En la universidad, la vergüenza siempre se recuerda

2281 Words
—Si siempre va para quedarse hablando contigo, es porque le llamas la atención —comentó Mariana. Teresa aceptó con un movimiento de cabeza. —Es muy evidente, Vio. —A Violet le llamaban “Vio” de cariño, pero era un apodo nuevo que se inventó Teresa y ahora todos la llamaban así. Bueno, las pocas personas que la conocían. ¿Sería cierto? No lograba imaginar a un hombre gustando de ella, mucho menos a Gael: él era otro tipo de hombre, de esos que se fijan en la chica más hermosa de toda la corte de su carrera, de esa que buscan para ser modelo. Ella no estaba para nada cerca de ese prototipo de mujer, ¡para nada era bonita! De hecho, las personas llegaban a decirle “tienes un rostro tierno” para que no se sintiera mal, porque del resto, parecía un esperpento. Siempre creyó que era el tipo de chica que los hombres buscaban para que fueran amigos, porque estaban seguros que nunca se fijarían en ella. —¿Y si solo me habla porque le inspiro lástima? —preguntó a sus amigas. —¿Lástima? —inquirió Teresa—, ¿por qué le inspirarías lástima? —Me ayudó a sacar el carnet —repuso y mostró el carnet en su mano. —Eso es por cortesía y también para ganar puntos contigo —aclaró Teresa—. ¿Por qué te pagaría el carnet si no estuviera interesado en ti? ¿Qué hombre hace eso solo porque sí? Es obvio que le llamas la atención y quiere acercarse a ti. Dijiste que va todos los días sin falta a la biblioteca solo para hablar contigo. Realmente iba porque quería molestarla, se notaba de lejos que era ese tipo de hombre que no le gusta que le ordenen hacer cosas o que le lleven la contraria: todo su rostro gritaba que era vengativo. Seguramente en el pasado acosaba a sus compañeros en el colegio. —Tú no inspiras lástima, Vio —subrayó Teresa. . . . Esa otra mañana, Violet tenía clase a las seis y media, era la clase más horrible que podía tener, porque debía despertarse a las cinco para poder estar a tiempo en clase. Teresa le regaló un panecillo de caramelo relleno para que pudiera picar algo en el camino y no estar con el estómago vacío. Curiosamente, su amiga también le dijo que se aplicara su tinte de labial con el argumento: —¿Y si te ve Gael por el pasillo? Debes verte bonita, no puedes estar desarreglada. Así que esa mañana, por más que debió levantarse temprano, la joven se peinó el cabello y se aplicó tinte de labios, para que así se vieran de un rosado intenso que parecía verse natural. Lo bueno de su piel es que era limpia y no tenía necesidad de aplicarse mucho maquillaje (de hecho, ella no usaba, porque era mala maquillándose). Se cambió con un vestido rosa de tiras y era estilo campana en la falda, le llegaba por encima de las rodillas. Se sentía de cierta forma feliz y ansiosa, preguntándose si podría ver ese día a Gael. No recordaba si le había dado las gracias el día anterior, pero quería verlo para poder hacerlo, tal vez debería comprarle algo, ¿o sería exagerado? Cuando llegó al salón de clases, se sentó cerca a la ventana que daba vista de parte del campus y logró visualizar por el vidrio que el cielo estaba despejado de nubes. —Disculpa, ¿está ocupado? —escuchó que le preguntaron. Volteó a su derecha y notó que un joven estaba un poco inclinado a ella, mostrando en sus ojos un iris intenso de color verde grisoso, con unas pestañas castañas claras bastante tupidas. Quedó por un momento sin aliento y tuvo que parpadear dos veces para poder reaccionar ante semejante panorama despampanante. ¡Por Dios, ¿acaso todos los estudiantes de esa universidad eran modelos o qué?! —¿Estás guardando el puesto a alguien? ¿Está ocupado? —volvieron a preguntarle. Violet bajó la mirada hasta el puesto al lado de ella que se encontraba vacío. —Ah, no, puedes sentarte si quieres —indicó. Vio que el muchacho ladeó una sonrisa rosada y dejó caer un bolso n***o sobre la mesa de madera, para después echar su alto y fornido cuerpo sobre la silla pequeña. Violet notó que, al acomodarse en el puesto, las largas piernas del joven sobresalían del otro lado de la mesa, casi chocando con la silla del compañero de adelante. Ella ya sabía a la perfección quién era él, porque casi todos en la universidad lo conocían. Era uno de esos chicos perfección que resaltan a simple vista, en este caso, él no solo lo hacía por su enorme belleza (trabajaba como modelo para la revista VIA, famosa por su ropa juvenil), sino porque contaba con una enorme suerte para los estudios. Violet creía que era cuestión de suerte. La cosa era así: el chico a su lado se llamaba Gabriel, había estudiado medicina y llegó hasta cuarto semestre becado, pero él repentinamente dejó la carrera y decidió comenzar a estudiar psicología, entrando justamente en la misma corte de admisión que Violet y sorprendentemente, ocupó el primer lugar en el examen de admisión, por ende, la universidad lo becó por excelencia académica. O sea que, aunque perdió la beca anterior por haber abandonado los estudios de la carrera de medicina, volvió a estar becado por su gran inteligencia. La gente lo llamaba chico genio, decían que era superdotado, pero Violet creía que era suerte. No sabía si tenía este pensamiento porque anteriormente, cuando tuvo que hacer el examen nacional en último año, una de sus compañeras (la que tenía fama de ser la más desaplicada y que estaba a punto de reprobar) fue la que obtuvo el mayor puntaje en todo el colegio y por ello le dieron una beca universitaria. Violet estaba tan sorprendida por esta hazaña que el último día de clase se acercó a preguntarle cómo lo hizo si nunca la vio repasando. Entonces, la joven mostró una sonrisa de esas ladeadas que uno crea cuando se siente cool y le dijo: —Echaba el lápiz a rodar y la que señalaba, esa era la respuesta que escogía. Gozo de una gran suerte, ¿a que no? Por esa misma razón creía que Gabriel también gozaba de una gran suerte. Al final, el examen de admisión era de respuesta múltiple. Lo conoció el primer día de clase, cuando estaba perdida y no encontraba el auditorio donde todos debían reunirse para una charla antes de dar un recorrido por el campus. Ella estaba muerta del miedo, cerca de unas escaleras, sin saber si era en ese edificio o en el otro, porque había dos que eran totalmente idénticos, llamados Bloque Sur, Bloque Norte. Él se le acercó y le preguntó: —¿Eres nueva? Ella, desesperada, le dijo que sí con un sacudón de cabeza. —Ven conmigo, el auditorio queda por aquí. Y sí que estaba bien perdida, porque el auditorio no quedaba allí. La pobre la habían enviado al fondo de la universidad, al otro lado del lago, como burla de los antiguos hacia los nuevos (algo que era natural a principio de clases). Afortunadamente Gabriel la llevó hasta el auditorio. —Para la próxima, no le preguntes a los estudiantes, es mejor que le preguntes a los trabajadores de la universidad —le aconsejó. Fue la única vez que habló con él, porque se sentía demasiado abochornada. Por ese evento, él conoció su lado más vulnerable y se dijo que no quería que nadie más la viera así. Todavía recordaba la botella de agua que Gabriel llevaba ese día y que se la ofreció al darse cuenta que ella estaba totalmente sudada, seguramente notó que había caminado todo el enorme campus desorientada y le dio lástima. Cada vez que Violet recordaba su primer día de clases su abochornamiento la consumía. Volvió a mirar por la ventana, para así evitar el tener que mirar a Gabriel. Él era la última persona de la que quería hacerse amiga o tener que compartir una conversación; o sea, se sentía tan avergonzada de ese día que por lo mismo sabía que era imposible que algún día ellos dos se hicieran amigos. Generó una gran apatía hacia él por culpa de ese evento. —Violet, ¿hiciste el taller? —escuchó que le preguntó Gabriel. Violet bajó la mirada a la libreta abierta frente a ella y los papeles de guía que reposaban sobre la misma. Notó que el joven observaba el desarrollo de los problemas matemáticos que quedaron como tarea. Antes de preguntarse si quería que ella le prestara sus apuntes, pensaba en cómo se sabía su nombre. Aunque, ahora pasaba por su mente que él se aprendió su nombre gracias a ese día que la encontró perdida al fondo de la universidad. —Sí, claro —musitó. —¿Por qué tu respuesta da 0,5? —expuso—. ¿La revisaste? El rostro de la chica se enrojeció. Con una mano tapó el problema de la primera hoja. —Será porque esa es la respuesta que me dio —supuso la joven. Su voz sonó un tanto molesta, aunque no era su intención, solamente se sentía avergonzada. Gabriel se acomodó en su puesto y sacó sus apuntes del bolso, para después dejar este debajo de la mesa. —Bueno, tal vez la respuesta siete de mi ecuación está mal —reflexionó el muchacho con voz calmada. Mierda, ahora Violet sentía la necesidad de revisar todo el problema y darse cuenta si había hecho algo mal. El inconveniente es que esos problemas no los entendía bien y la mayoría de la ecuación la hizo Teresa con ayuda de su novio Brian, por lo cual ella ni sabía bien qué habían escrito. Entonces, si intentaba revisar el procedimiento, había la posibilidad de que Gabriel se diera cuenta que ella estaba nuevamente perdida, esta vez, con las matemáticas. No tenía pensado volver a pasar otra vergüenza de esa magnitud. Él terminaría pensando que era la chica más patética que conocería en su vida. Así que, sintiendo que se le había arruinado su hermosa mañana, apoyó el codo derecho sobre la mesa y apoyó su barbilla sobre la palma de su mano y apreció por la ventana cómo poco a poco el sol ascendía en el cielo, teniendo de fondo el bullicio de sus compañeros de clase. Al poco rato, la profesora de razonamiento matemático llegó y le pidió al monitor de la clase que recogiera los talleres. Violet sentía que los minutos pasaban eternamente lentos. A veces sentía que ni podía moverse por lo intimidada que se sentía al lado de ese chico. Si lograba observarlo, notaba que su piel no tenía ni un punto n***o, que sus mejillas estaban un poco rojas por el frío del aire acondicionado y que la manzana en su garganta subía y bajaba cada vez que pasaba saliva. Entonces debía intentar que sus ojos se concentraran en otra cosa, para que él no creyera que era una rara. Lo peor vino cuando la profesora informó que se haría un examen en grupos de dos. Ella sabía que esa mañana habría examen, la profesora lo informó la clase pasada, y también sabía que lo iba a perder, así como estaba segura que iba a reprobar esa materia porque no entendía nada. Sin embargo… no esperaba que la profesora dijera que debía hacer el examen con el compañero de al lado. Automáticamente, los dos se observaron por unos segundos. Gabriel le sonrió de forma amigable, como lo hace una persona que no le interesa en lo absoluto la otra persona y mucho menos le incomoda estar a su lado. Violet se limitó en volver la mirada al frente y ver cómo la profesora iba entregando a los estudiantes la hoja del examen. —Tienen una hora para terminarlo y consta de cien puntos, así que, espero que todos hayan repasado muy bien —explicaba. Pasó por su lado y le entregó la hoja a Gabriel. —Son diez problemas, cinco con respuesta múltiple y otros cinco son de preguntas abiertas —seguía informando la mujer. Cuando Gabriel dejó el papel sobre la mesa, la joven notó que la mayoría de los problemas eran de los temas que a ella se le dificultaban un montón. Y le asustaba el tener que pasar aquella vergüenza de equivocarse en casi todo al lado de ese joven que era prácticamente un desconocido. Si tomaba las preguntas de respuesta múltiple, tal vez podría quedar con un poco de dignidad. —Bueno, son diez problemas, podemos dividirlos en cinco y cinco —comunicó Gabriel, dando la vuelta al papel para ver la otra parte de los ejercicios. Violet notó que los de respuesta múltiple estaban al principio. —Yo tomo los cinco primeros —comentó. Gabriel llevó sus ojos verdosos por ella e inspeccionó un momento su rostro. La hizo pensar si tenía algo raro en su cara y eso la incomodó, ¿tendría un moco mal parqueado? Por prevención, pasó disimuladamente la mano derecha por su nariz. Lo que ella no sabía era que tenía algo de tinta negra en esa mano y dejó un manchón en la punta de la nariz. Desde ese momento Gabriel comenzó a tener un tic nervioso de querer decirle que se limpiara la nariz, pero no lo dijo porque sabía que ella ya estaba algo incómoda con su presencia. —Bueno, yo hago los problemas de respuesta abierta —aceptó el joven. 
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