A pesar de todos
HÉCTOR
Dicen que el tiempo lo cura todo, pero mienten.
El tiempo no cura. Solo transforma el dolor en rutina. Lo acomoda en el pecho como quien dice: “Aquí te va a doler siempre, pero vas a aprender a vivir así” .
Pero yo no quiero vivir así.
No con esta ausencia.
No con este silencio.
Porque Valeria no es solo una hermana que se fue.
Es la única persona que alguna vez me miró como si yo realmente valiera algo.
Y ahora está perdida.
Y nadie en esta maldita familia parece darle importancia.
Cuando la desesperación se hizo insoportable, contraté a un investigador privado. Se llamaba Gonzalo Ibáñez. Tenía quince años de experiencia en desapariciones voluntarias.
—A veces —me dijo en nuestra primera reunión— la gente no quiere ser encontrada. Pero siempre deja rastros. Pequeños. Sutiles. Pero están ahí.
Le entregué todo lo que tenía: fotos, mensajes viejos, direcciones, un estado que subió antes de desaparecer. Incluso la IP desde donde mandó su último correo.
—¿Es tu pareja? —preguntó, sin levantar la vista de los papeles.
—No —respondí con firmeza—. Es mi hermana.
Él se asentaba con cierta gravedad.
—La encontraré. Pero prepárate. A veces la verdad duele más que la ausencia.
Lo miré. Con el alma hecha jirones.
—No hay dolor más grande que no saber si está bien.
Contárselo a mi familia fue el siguiente paso. No porque esperara ayuda, sino porque aún conservaba esa chispa tonta de esperanza que a veces sobrevive en medio del desastre.
Fui primero con mi madre. Estaba en su cocina, preparando una infusión como si el mundo girara perfecto.
— ¿Desaparecida? —dijo sin siquiera levantar la vista—. Ay, Héctor… Siempre tan exagerado. Seguro se está tomando un tiempo. Esa niña siempre fue intensa.
—No, mamá. No contesta llamadas. No hay rastros de ella. Nadie sabe nada.
—Pues déjala. Cuando quiera volver, lo hará.
Así. Con esa indiferencia escalofriante. Como si habláramos de una conocida lejana y no de su hija.
Después fui con mi padre. quien Estaba viendo un partido de golf con su vaso de whisky, como si nada más existiera.
—Y ¿qué esperas que haga? —dijo con fastidio—. Siempre fue independiente. Nunca ha necesitado la ayuda de nadie. Que se las arregle sola, como siempre.
—¡Papá, es tu hija! —le grité—. ¡No es una adolescente rebelde, es una mujer rota buscando paz!
Ni me miró. Solo subió el volumen de la televisión.
—No hagas un drama de esto, Héctor.
La última esperanza fue, nuestra hermana. Pensé que, entre mujeres, habría alguna complicidad que yo no podía entender algo de lo que muchas hablan y que ella usa de estandarte en sus r************* la famosa sororidad.
Estaba en su patio haciendo yoga, perfecto en su mundo de armonía artificial.
—La vida de Valeria siempre es un caos y lo sabes —dijo sin abrir los ojos—. Cada uno elige su camino. Yo elegí la paz. Ella eligió el drama.
—¿Y si necesita ayuda?
—Entonces que la pida. Yo no me voy a desgastar por alguien que no quiere sanar.
Solo negué y salí de ese lugar Y esa fue la última vez que les hable.
Me sentí más solo que nunca. Hasta que Caleb apareció en la puerta de la casa de nuestros abuelos, el refugio por muchos años de val.
CALEB
Lo vi antes de que me viera.
Héctor estaba sentado en las escaleras del porche de la casa de nuestros abuelos, con la cabeza entre las manos. Roto Invisible para una familia que solo sabe mirar hacia otro lado.
Me senté a su lado. No para hablar. Solo le pase una cerveza fría.
Él la tomó sin decir nada.
— ¿Cómo supiste que estaba aquí? —murmuró.
—solo lo supe, Valeria siempre me conto de como venía a buscar paz y consejos de los abuelos cuando estaban vivos. —le respondí con una media sonrisa—.
Suspiró. Largo.
—No quiero rendirme. Pero me siento solo. Como si fuera el único que ve lo importante que es encontrarla.
—No estás solo.
—A mamá le da igual. Papá ni se inmuta. Verónica dice que es “su elección”.
Silencio.
—¿Contrataste al investigador?
Asintió.
—¿Y qué dijo?
—Que va a encontrarla. Que la gente puede desaparecer bien… pero nunca por completo. Siempre dejan algo atrás.
Desde ese día, me convertí en su sombra. Lo acompañé en todo. Me aseguré de que comiera, que durmiera. Que no se quebrara más de lo necesario.
Una noche, mientras veíamos viejas fotos de Valeria, le dije algo que llevaba días sintiendo:
—¿Sabes qué creo?
Él me miró, curioso.
—Que ella también nos busca.
—¿Nos busca? Como es eso, me pregunto con su mirada.
—Quizás no de forma consciente… pero a lo mejor su ausencia es un grito. Tal vez no quiere que la salvemos, pero que si estemos para ella, A Que no la dejemos sola.
Por primera vez en semanas, vi algo diferente en sus ojos. lo cual no era esperanza. si no decisión.
HÉCTOR
Dos semanas después, Gonzalo me envió un informe.
Tenía una dirección. Una ciudad costera. Un nombre falso que usamos para alquilar una cabaña. Una grabación de cámara de seguridad donde se la veía comprando pan y café.
La imagen era borrosa. Pero era ella.
Cabello atado, sin maquillaje, un abrigo viejo.
Pero su mirada...
Dios, su mirada seguía viva.
La vi una y otra vez, como si pudiera abrazarla desde la pantalla.
— ¿Vas a ir? —preguntó Caleb al verme empacar.
—Voy a buscar a nuestra hermana. Y no voy a volver sin ella.
CALEB
No tuvimos que decir mucho más.
Ambos sabíamos lo que estaba en juego.
Valeria era más que una hermana.
Era lo que quedaba de nosotros cuando todo lo demás se había roto.
A pesar de todos.
A pesar de las heridas, del silencio, del abandono.
Ella es mi hermana.
Y yo nunca, nunca voy a dejarla sola en el mundo. Ella confió en mi cuando nadie más lo hizo, ni siquiera cuando yo lo hacía, ella tuvo esa fe en mí.
A los días siguientes fui a la casa de nuestros padres, quería creer en que Héctor pudo interpretar mal a nuestros padres, puede que su desesperación lo hizo malentender todo.
Fachadas
Después de una semana y sin resultados del investigador privado le pido a Héctor , Volver a la casa de nuestra familia. Su respuesta solo fue un no rotundo, así que esta vez fui solo. Héctor dijo que nunca volvería a pisar ese lugar, y lo entendí. Algo dentro de mí necesitaba respuestas… o tal vez solo necesitaba ver con mis propios ojos cuán rota estaba esta familia.
Ingresé con la rabia ardiendo en mi interior. A cada paso, el silencio de la mansión me abrumaba más. Apenas crucé la puerta, mi mirada se encontró con la de nuestro padre, sentado en su eterno sillón de cuero, con un vaso de whisky en la mano y esa maldita indiferencia en el rostro.
— ¿Dónde está Valeria? —pregunté, sin rodeos, con la voz áspera, cargada de todo lo que me comía por dentro.
Mi madre, que estaba sentada junto a una de mis hermanas, me miró con el ceño fruncido, como si mi presencia fuera una molestia.
—¿A qué viene ese tono, Caleb?
—Desapareció —dije, conteniendo a duras penas mi furia—. Vendió todo lo que tenía, se fue sin decir una palabra… y a nadie aquí pareció importarle. Ni siquiera cuando nos mandó aquella invitación a su fiesta. Nadie se dignó aparecer.
Mi mirada recorrió el rostro de mi madre y hermana. Ninguno me sostuvo la mirada. Bola de Cobardes.
Y lo más gracioso… es que frente a la sociedad somos consideradas una familia amorosa, unida.
— ¿Qué clase de familia somos? ¿Qué mierda nos costaba apoyarla al menos una vez?
—Ella tomó sus decisiones —dijo mi padre con ese tono frío, calculador de siempre.
—No podemos estar detrás de cada capricho suyo.
Traté de reír y lo hice, pero Amargamente.
—¿Capricho? ¿Vender todo lo que tenía y largarse sin despedirse les parece un capricho?
Di un paso al frente. Apoyé ambas manos sobre uno de los sofás de la sala, lo miré directo a los ojos.
—Tú vendiste sus acciones del restaurante y de la empresa como si fueran basura. Ni siquiera preguntaste si estaba bien, si necesitaba algo. Solo te importó que no fuera útil para tu imperio.
Mi padre tomó un sorbo de whisky y suspiro, como si hablara del clima.
—Negocios, Caleb. No tenía sentido conservarlas si no las iba a usar.
Me hervía la sangre.
—Ustedes son una maldita vergüenza. Todos. ¿Cómo pueden vivir con ustedes mismos sabiendo que su propia hermana e hija se sintió tan sola que prefirió desaparecer antes de seguir compartiendo un techo con nosotros?
Mi madre se cruzó de brazos, como si todo esto fuera una escena que ya le aburría.
—Ya volverá cuando se le pase la rabieta.
Tragué saliva con dificultad. esto dolía. Me dolía más de lo que imaginaba.
—No volverá —dije con la voz quebrada—. Y cuando se den cuenta de lo que han perdido, será demasiado tarde.
Tomé aire. Necesitaba cerrar esto de una vez.
—Y escúchenme bien: voy a vender mis acciones. Todo lo que me vincule a esta familia desaparecerá. Me voy a desligar por completo. No quiero seguir perteneciendo a este circo donde un plato desechable tiene más valor que una hija.
Di media vuelta y salí sin mirar atrás.
No sabía exactamente a dónde iba, pero mis pasos me llevaron a la torre donde opera la empresa de Leonardo. Algo dentro de mí dijo que él sabía más de lo que decía.
Entré sin anunciarme. La recepcionista intentó detenerme, pero ni siquiera le presté atención. Subí por el ascensor directo a su oficina, con la ira palpitando en cada centímetro de mi cuerpo.
Cuando abrí la puerta, él me recibió con un semblante duro, hasta devastado.
— Caleb… ¿qué bueno tenerte por aquí nuevamente?
No dije una palabra. Me acerqué a zancadas y lo tomé por la camisa, empujándolo contra la pared.
— ¿Dónde está mi hermana? —espeté con los dientes apretados.
— ¿Estás loco? ¿Qué carajo te pasa?
—Sabemos que estuviste siguiéndola en su fiesta. Te vieron. ¿Qué pasó después?
Leonardo irritante como siempre. A pesar de que lo tenía contra la pared, parecía tener una lucha interna
—Se fue. Se veía… rota. No me dijo nada. Ni a mí, ni a nadie. Simplemente desapareció.
—¿Y ahora sí la buscan, no?. Ahora sí les importa, ¿verdad? Siempre le reclame su lealtad hacia ustedes. Era ella la que los defendía, la que les cubría la espalda, la que los amaba de verdad.
—Para ustedes siempre fue la estúpida que les resolvía la vida… hasta que entendió que nunca perteneció a su maldita familia. - escupió con veneno.
Sentí un nudo en la garganta. Di un paso atrás, soltándolo. Me costaba respirar.
—Si descubro que tuviste algo que ver con esto —le dije con la voz rota y ojos vidriosos —, te juro que no vivirás para contarlo.
Cuando iba a salir de su oficina el ladro con odio puro.
Si la encuentro antes que ustedes dejare todo y me la llevare lejos, solo seremos los dos.
Me fui sin mirar atrás. Salí de ahí con más peso del que había llevado. Mi hermana se había ido. Y quizás… quizás no volvería jamás.