Pedí permiso a Melgarejo para arreglarme y lucir bien en la recepción al embajador de Suecia. Maúrtua me envió un mensaje de texto informándome que mandaba una limusina para llevarme a palacio. Ni modo, me dije, me sentiré una estrella de cine, y eché a reír. Me puse una blusa blanca, una falda verde petróleo hasta la rodilla, pantimedias, zapatos negros, con un taco discreto, una corbata también verde oscuro y mi sastre donde estaban mis galones y mis condecoraciones. La gorra redonda, con la insignia de la institución y la visera negra, reluciente. Previamente me había hecho un moño con mi pelo y me puse pendientes pequeños, redondos, graciosos, pero que no llamaban mucha la atención. Maquillarme me llevó casi dos horas. No quería lucir demasiado pintarrajeada, sino algo más discreto,

