Capítulo 7

862 Words
El capitán Melgarejo me ordenó que fuera a resguardar el escenario donde habían encontrado a un tipo acribillado a balazos, en un basural. -Ya está la gente de homicidios pero hay muchos curiosos que entorpecen las labores-, me gritó dese su despacho. Bertha y Manolo también fueron conmigo en la camioneta. En efecto, habían mucha gente arremolinada. El incidente había sido en la misma frontera de nuestra jurisdicción. Dispuse acordonar la zona y pedí ayuda a una comisaría cercana. Me mandaron media docena de chicos, muy entusiastas que apoyaron en cercar la zona donde estaba el finado. Los peritos de homicidios ya estaban en la escena, también. El sujeto permanecía tendido en los basurales y lo habían recubierto de periódicos. Un técnico que patrullaba la zona, alertado por unos vecinos, "de un hombre que no se mueve", fue el primero que lo encontró. -Le metieron ocho balas, le conté los agujeros mientras espera a los de criminalística-, me explicó. Sudaba. Temblaba. Era la primera vez que veía a un sujeto lleno de huecos. -Seguro fue un ajuste de cuentas-, le dije con las manos en la espalda, detrás del cintillo de seguridad. -Sí, porque estaba bien vestido, tenía su reloj, buenos zapatos. Todo intacto-, dijo él. Pasaron varias horas. El calor estaba horrible, me sofocaba y mis párpados se caían como telón sobre mis ojos. Los curiosos iban y venían y también llegaron algunos periodistas. Todos coincidían conmigo. -A ese lo mataron por soplón-, les escuchaba decir tratando de no dormirme. -¡Sub oficial superior!-, me llamó, entonces, el teniente a cargo de la investigación. -Sí, mi teniente-, me presenté gallarda. -¿Conoce a este tipo?-, me preguntó, levantando uno de los diarios. No lo había visto antes. Su rostro estaba sereno, desencajado, como si no le asustara la muerte. -No señor-, le dije escarbando en mi memoria. El teniente arrugó la nariz. -Tiene mil dólares en los bolsillos, su sortija de oro, es un terno a la moda. No ha sido robo. Lo acribillaron para silenciarlo es obvio-, me fue diciendo el teniente. -Un ajuste de cuentas-, insistí. -Ajá-, estrujó la boca. Me dispuse a volver a mi puesto, cuando vi algo raro entre los basurales. Quería acercarme pero los de homicidios siempre se molestan cuando alguien interfiere porque dicen que "les malogran las evidencias". Llamé al teniente. -Disculpe, señor, allá hay algo-, le dije. El teniente afiló la mirada. Era algo n***o, quizás un cartapacio. Estaba bien metido, escondido, difícil de encontrar, como un bulto sin importancia, entre restos de plumas de gallinas, tripas y muchas cabezas de pollos decapitadas. Lo habían ocultado además con restos de excremento y comida podrida. Nadie lo iba a encontrar nunca. Tuvo asco. Lo vi en su cara. Con un palo largo removió la porquería y al fin apareció una maleta de cuero. -¡Eureka!-, gritó. Se puso sus guantes, lo cogió y lo abrió. Habían muchos papeles. -Garrido estará muy contento conmigo-, le oí decir. Volví a mi puesto. Los olores fétidos me mareaban. Estuvimos varias horas, bajo el sol, hasta que llegó el fiscal. Después de una rápida diligencia, recogieron el cadáver y todo quedó, otra vez, en silencio, vacío y sin curiosos. Solo algunos perros desconfiados que no dejaban de olerme y mirarme. Dejé mi arma en el casillero y me puse a jugar con Cabito, la mascota de la comisaría, un perrito vago al que le damos siempre parte de nuestro rancho y le acomodamos una covachita, en el patio, para que duerma. Manolo había terminado su turno y se había duchado. -¿Salimos el viernes?-, me preguntó. Me hice la interesante. -No sé, quizás, te aviso-, le dije alzando mi naricita, rascándole la pancita a Cabito. -Anda, Feni (así me dice él), dime que sí-, se hizo el niñito. -Ya pues-, corrí mis ojos al cielo. Cuando Melgarejo volvió a gritar como un ogro. -¡Sub oficial superior!- Corrí y me cuadré delante de él. -Sí, señor- -¿Quién era ese muerto?-, se recostó a su sillón. -No sé, mi capitán, nunca lo había visto-, le aclaré. -Pues para que sepa era un asesor de un congresista y tenía copias de chats incriminatorios contras varios ministros por cohecho y colusión-, me relató riéndose. -Eso nos hará fama, señor-, dije seria. -No sea tonta, Sub oficial Superior. Lo que le digo que usted ayudó a prender la mecha-, siguió riéndose Melgarejo, meciéndose en su silla. -Yo solo vi la maleta-, parpadeé. Melgarejo se puso de pie y puso su mano sobre mi hombro. -Es que de eso se trata, Fernanda, estar atentos a todo, no descuidar detalles, por pequeños, intrascendentes o ridículos que sean. Esa maleta jamás iba a aparecer. El sujeto que mataron lo escondió para que nadie lo encontrara, pero usted lo hizo en un segundo. Eso se llama intuición, ojo avizor. Es una buena policía. Su padre estaría muy orgulloso de usted-, proclamó. Me despedí en forma marcial y me volví a jugar con Cabito, despreocupada y recién pensé en lo que me dijo. Sonreí. -De tal palo, tal astilla, padre-, suspiré y las lágrimas empezaron a correr por mis mejillas.
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