CAPÍTULO 21

1341 Words
Explicar a las gemelas que el hombre guapo que la besó no era su novio fue demasiado complicado, porque, como madre, no quieres decirles a tus hijas de tres años que puedes besar a alguien aun cuando no tienes una relación formal con él o algún sentimiento romántico de por medio, pero, al final, ellas se habían rendido de saber cuando algo más importante pasó frente a sus ojos: la película que deseaban ver. Sin embargo, y aunque no le pasó por la mente que fuera posible, el tío de sus hijas también estaba interesado en conocer su relación con ese hombre, quizá por eso se sorprendió demasiado cuando le hizo la pregunta. —¿De verdad no es tu novio? —preguntó Benjamín Anguiano cuando las niñas al fin se habían dormido y ellos caminaban de regreso al auto de ese hombre para llevar a Estrella a su casa, pues no le sabía bien mandarla en taxi luego de que prácticamente la habían sacado de su casa a la fuerza. —No, no lo es —aseguró la rubia, un tanto cansada por todo, molesta por haber perdido su buen rato y aún furiosa con ese hombre que había aparecido en su vida para simplemente arruinarla—. Más bien somos amigos. —¿Con derechos? —preguntó ahora ese hombre y la rubia le miró un tanto molesta. Que ese sujeto se entrometiera en sus asuntos, sobre todo cuando no le incumbían para nada, era justo eso: molesto. —No —respondió la joven, a pesar de que sentía que darle explicaciones estaba de más—. Ni él tiene derechos sobre mí, ni yo sobre él, simplemente coincidimos en ganas, así que lo planeamos; pero, al final, él seguramente ya se quitó las ganas y yo me quedé con las mías… gracias a ustedes. —Simplemente coincidir, ¿eh? —cuestionó Benjamín y la joven asintió, repitiendo que simplemente habían coincidido—. Y, si te digo que yo también tengo ganas, ¿estaríamos coincidiendo? Estrella miró al hombre que conducía, y que hablaba sin siquiera mirarla, como si él estuviera loco, pero luego pensó que la loca era ella cuando algo pesado cayó en su estómago y la descompuso por completo: su respiración se descompasó, su corazón comenzó a latir muy lento y en su cabeza había un zumbido raro que le hacía segunda a la sensación cosquilleante que bajaba de su estómago a su entrepierna. «¿Será que sería buena idea?», se preguntó y se quedó, tal como el tío de sus amadas bebés, en completo silencio por el resto del camino. Por su parte, Benjamín ya no supo qué decir. El silencio de esa joven podría no significar nada y significarlo todo, sin embargo, muy en el fondo, él sabía que ella lo estaba considerando, así que no la interrumpiría antes de tiempo. Es decir, si era así de liberal, ¿acaso no llevaba ventaja por su linda cara, buen cuerpo y estatus socioeconómico? Claro, también estaba el hecho de que él era el enemigo de esa joven, el idiota que apareció para destruir su familia, pero, tal vez, las ganas de esa joven podrían ser mayores a su resentimiento, le apostaría a ello. » Entonces —habló al fin Benjamín cuando se detuvo frente al departamento de Estrella Miller y ninguno de los dos se movió—. ¿Me invitarás a pasar? —¿Y las niñas? —preguntó Estrella, que tras mucho pensarlo no encontraba una buena razón para rechazarlo; es decir, él era muy guapo, parecía tener buen cuerpo y seguro no se aferraría a ella solo por un acostón. —Sabes que ellas ya no despertarán por hoy —señaló el hombre mientras sonreía ligeramente y tomaba las manos de la joven para jalarlo hacia él—, y hay dos personas en casa cuidando de ellas. El corazón de Estrella retumbó con tal fuerza que lo sintió en cada parte de su cuerpo, y tras humedecerse los labios con su propia saliva, la chica decidió que, si al menos podía remendar ese pedazo que había dañado, tal vez sería bueno dejar a Benjamín cumplir su penitencia. —De acuerdo —soltó Estrella, al fin, de todas formas, no le disgustaba para nada la idea de que sus preparaciones físicas no fueran en vano, así que simplemente le sonrió al hombre frente a ella y dejó el auto para dirigirse a su departamento con él siguiéndole los pasos. Entraron uno detrás de otro al departamento de la joven, ella se tomó el tiempo de dejar las llaves en su lugar, su bolso en un perchero y de quitarse el abrigo y los zapatos, era como si algo cotidiano estuviera por ocurrir. Benjamín, por su parte, simplemente la observaba y, cuando la vio quitarse el abrigo, decidió deshacerse de su saco también; sin embargo, él comenzaba a ponerse ansioso; de alguna manera, aun si era por nerviosismo de parte de la joven, el hombre sentía que ella pretendía ignorarle un poco, por eso decidió tomar la iniciativa y la jaló hacia él, atrapándola entre sus brazos. —¿Los besos están permitidos? —preguntó el hombre y la pasmada chica al fin reaccionó, aunque no demasiado bien, pues soltó tremenda carcajada antes de responder. —Pondrás tu m*****o en mí y te preocupa tu lengua —ironizó la rubia aun entre risas—, amigo, el sexo es sexo, placer nada más. Benjamín asintió, aunque no compartía del todo esa definición; para él, el sexo era un acto de intimidad que reforzaba sentimientos, o al menos era así cuando había amor de por medio, sin embargo, entendía bien que no todos pensamos igual, al menos no todo el tiempo y, a veces, es lindo, o placentero, coincidir. —De acuerdo —concedió Benjamín Anguiano y comenzó a besar a esa chica que, al sentir su boca asaltada, y con la necesidad de aumentar el contacto entre sus cuerpos, se abrazó al cuello del tío de sus bebés, decidida a disfrutar de su compañía, de sus besos y sus caricias. Y los besos y caricias no se hicieron esperar. Cuando Estrella se dio cuenta, ambos estaban con poca ropa y los hábiles dedos de ese hombre comenzaban a delinear una zona que tan íntima que dichos toques casi parecían pecaminosos. El cuerpo de la joven se estremecía en cada beso y caricia, y cuando los dientes del hombre entraron en el juego de la seducción todo fue aún mejor, pues la sensación de mordisqueo suave envió una corriente eléctrica desde su pecho hasta su cabeza, desatando una ola de placer que se extendió hasta su entrepierna, creando un poco de humedad. Los dedos de ese hombre al fin se adentraron en ella, que ansiosa esperaba un poco más de presión cada vez. —No necesitas ser tan cuidadoso —aseguró la rubia, con esa imperiosa necesidad de ser destrozada a empujones naciendo en su parte más íntima—, soy de las que disfrutan de un poco de dolor. Benjamín sonrió, de todas formas, tampoco era bueno esperando, así que se deshizo de su ropa interior y, evidentemente excitado por la situación, se acomodó en ella dispuesto a ir tan profundo como sus cuerpos lo permitieran. Estrella sintió como el m*****o de su actual compañero de cama se abría paso en su interior, provocando en ella esa presión medio dolorosa que tenía rato ansiando sentir y que la dejó sin respiración, la joven incluso se inclinó al frente y debió obligarse a luchar contra esa contracción que no permitía al otro entrar del todo. Lo que siguió fue, tal como Estrella lo ansiaba y Benjamín lo esperaba, una delicia. Con sus cuerpos rozándose y chocando entre sonidos obscenos y sensaciones agradables, ambos ahogaron sus jadeos en un beso que prometía intensificar el clímax al que habían llegado a la par; entonces se miraron extasiados, y en una mirada furtiva y cómplice de sus deseos, acordaron que ese no sería el final.
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