El viernes amaneció con una mezcla de emoción y ansiedad que no sabía cómo manejar. En la escuela, todo el mundo hablaba del baile. Los pasillos parecían vibrar con ese aire eléctrico que se siente cuando algo importante está a punto de pasar. Carmina y yo nos reímos mientras repasábamos lo que íbamos a hacer el sábado; su primo nos había dado el día libre para poder alistarnos y ella ya tenía toda una lista de cosas que quería probar en mi maquillaje. Yo solo asentía, entre nerviosa y emocionada.
Cuando la campana sonó para irnos, busqué a Jared con la mirada. Estaba apoyado en su auto, esperándome. Su sonrisa era tan fácil, tan confiada, que hizo que se me olvidaran todos los pensamientos que me revoloteaban la cabeza. Caminé hacia él con una sonrisa tímida, pero apenas me subí, noté que no tomaba el camino habitual hacia mi casa.
—¿A dónde vamos? —pregunté, un poco inquieta.
—Tengo una sorpresa —respondió, con esa voz suave que siempre usaba cuando quería que confiara en él.
—¿Qué clase de sorpresa?
—Solo confía en mí, ¿sí?
Y confié. Como siempre lo hacía.
En algún punto del trayecto reconocí el camino a su casa. Las calles residenciales cada vez más cuidadas, hasta que entramos a la mejor zona de la ciudad, como sacada de revista, amplios jardines, ventanas perfectas, autos relucientes en las entradas. Cuando detuvo el coche frente a su enorme casa blanca, me sentí intrigada porque hacíamos ahí.
—¿A qué venimos a tu casa? —pregunté.
Él asintió con una sonrisa orgullosa, pero sus ojos tenían un brillo extraño, como si esperara algo de mí.
La puerta se abrió antes de que pudiéramos tocar. Una mujer salió a recibirnos. Era alta, delgada y tan hermosa que me costó no quedarme mirándola. Tenía el cabello rubio, recogido en un moño elegante, y llevaba un conjunto de oficina que parecía hecho a su medida.
—Mamá —dijo Jared, abrazándola. Luego se giró hacia mí—. Ella es Elisa. Mi novia.
Elisa. Mi novia. Sentí el corazón detenerse. La palabra “novia” salió de su boca tan naturalmente que por un segundo creí que había escuchado mal. Pero la señora sonrió, me extendió la mano y me dio un beso en la mejilla, como si fuera algo perfectamente normal.
—Así que tú eres la chica de la que Jared me ha hablado tanto —dijo, con una voz dulce, pero tan segura que me hizo sentir fuera de lugar.
—Ehm… sí, señora. Un gusto.
—El gusto es mío, querida. Pasa, por favor.
La casa olía a madera, a flores frescas y a algo caro que no sabía identificar. Me senté en el borde del sofá, intentando no tocar nada, mientras ella hacía preguntas sobre la escuela, los maestros, los proyectos. Respondí todo lo más educadamente posible.
Después de un rato, la señora miró su reloj.
—Debo irme, tengo turno en el hospital. —Luego, antes de salir, se giró hacia Jared con una sonrisa divertida—. Recuerda que hay preservativos en el cajón de tu escritorio.
No supe qué cara puse, pero debió ser horrible porque sentí cómo la sangre me subía hasta las orejas. Jared se rió.
—¡Mamá! —protestó, pero ella ya se había ido, lanzando una carcajada antes de cerrar la puerta.
Me quedé muda. Miré mis manos, intentando encontrar algo que decir.
—No te pongas así —dijo él, tocándome la mejilla—. Es broma, mi mamá es… ya sabes, de esas personas que creen que los adolescentes hacen lo que quieren.
—No es eso… —murmuré, sin atreverme a levantar la vista.
—No pasa nada, Eli. Somos jóvenes, nos gustamos. Sería lo normal.
Su voz era tan suave que me costó decirle que no. Que yo no estaba lista para “eso”. Pero él no insistió. Solo me sonrió, como si lo entendiera.
—Aunque… —añadió con una sonrisa traviesa—. Ya te lo dije, cuando pase, será algo bonito. Especial. Tal vez después del baile.
Me puso aun más nerviosa, y aunque dijo que era una broma, su tono voz tenía algo distinto. Algo que me hizo sentir nerviosa, como si tanteara el terreno , incluso me sentí culpable por no saber qué quería realmente.
El resto del tiempo lo pasamos en su habitación. Me mostró una caja de madera llena de fotos viejas, dibujos, y una figura de acción rota que, según él, había sido su favorita de niño. Habló mucho de su abuela, de cómo lo crió mientras sus padres trabajaban. Su voz se quebró un poco al recordarla, y por primera vez sentí que me dejaba entrar de verdad en su mundo.
Cuando regresé a casa esa noche, no podía dormir. Su voz, su risa, su mirada me seguían a todas partes. También la frase de su madre. Y la broma sobre “cuando pase”. No sabía si me daba miedo, si me emocionaba, o ambas cosas. El baile era mañana y me aterraba que intentará algo. No sabía si era por no estar lista, por inseguridad el temor ineludible de que me conociera totalmente, desnuda y vulnerable.
Me pregunté cuánto tiempo podría seguir diciendo que no, y si el dejaría de interesarse en mi si dejaba pasar mucho tiempo. Y si, en el fondo, era lo que yo también quería.
El sábado amaneció pesado. Tenía dolor de cabeza, las ojeras marcadas, y una sensación de ansiedad que me apretaba el pecho. Tomé el vestido que habíamos elegido y lo guardé en una mochila, junto con mis zapatos y el maquillaje que había podido comprar. Esperé a que mamá saliera.
Cuando escuché la puerta cerrarse, entré a su habitación y abrí el clóset. Elegí un par de zapatillas color plata que usaba en ocasiones especiales. Mientras las guardaba, me pregunté si alguna vez se enteraría de todo esto, y si me gritaría o simplemente no le importaría.
Antes de ir a casa de Carmina, pasé por el centro comercial. Había una tienda de lencería con carteles de colores pastel. Aunque Carmina me había ayudado a elegir un conjunto, era muy pequeño y no me pareció apropiado. Entré, temblando un poco. Una vendedora de cabello rojo y sonrisa amable se acercó enseguida.
—¿Buscas algo especial? —preguntó.
—Sí… tengo un evento... el vestido es corto, tirantes off shoulder, para… un baile.
—Perfecto, tengo justo lo que necesitas.
En cuestión de minutos, me mostró un conjunto con un bra strapless que según ella realizaba el busto y un boxer largo de encaje suave. Dijo que lograba ser sexy y al tiempo era muy cómodo. Me sonrojé solo de sostenerlo. Pagué, pero antes de irme la mujer agrego.
—Si el vestido es corto y tirantes descubiertos —añadió la mujer—, deberías asegurarte de estar bien depilada, ya sabes… por si se nota algo.
No sabía qué responder. Ella insistió, y antes de darme cuenta me había recomendado un lugar “de confianza” donde trabajaba una amiga suya.
El local quedaba cerca. Yo ni siquiera había pensado en eso pero fui. La encargada era una mujer joven, simpática, con voz suave y manos rápidas. Me ofreció un descuento por “depilación completa”. No entendí bien qué significaba hasta que me vi tendida en la camilla, con el corazón acelerado.
—No te preocupes, todas las chicas con novio hacen esto —dijo la mujer, con un guiño, disponiéndose a depilar mi área de "bikini".
Quise decirle que no era por eso, pero ya era tarde. El primer tirón me hizo soltar un grito ahogado. Lloré en silencio, más por vergüenza que por dolor. Al final, cuando me vi en el espejo, apenas me reconocí. Mi piel brillaba, mis cejas tenían forma, y parecía… otra persona.
Salí del local con las piernas temblando y una extraña sensación de ligereza.
Llegué a casa de Carmina una hora tarde. Ella casi se infarta al verme entrar.
—¡Eli! ¡¿Dónde estabas?! Tenemos mil cosas que hacer. —Su voz era una mezcla de emoción y estrés.
La casa de Carmina era cálida, con olor a champú, laca para el cabello y música de fondo. Su madre, una mujer risueña con manos de estilista, me recibió como si me conociera de toda la vida.
—¡Así que tú eres Elisa! Qué linda eres, hija. —Me examinó con ojos expertos—. Ese cabello tiene potencial, solo necesita un poco de magia.
No supe qué decir. Me sentaron frente al espejo y, antes de que pudiera reaccionar, ya me estaban peinando, maquillando, riendo, hablando del baile. Carmina tenía una energía contagiosa.
—Vas a dejar a todos con la boca abierta —dijo, emocionada.
—Lo dudo.
—Te lo aseguro.
Mientras su madre me cortaba unas puntas, un mechón más grande cayó sobre el suelo. Me quedé helada, nunca se mencionó que cortarían mi cabello pero no dije nada.
Cerré los ojos. Recé en silencio para que el resultado no fuera un desastre.
Cuando los abrí, me quedé sin palabras.
Mi reflejo en el espejo era… distinto. El cabello aún largo, con un peinado ondulado, con un brillo natural. Mis cejas definidas, la piel suave, los labios con un tono rosado que me hacía ver más viva. Carmina sonrió al verme.
—Te ves hermosa, Eli. En serio.
—No sé si es para tanto…
—Créeme, Jared se va a desmayar cuando te vea.
Sonreí, aunque por dentro me temblaba el corazón. No sabía si quería que se desmayara o si me daba miedo que me mirara de verdad.
Carmina me prestó unos aretes platas y un perfume que olía a flores y vainilla. Mientras nos alistábamos, me habló de su madre, del trabajo en el salón de belleza y de cómo ella prefería ganar su propio dinero, aunque en su casa vivieran bien.
—¿Sabes? —dijo mientras se pintaba las uñas—. A veces tener dinero no significa tener paz, pero ayuda si es tu propio dinero.
—Eso suena a experiencia.
—Lo es. —Me guiñó un ojo.
La tarde se llenó de risas y complicidad. Por primera vez en mucho tiempo, me sentí parte de algo. No era la chica invisible ni la hija de la mujer histérica, ni la novia del chico popular. Solo era Elisa, una chica común, emocionada por ir a un baile.
Y, por un momento, eso fue suficiente.
Esa noche, mientras esperaba a Jared, me sentía ansiosa. Había tantas cosas nuevas, tantas emociones mezcladas, que no sabía por cuál empezar. Me miré al espejo largo del pasillo y apenas me reconocí.
Era una versión distinta de mi.
Más segura.
Más bonita, tal vez.
Más confundida, definitivamente.
Cerré los ojos, ya no quería pensar. Sería una gran noche.Y aunque no sabía qué esperar, quería creer que todo saldría bien. Por primera vez en mucho tiempo, quería creer que era suficiente. Así que solo dejaría que la noche dictará el ritmo.