-¿Por qué te dicen "Chupete"?-, le pregunté a Monteza, después de saborear sus labios, embelesada, obnubilada, parpadeando emocionada. Acariciaba febril los vellos de su pecho y con un tobillo sobaba vehemente y encandilada, sus caderas fuertes como una pared. -Siempre me han dicho así, como soy alto, parezco un chupete-, sonrió él. Me gustó mucho su sonrisa, tan varonil, cómplice de su mirada masculina, dominante, fuerte y que me sometía plenamente. Yo me sentía extraviada en un paraíso de colores entre sus brazos, como si fuera un sueño irreal. Me parecía imposible después de tantos sueños, ser al fin suya. -No me gusta, prefiero que te digan Aldo, estoy en contra de poner apodos-, le reclamé. -Pero muchos de los apodos los ponen ustedes-, me aclaró. -No sé, pero no quiero que te dig

