La vio sentada sola, bebiendo esos extraños licuados que le fascinaban mientras comía unos croissant con jamón y queso. Sonrió sin pretenderlo y se acercó rápidamente, o aprovechaba ahora que el otro imbécil no andaba cerca o tardaría más en comentarle aquello que no dejaba de rebotar en su mente. Cuando estuvo a dos pasos de ella la vió levantar su mirada y clavarla en él, transportandolo a tantos años atrás, tantas experiencias compartidas, tantos momentos juntos. —Estoy feliz comiendo mi sánguche —indicó Cló señalando su plato—, así que si vienes por idioteces, te voy a tener que pedir que te retires. —Hola, hermosa —respondió Arton sentándose a su lado, importándole nada aquella provocación gratuita—. Que raro que tu perro no esté dando vueltas por aquí —agregó y sonrió amplio. —Es

