Capítulo 5: Tan ingrata

1561 Words
Ethan Invitarla a salir resultaba tentador. Quizá a almorzar o a tomar un copa de vino, aunque, me detenía el pensar que ella era una chica de clase alta y seguramente estaba acostumbrada a gustos lujosos.  Parecía tener un instinto maternal muy arraigado, ya que no soltaba a su sobrina en ningún momento.  –¿Podrías ser un poco más delicado? –me preguntó con seriedad– parece que estuvieras tomando una pelota en lugar de una niña. Respiré hondo, era la quinta sugerencia –orden– que daba en medio de mi labor. –Estoy siendo cuidadoso señorita Praga, sé perfectamente cómo sujetar a un bebé.  Ella pareció mirar a otro lado para contener la furia. Terminé con aquella tortura y al poco tiempo abandoné la casa. Saqué mi auto hasta la calle, pero me detuvo la visión de un hombre escurridizo camuflándose entre las hierbas del jardín. Apagué el motor y esperé paciente, puesto que no era común ver a alguien ocultarse de tal forma.  Instantes luego, Marcela apareció allí, ignorante de toda la situación. La vi buscar su vehículo entre todos los del estacionamiento hasta que el hombre se abalanzó a ella con una cámara en manos. Era Orlando Torcchio, un mal llamado periodista, perteneciente a la revista de chismes Coppola. Mi mal presentimiento acerca de él llegó a ser cierto cuando lo vi, prácticamente acosarla, tomándole muchas fotos y haciendo preguntas sin su consentimiento. Para colmo ni siquiera respetaba que estaba en una propiedad privada. (Dudaba que los Bellini lo hubiesen invitado a pasar) –¡Señorita Praga buenos días! ¿Asiste muy seguido a casa de su hermana? ¿No se supone que ella le quitó el marido?  –¿Pero qué… demonios? –preguntó ella, atónita por la repentina aparición del reportero–  –¿Perdonó a su hermana Jordan? ¿O tiene esperanzas de volver con Alexander Bellini? Ha estado fuera de Italia por casi cinco años ¿Volvió para buscar una nueva oportunidad? ¿Ya tiene algún novio?  –¡Basta! –gritó euforia– Quiero que te largues de aquí antes de que llame a los de seguridad. ¿Quién crees que eres? ¡Periodista de cuarta! ¡Mi perro escribe mejores notas en diarios que tú! ¡Voy a meterte a la cárcel por entrar en la propiedad de mi hermana sin invitación!  –¿Regresó de España para entablar algún tipo de relación con su ex marido? –Regresé de España para poner en su lugar a reporteros mediocres como tú –respondió ella, exasperada– Vi como los ojos de Torcchio se llenaron de ira. Por un momento creí que iba a contestarle de igual forma, pero utilizó una estrategia mucho más efectiva.  –¡Excelente! ¡También pondré en mi nota que es una persona grosera y gritona! Es evidente que todavía siente celos de su hermana y tu ex marido.  Salí del auto en cuanto vi a Marcela levantar la mano como señal de un bofetón que pretendía llegar a la cara del periodista. Ya bastante mal marchaban las cosas con el arrebato de palabras que le había dicho, una agresión podía destruirla públicamente.  –No tiene permiso para estar aquí, mucho menos para dirigirse de esta forma a la señorita Praga –le dije, interponiéndose entre ambos. Marcela se quedó con la palma abierta en el aire, sorprendida por mi aparición– Usted no hace preguntas de manera profesional, está faltándole el respeto.  –¿Y usted quién es? ¿El personal de limpieza de la casa? Oí a Marcela respirar para contener la ira.  –Escucha amigo, sabes perfectamente que no está bien entrar en una propiedad sin permiso. Te daré una oportunidad para que salgas de aquí con tranquilidad, sin causar más problemas. –advertí teniendo la mirada fija del hombre sobre mí– Más te vale no volver a aparecer por aquí, porque ya no estaré yo, si no el señor Bellini y el no parece ser un hombre muy paciente.  –Ah, entiendo, es usted el novio de la señorita Marcela.  Aquel comentario impertinente desató una euforia rabiosa en la castaña tras de mí. Ni siquiera yo pude evitarlo, sus movimientos fueron tan rápidos que en cuanto quise detenerla ella ya había culminado con el acto inicial, plantándole un bofetón en la cara. –¡Marcela! ¡No!  La sujeté para retenerla pero ya era muy tarde, el hombre había sido víctima del ataque y estaba seguro de que esa sería la noticia en primera plana de todos los programas de chismes en Roma.  –¡Suéltame! ¡Voy a matarlo! ¡Voy a matarlo!  –¡Marcela! ¡Cálmate! ¡Basta!  Un flash de cámara nos dejó ciegos por un momento. Orlando disparó una toma de nosotros juntos y miró molesto a mi acompañante.  –Esto no se va a quedar así Marcela Praga. –amenazó e incomprensiblemente, eso me sacó de cuadro–  –¿Te atreves a amenazarla imbécil? Te sientes mucho porque trabajas en un medio de comunicación informal ¿Verdad? ¡Largo de aquí antes de que yo mismo te golpee!  –No se preocupen –susurró con un cierto aire de malicia en la voz– con esto tengo suficiente. –¡Dame esa cámara! ¡Voy a destrozarte ese aparato! Retener a una intempestiva Marcela era como tratar de parar un huracán con las manos. Al ser más delgada y flexible, hizo un movimiento digno de cualquier bailarina de ballet, desatándose de mi agarre.  Su temperamento era incontrolable, incluso me dejó sorprendido la ira con la que actuaba y el impulso que la llevó a quitarle a Orlando la cámara fotográfica para segundos después lanzarla al suelo con la fuerza exacta para hacerla pedazos. –¡Eh! ¡¿Qué demonios has hecho niña estúpida?! ¡Me costó mucho obtener esa cámara! ¡Todavía estoy pagándola!  El rostro del reportero pareció ensombrecerse, para colmo, la actitud brava de la castaña no cesaba. –¡Eso es lo que mereces por hostigar a la gente! ¡Lárgate de esta propiedad o lo haré yo misma a patadas!  Las intenciones del hombre empezaban a subir de nivel, trató de acercarse pese a que Marcela no retrocedió. Leí sus acciones a la perfección. –¡Si das un paso más te juro que tu cara también saldrá destrozada! Ni siquiera te le acerques imbécil…  Me planté frente a él, sirviendo como un escudo frente a ella. No sabía si de verdad planeaba golpearla, pero era mejor evitar problemas.  Antes de que pudiésemos continuar, varias presencias nos hallaron en medio del alboroto.  Vi el rostro del Torcchio ponerse blanco al vislumbrar en la entrada de la casa al mismo Alexander Bellini, acompañado por varios hombres de seguridad. –Orlando… Parece que los años no te hicieron aprender la lección ¿Verdad? Le dijo Alexander y sentí la mano de Marcela sobre la mía, buscando apartarme de la escena. En cuanto obedecí a sus deseos y retrocedí, los guardias abarrotaron al mencionado, disminuyéndolo en el suelo.  –¡Ustedes tampoco cambian! ¡Siguen tratando a los reporteros como delincuentes! ¡Tan solo abusan del poder que tienen! Era increíble que se quejara luego de invadir una propiedad privada y acosar a Marcela.   –¡Deberían meterlo preso! ¡Poner una orden de restricción contra este imbécil! –volví a detenerla, su espíritu de pelea parecía incansable– ¡No te acerques a mi hermana o a mi sobrina! ¡¿Oíste?! ¡Si te acercas a Luciana te juro que te mato!  –Ya Marcela, calma…  Le pedí mientras veía como Alexander se encargó de hacer que sacaran al intruso de nuestra vista. –Marcela ¿Estás bien? –Le preguntó acercándose a ella, aunque manteniendo una considerable distancia– No me digas que agrediste a ese chico, por favor… Era deducible con tan solo mirar la cámara rota en el suelo, sin embargo, era obvio que esos arranques eran propios de su personalidad, ya que Bellini no dudó en admitir un hecho del que no tenía conocimiento. –¡Se lo merecía! ¡Me tomó por sorpresa! ¡Quién sabe hasta donde más hubiese llegado a entrar si no lo detenía! –Vale, tranquila. No pasa nada, me encargaré de que ese maldito no publique nada fuera de lugar.  De pronto su mirada voló a mi persona, era bastante raro verme en un asunto familiar como ese. –Creo que tú también pasaste por un mal momento, lo lamento. Torcchio ya intentó pasarse de listo con Jordan antes y fue demandado, parece que no aprendió la lección. –me dijo, siendo menos duro que de costumbre– –No hay cuidado señor Bellini, solo quise evitar que ese maniático amenazara a la señorita Marcela. Ya veo que se cuida muy bien sola… A ella pareció no agradarle mi comentario. –Marcela, le diré al chofer que te lleve a casa. Gracias por ayudar en este alboroto –me dijo por fin antes de irse– tu sueldo no cubre eventos como este, así que me encargaré de compensarlo. Andando Marcela… La mencionada nunca dijo nada o agregó algo más. Me dedicó una mirada seria antes de caminar tras su cuñado e irse. "¡Ah marcela, eres tan ingrata como bonita!"  Dijo mi fuero interno mientras la veía alejarse.
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