Capítulo 12

1764 Words
No dormí casi nada. Cerré los ojos, pero todo el tiempo me venía la imagen de Jared mirándome como si pudiera leerme por dentro, con esa mezcla de ternura y autoridad que me dejaba sin aire. No sabía si estaba emocionada o aterrada. Tal vez las dos cosas. Al levantarme, el espejo me devolvió una cara hinchada de desvelo y una trenza mal hecha que me hacía ver como una niña. Intenté soltar el cabello, dejarlo más suelto como las chicas del salón, pero apenas lo hice, sentí que no era yo. Lo até de nuevo, resignada. «No importa», pensé. «A él le gusta así». La mañana en la escuela se sintió más larga que de costumbre. Cada clase era un ruido de fondo. Solo podía pensar en el momento en que le contaría a Jared que había conseguido incluirlo en el equipo de Español. Me imaginaba su sonrisa, ese gesto suyo de inclinarse un poco para mirarme de cerca, como si lo que yo dijera siempre tuviera importancia. Cuando por fin sonó el timbre del receso, fui directo a buscar a Carmina y Hebert. Ellos ya estaban en la mesa del fondo, discutiendo con entusiasmo el tema del proyecto. —¡Ah, Elisa! —dijo Carmina en cuanto me vio—. Justo hablábamos de ti. Sonreí, nerviosa. —¿De mí? —Sí, del trabajo —intervino Hebert, con ese tono serio de quien lleva todo bajo control—. La profe dijo que el tema tiene que relacionar literatura y contexto social. Habíamos pensado algo sobre “El retrato de Dorian Gray”, pero faltaba decidir si analizamos el simbolismo o la crítica social. Asentí sin decir mucho, porque apenas podía concentrarme. Mi mente estaba fija en la conversación que venía. Respiré hondo. —De hecho, quería hablarles de algo —dije, intentando sonar casual—. Ayer… bueno, un amigo mío se interesó mucho en el tema y me preguntó si podía unirse al equipo. —¿Un amigo? —repitió Carmina, levantando las cejas con una sonrisa curiosa—. ¿Quién? Sentí el calor subir a mis mejillas. —Jared. El silencio fue inmediato. Carmina abrió mucho los ojos y Hebert soltó un pequeño bufido que casi pareció una risa contenida. —¿Jared Collins? —preguntó Hebert, con una ceja arqueada—. ¿El nuevo del equipo de básquet? —Sí —respondí bajito—. Él. Carmina juntó las manos, emocionada. —¡Ay, por favor! ¡Eso sería genial! Imagínate, tenerlo en el equipo. Todas las chicas se morirían de envidia. Hebert, en cambio, se inclinó hacia adelante con un gesto de desaprobación. —No creo que sea buena idea. Este proyecto vale el treinta por ciento de la calificación. No necesito un jugador estrella que no aparezca ni para escribir una línea. Tragué saliva. —Él puede hacerlo, en serio. Es muy responsable cuando se lo propone. Hebert cruzó los brazos. —¿Y tú te vas a encargar de que se lo proponga? Su tono me dolió un poco, pero me limité a asentir. —Sí. Carmina miró a Hebert con cara de súplica. —Anda, Hebert, no seas amargado. Si no funciona, lo sacamos, ¿no? Pero podría ayudar con la parte de análisis contemporáneo, o al menos… leer el texto con nosotras. Hebert resopló, resignado. —Está bien. Pero bajo una condición: yo coordino el trabajo, y si él no cumple, lo elimino del grupo. —Trato hecho —dije, antes de que Carmina siguiera rogando. Anotamos el horario para reunirnos: durante el almuerzo, en la cafetería. El resto de la mañana fue un torbellino. Me costaba concentrarme, imaginando cómo sería tenerlo ahí, conmigo, como parte de mi equipo. Lo que anoche había parecido una promesa de unión ahora podía hacerse real, algo que se viera y se tocara. Al sonar la campana del almuerzo, mi corazón ya iba a mil por hora. Llegué a la cafetería antes que nadie y elegí una mesa junto a la ventana. El sol entraba en haces dorados, y el reflejo hacía brillar las bandejas metálicas. Saqué mi cuaderno y repasé las notas, intentando aparentar tranquilidad. Carmina llegó poco después, con su bandeja llena y su energía de siempre. —Hebert dijo que viene en cinco minutos —avisó, dejando su bebida a un lado—. ¿Jared viene directo, no? —Sí —respondí, mirando el celular—. Le mandé un mensaje antes de salir del aula. Hebert llegó puntual, con una carpeta bajo el brazo. —Bueno, mientras esperamos a tu amigo, podemos ir adelantando el esquema —dijo con eficiencia. Abrimos los cuadernos, anotamos ideas, y entre líneas, yo seguía mirando de reojo la puerta. Cada vez que alguien alto cruzaba el umbral, sentía una punzada de esperanza. Diez minutos. Quince. Veinte. Jared no aparecía. Hebert golpeó el lápiz contra la mesa. —Esto es justo lo que temía. —Debe haberse retrasado —dije rápido—. Quizá tuvo entrenamiento o… —O quizá no le interesa el proyecto —interrumpió Hebert, con fastidio—. No pienso esperar más. Carmina intentó calmar el ambiente. —Bueno, tranquilo, podemos repartir tareas. Elisa se encargará de avisarle y listo. Hebert abrió su carpeta y empezó a distribuir los temas. —Yo haré la introducción y el análisis principal. Carmina puede revisar el contexto histórico. Elisa, te toca la parte de la crítica social. Si tu novio quiere aparecer, que se encargue del cierre o la bibliografía. Pero si no está listo para el lunes, lo saco del grupo. Me mordí el labio, conteniendo el impulso de corregirlo. No éramos “novios”, al menos no oficialmente. O sí. No lo sabía. Anoté todo con cuidado, prometiéndome cubrir la parte de Jared si era necesario. Hebert se levantó, cerrando su carpeta. —Nos vemos mañana. Y por favor, intenta que cumpla. Cuando se fue, el silencio se instaló un momento. Carmina me miró con una sonrisa cómplice. —Así que… ¿novio, eh? —No, no —dije enseguida, sonrojándome—. Solo somos amigos. —Ajá, claro —canturreó ella, apoyando la barbilla en la mano—. “Solo amigos”, pero te pone nerviosa cada vez que alguien lo menciona. Me reí, intentando disimular, pero ella siguió hablando. —De verdad, Elisa, ¿cómo hiciste? Es que… tú eres muy linda, pero él… bueno, es Jared Collins. El próximo capitán del equipo, el chico que todas las porristas quieren. No supe qué contestar. Me limité a encoger los hombros, jugando con la tapa de mi bebida. —No sé —murmuré—. Simplemente… es amable conmigo, nos llevamos bien supongo. Carmina me observó con curiosidad genuina. —Eres más bonita de lo que crees, ¿sabías? Solo que no sabes aprovecharlo. —¿Aprovecharlo? —Sí, obvio. Podrías sacarte más partido. Peinarte distinto, cambiar ese corte de niña buena. Quizá un flequillo, o algo que te abra más la cara. Me llevé la mano al cabello, insegura. —No creo que me quede bien. —Claro que sí. Y con un poco de maquillaje te verías increíble. Tienes unos ojos enormes, deberías resaltarlos. Ah, y deberías usar un sostén con push up, porque el uniforme te hace ver plana y eso no ayuda. Me quedé paralizada, sin saber si reír o esconderme bajo la mesa. Carmina no lo decía con malicia; hablaba con la naturalidad de quien enumera ingredientes. —Y tus zapatos —siguió—, son tan aburridos. Parecen de monja. Con algo más moderno te verías distinta. Tu figura debe ser buena, pero no se nota con ese uniforme enorme. Me reí por compromiso. —Bueno, no tengo dinero para tanto arreglo. —No necesitas mucho. Podrías venir a trabajar conmigo los fines de semana. —¿Trabajar contigo? —Sí, en el lugar de mi primo. Es un centro de bolos con zona de snacks y juegos. No es tan pesado, y pagan bien. La idea me intrigó, pero también me dio miedo. —No creo que sirva para atender gente. —No hace falta. Puedes ayudar con la limpieza o las fichas de los bolos. Y con lo que ganes, podrías darte un gusto, comprarte ropa o lo que quieras. Imaginé, por un segundo, tener mi propio dinero. Poder elegir algo solo porque me gustaba, sin pedir permiso ni justificarlo. La idea era tan nueva que dolía. —Lo pensaré —dije finalmente. —Hazlo. Además, te vendría bien distraerte un poco —añadió Carmina, sonriendo. Asentí, aunque no pude evitar mirar una vez más hacia la entrada, con la esperanza inútil de ver aparecer a Jared. Y entonces, lo vi. Entraba por la puerta principal, con el uniforme del equipo de básquet, riendo. Pero no venía solo. A su lado caminaba una chica rubia, alta, de esas que parecen brillar incluso sin luz. Llevaba la falda corta del conjunto de porristas y una sonrisa perfecta que lo hacía parecer parte de una postal. Charlotte. No necesitaba que nadie me lo dijera; su nombre se murmuraba en todos los pasillos. Era la chica más bonita de toda la escuela. Cada uno de los chicos de la escuela babeaba por ella. No solo era linda, era inteligente y agradable, una combinación poco común para esa clase de rubias exóticas. Mi respiración se detuvo. Carmina siguió mi mirada y soltó una risita traviesa. —¿Ves? Hablando del rey de Roma… y la reina no se queda atrás. Esa es Charlotte, por si no la conocías. —Sí —susurré—. Ya sé quién es. —Bueno, pues… si alguna vez te decides a probar el push up, quizá te veas la mitad de bien que ella —bromeó Carmina, dándome un leve codazo. No pude responder. Jared cruzó la cafetería sin mirar a nadie, riendo con su grupo, riendo con Charlotte. Pero en el instante justo antes de salir por la puerta lateral, sus ojos se encontraron con los míos. Solo fue un segundo. Una sonrisa breve. Casi imperceptible. Y luego siguió caminando. Me quedé ahí, con el corazón desbocado, el eco de su risa alejándose, y una sensación que no sabía nombrar: una mezcla de vértigo y vacío. Carmina seguía hablando, pero ya no la escuchaba. El mundo se volvió borroso. La bandeja, la luz, el ruido de los vasos. Todo se mezcló. Solo podía pensar en algo: había prometido que estaríamos juntos en todo. Y sin embargo, en ese momento, me sentí más sola que nunca.
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