Después de un largo rato de silencio, la voz de su padre rompió la calma con una dulzura que le caló hasta los huesos, llenándole el pecho de una felicidad tan cálida como inesperada. —Hola, pequeña. Estás hermosa… radiante. Me encanta verte feliz —dijo con una ternura que derritió las defensas que Aisha había intentado construir durante la noche. —Papá… ¿cómo estás? Perdóname por no llegar a dormir anoche —murmuró, sintiendo un nudo de culpa en la garganta. Él, sin embargo, solo sonrió con serenidad y le acarició el rostro como cuando era una niña. —Tranquila, amor. Edrick llamó y me explicó. Sé lo agotador que puede ser organizar una boda, y tu madre solía estar igual cuando planeaba alguna fiesta. No te abrumes, mi pequeña. Serás la novia más bella de este mundo. Me marcho a España

