena como para guiar a otros en la búsqueda de reducir la ira, asumí que era muy tolerante y regulaba bien sus emociones. La quise poner a prueba– aunque, siempre he creído que no hay preguntas estúpidas, solo estupidos que preguntan.    Forzó una sonrisa mientras trataba de ser indulgente. Mi expresión nula pareció no ayudar en nada. –Ya veo. ¿Sabe? Es muy común sentir que quizá algunos comportamientos sobrepasan sus límites.  –La mayoría en realidad. –corregí– Si estoy aquí es porque se lo prometí a mi padre. Asintió una vez más. –Entiendo… Me gustaría que me contara qué es lo que más le fastidia. Es decir, sé que le desagradan muchas cosas, sin embargo, estoy segura de que debe existir alguna razón o problema que la tenga tan molesta la mayoría del tiempo. –Nada en especial –Negué de inmediato, pero ella no detuvo su ritmo, poniendo el dedo en la llaga– –¿Es por sus hermanas? ¿Es por Jennifer? "Es por Jennifer" La última frase sonó dentro de mí convirtiéndose en una afirmación.  Lo siguiente fue algo que me desconcertó.  Al obtener tan solo silencio de mi parte, la psicóloga frente a mí hizo una mueca involuntaria, quizá propia de ella pero muy parecida al gesto que tenía mi difunta hermana cuando me miraba en medio de las burlas a punto de dar la estocada final para hundirme. Aquel gesto solo me removió desde el interior, tomándome por sorpresa, así que me puse de pie. –Suficiente por hoy, me voy. –Señorita Praga, la sesión aún no acaba. Miré a todos lados, por lo general los doctores solían colgar sus títulos o grados en la pared. Ella no tenía ninguno. –Pues para mí sí. –contesté–  Helena se puso de pie también, el acto repentino hizo que los papeles que tenía sobre el regazo cayeran. En el suelo quedaron regadas varias hojas, incluyendo algunos exámenes que parecían recién calificados y tenían su nombre en la parte superior. –Esto no va a funcionar le dije. Y cuando salí de allí no vi a mi madre por ningún lado, solo a Ethan, preparándose para irse. –¿Marcela? –Me dijo él con sorpresa– ¿Ya acabaron? ¿Tan rápido? –¿Dónde está mi madre? –Tu madre se fue al café de enfrente a comprar algo mientras te esperaba. ¿Todo está bien?  Helena salió de la oficina llamándome y no dejó de hacerlo aunque no le obedecí. Ni siquiera los pasos de Ethan me detuvieron, no suspendí el paso hasta que me tomó del brazo cerca de la puerta principal y me obligó a mirarlo. –¡Marcela! ¡Tranquila! Baja la prisa ¿Qué sucedió allá adentro? ¿Helena dijo algo malo? –su preocupación parecía auténtica, sin embargo, no me importó– –¿Qué sucede? ¡Pues sucede que me trajiste con una psicóloga inexperta que ni siquiera termina la carrera! ¡Me trajiste con tu novia para darle un buen cliente! ¿Verdad? Esto ha sido una pérdida de tiempo, le enviaré un cheque en cuanto llegue a casa. Mis palabras parecieron caerle de golpe. –¿Novia? ¿Dinero? –Me preguntó como si no pudiese creerlo– pero… ¿De qué estás hablando? –No eres sordo, yo hablé claro.  –Marcela, por todos los cielos, no hice esto por el dinero o por beneficiar a Helena. Tu madre me preguntó por una buena psicóloga y yo solo la derivé con la mejor que conozco, ella acabó la universidad hace dos años, está cursando una maestría. –¡Pues bien por ella! ¡Yo ya me voy! –Testaruda. –me acusó– Además, Helena no es mi novia, no tengo nada con ella. Jamás daría recomendaciones por intereses personales.  Lo vi ponerse más serio. Quizá lo había juzgado mal, pero ya estaba hecho, tan solo quería salir de ahí. –Ethan… –Lo llamé por su nombre por primera vez, logrando sorprenderlo– Lo que sucedió hace rato en el consultorio me resultó incómodo, no quiero volver a pasar por algo así. Agradezco tu intención por ayudarme, pero no creo que esto tenga remedio, al menos no tan rápido. Déjame ir, por favor. Mi repentina calma logró que aflojara el agarre en mi brazo. Tomé valor antes de que dijera algo más y salí de allí, en busca de mi madre. Nadie podría librarme de aquel karma, ni siquiera él.
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