Capítulo 4: Accedería encantado

1102 Words
Marcela –Alexander y yo tenemos una gran noticia para todos. ¡Nos vamos a casar! La enorme sonrisa en mi cara era equivalente al rostro desencajado y casi lloroso de mi hermana menor, Jennifer.  Alexander no levantó la mirada del plato con la cena que ingería, un gesto de disconformidad y poca felicidad ante una noticia que yo presumía.  –¿Qué? –preguntó mi madre sorprendida– No sabía que ustedes estuvieran enamorados… –Alex… –susurró Jennifer, todavía atónita con ese gesto de desolación que me reconfortó el corazón y me provocó una satisfacción inexplicable– Tú… ¿De verdad vas a casarte con ella? "Así es perra. Te gané, él es mío" De pronto, las paredes alrededor cayeron hacía afuera como piezas de dominó. Escuché a mi hermana llorar fuerte y su tristeza no fue tan placentera como la recordaba. Cuando me di cuenta, toda la familia había desaparecido, salvo ella, quien permaneció frente a mí y obtuvo un rostro pálido, cuarteado e inerte, como el de un cuerpo en descomposición. Pese a todo su boca aún se movía y sus ojos permanecieron bien abiertos.  –Estás haciendo todo esto en vano. –me dijo con voz tenebrosa– Podrás estar en su cama pero jamás en su corazón, él nunca te amará. ¡Se irá con otra y serás la vergüenza de toda Roma!  Temblé, la terrible oscuridad empezó a engullirme. Quise escapar, pero me quedé inmóvil. –¡Nunca serás feliz! ¡Nunca! Tu vida será tan horrible como la clase de persona que eres. ¡Mala hermana! Los ojos y rostro de Jennifer se dilataron. Por un momento creí que me ahorcaría o atentaría contra mi vida.  Abrí los ojos cuando sentí sus gélidas y esqueléticas manos en los hombros, subiendo poco a poco. Había sido solo una pesadilla.  Una pesadilla atroz con un recuerdo real convertido en un infierno. La memoria de Jennifer no me dejaba en paz y estaba segura de que nunca lo haría porque nunca me comporté como una hermana para ella.  –Marcela –escuché gritar a mi madre desde las afueras de mi habitación– ¿No dijiste que estarías hoy con Luciana en la visita del pediatra?  Me quedé a medio estiramiento de cuerpo en la cama y apresuré a ver el reloj. Eran casi las ocho de la mañana, el tal Ethan estaría ahí a las nueve.  Abandoné la cama a toda prisa, ignorando el dolor de cabeza y los restos de resaca tras haberme llenado de copas de vino en la galería durante la noche anterior. Afortunadamente la casa de Jordan no estaba muy lejos. Cuando llegué, avisté la figura de Ethan en el cuarto de la pequeña, preparando su equipo de herramientas para la revisión mientras mi hermana paseaba a Luciana por el pasillo en espera. –¡Marcela! –exclamó sonriente al verme. No pude evitar recordar el sueño con Jennifer, ambas eran idénticas– Que bueno que viniste, Luciana te esperaba.  Extendí mis brazos y no dudó en pasarme a la niña. Sentirla conmigo era la mejor parte del día.  –Ese tipo de ahí dentro. –señalé con la mirada a Ethan– Lo estuve investigando, no permitiré que ningún desconocido se acerque a Luciana, no después de todo lo que pasamos. –¿Ah sí? ¿Y qué fue lo que descubrió, señorita Praga? La voz del mencionado hizo que me sobresaltara un poco. Giré sobre mi posición y lo vi parado en el marco de la puerta, oyendo toda nuestra conversación con un gesto de picardía en los labios. –Descubrí que eres un buen especialista, –Lo miré de reojo y con recelo, sosteniendo a mi sobrina con seguridad– bastante joven para tu edad, vienes de una familia modesta y tienes muy buenas referencias. –Marcela, no puedo creer que hayas buscado todo eso.  Me dijo Jordan, sonrojándose.  –Te faltó investigar el lugar en donde cursé la secundaria –se burló–  Detestaba los sarcasmos y sobre todo, las burlas. –Te aseguro que estoy en eso –respondí igual de retadora que la mirada que me envió. Mi hermana pareció sentirse incómoda–  –¿Qué tal si le pido a Ofelia algo de beber? Para hacer de este momento un poco menos… –incómodo– raro… Vuelvo en un minuto, sostén a Luciana, no demoraré mucho.  Su menudo cuerpo desapareció tras doblar el pasillo, dejándome a solas con el pediatra y Luciana.  Nos quedamos callados por un segundo. Se aproximó tras un breve momento y extendió hacía mí un objeto que conocía de sobra, el anillo de la familia. Sentí la sangre abandonar mi cara al pensar que estuve a punto de perder un objeto tan preciado.  –¿Cómo? ¿Cómo tienes eso? –confirmé que era el mío, cuando vi la inicial de mi nombre junto al apellido dentro– –¿No lo recuerdas? Anoche te encontré en la Galería Borghese, estabas un poco pasada de copas mencionando el nombre de tus hermanas. Vomitaste, así que te ayudé a volver con tu tío.  Mi cara obtuvo un color rojizo que no pude disimular ni siquiera con el gesto más digno que tenía. Fingí centrarme en la bebé para evitar contacto visual con él.  –No recuerdo mucho. De todas formas gracias por devolverme el anillo, es una pieza familiar. –Afortunadamente pude verte hoy, planeaba dárselo a tu hermana. Sé que no es de mi incumbencia pero ¿Te sientes mejor? Anoche te veías bastante frustrada mientras llorabas. –¡Claro que estoy bien! Simplemente me pongo algo sensible cuando bebo.  –¿Y por qué bebiste de esa forma?  –Porque se me antojó –respondí sin muchos ánimos– –Deberías tener un poco más de cuidado, digo, en ese estado, cualquier persona inescrupulosa se podría aprovechar de ti. ¿Sueles hacerlo seguido? –¿Y tu eres mi marido o qué? ¿Por qué haces tantas preguntas? Me ayudaste anoche, estoy agradecida, basta de tanto interrogatorio.  Su gesto pareció gélido por mi repentina reacción, arrullé a la pequeña en mis brazos y vi a mi hermana volver a lo lejos.  –No soy tu marido, –me susurró antes de que mi hermana estuviera con nosotros– pero si lo fuese, cosa a la que claro accedería encantado, evitaría que ingieras alcohol en eventos de cualquier tipo. Al parecer eres peligrosa con las copas de vino encima.  Quise refutar molesta, pero Jordan apareció y tras ella Alexander, quien volvió a ignorarme –como siempre– para centrarse en Ethan. 
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