—¿Y si le pido matrimonio? —preguntó una joven rubia que, tirada en la cama de su madre, miraba sus pies extendidos hacia el techo—, creo que sería una buena solución.
—Ay, no, Estrella, por favor, no empieces con tonterías —pidió su madre, que la veía por el espejo de su tocador mientras terminaba de arreglarse para dormir.
Beta y Beca estaban dormidas ya, y Estrella tenía tiempo quedándose en esa casa por temor a estar sola; y es que, aunque la joven sabía que tendría que despedirse de las niñas en cuando el tío de ese par lo pidiera, seguía sintiendo que era mejor estar acompañada cuando algo así sucediera.
» Amor, por lo menos quiero que te cases por amor —pidió la madre de dos chicos locos, ambos renuentes al amor, muy a pesar de que tuvieran como ejemplo unos padres que se amaban por sobre casi todo, exceptuando ese par de hijos, por supuesto.
—Ma, yo ni siquiera me quiero casar —comenzó a explicar la joven—, planeo no casarme nunca, y no me gustaría enamorarme, eso es demasiado para mí, así que, si un matrimonio sirve para quedarme con mis hijas, ¿qué más da firmar un papel o dos? Luego, en el divorcio, puedo pelear y ganar la patria potestad de mis bebés.
—¿Y no has considerado que ese ridículo plan podría no ser tan conveniente para el tío de tus bebés? —preguntó Rebecca, llegando hasta su hija y empujando sus pies al piso, logrando que la otra terminara sentada en la orilla de la cama—. Anda, es muy tarde, así que vete y deja tus idioteces en la basura, porque no necesitas llevarlas a meditar. Es una ridiculez, Estrella, y no quiero saber nada más al respecto ni hoy ni nunca.
Estrella sonrió, también le parecía ridícula su idea, pero ahora entendía un poco eso de darlo todo por los hijos, y tras sacudir la cabeza reafirmó en ella la decisión de no tener hijos propios, si por dos desconocidas lo daría todo, hasta su libertad, le aterraba pensar en lo que daría por alguien que hubiera crecido en sus entrañas.
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—Solo pídele matrimonio —sugirió Kenya, aun con comida en la boca—, luego de reconocer a las niñas como tuyas, te divorcias de él y te las llevas contigo, te ayudaré con la patria potestad.
Estrella rio a carcajadas, incomodando a todos lo que desayunaban en ese restaurante en el club donde las dos amigas se habían encontrado; y es que, tan pronto como las gemelas sintieron la cotidianeidad regresar a sus vidas, quisieron volver a la guardería, a convivir con sus amigos, ver a sus maestros y aprender muchas cosas.
—Yo le dije lo mismo a mi mamá, me dijo que era ridículo —explicó Estrella el motivo de su incontrolable risa—. ¿Cómo es que se nos ocurrió lo mismo?
—Tal vez porque no es tan mala idea —respondió Kenya alzando ambas cejas mientras lo decía—, o porque somos igual de idiotas. Una de dos.
Estrella volvió a reír, con menos efusividad, entonces continuó desayunando con esa mala idea rondando en su cabeza.
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Estrella Miller sentía que el tiempo de despedirse de Roberta y Rebeca estaba cerca, habían pasado ya tres meses y las niñas comenzaban a ir y venir de una casa a otra, pues definitivamente la relación con su tío era más cercada cada vez; sin embargo, su corazón no soportaba la idea de dejar a las gemelas, a quienes amaba como si fueran sus propias hijas.
Sintiendo la necesidad de no alejarse de ellas, tras mucho pensarlo, decidió que la mejor manera de permanecer en sus vidas era poniendo en marcha su ridículo plan de proponer matrimonio a Benjamín; después de todo, en lo poco que había convivido con él, podían llevarse bien, y no parecía haber una señora Anguiano en su vida, tampoco, así que definitivamente hablaría con él.
Con el corazón acelerado y las manos temblorosas, Estrella se dirigió a la oficina de Benjamín. Mientras se acercaba, podía escuchar voces al otro lado de la puerta entreabierta y, pensando que sería grosero interrumpir, se detuvo justo antes de tocar, quedando paralizada al escuchar la conversación.
“Eres el mejor, Benjamín, por eso te amo”, dijo una voz femenina desconocida y la rubia no supo reaccionar.
El impacto de esas palabras la hizo retroceder, su mente estaba desbordada por la confusión y por el dolor de perder el plan que había estado maquilando casi inconscientemente por meses.
Estrella Miller se escondió tras la puerta, sintiendo que sus sueños se desmoronaban, sobre todo cuando el tío paterno de sus amadas bebés se jactó de ser imposible de no amar y de lo agradecido que estaba porque la mujer con quien hablaba notara que él era el mejor.
Estrella se quedó unos momentos en silencio, sin saber cómo reaccionar. ¿Quién era esa mujer? ¿Cómo encajaba en la vida de Benjamín y, por ende, en la vida de las gemelas?
Con el corazón roto, pero decidida a enfrentar la situación, tomó una profunda bocanada de aire y, finalmente, obtuvo la fuerza para volver a caminar y se alejó de ese lugar, entrando a la primera oficina que le ofrecía seguridad: la de su hermano menor.
—Tella, ¡qué milagro que pasas a mi oficina! Pensé que no soportabas el aroma manzana canela de mis aromatizantes —declaró el rubio, burlón, pero en cuanto el rostro desconcertado de su hermana se hizo visible para él dejó de intentar hacer bromas de lo que ocurría, algo malo, seguramente, si su hermana se veía tal cual se veía—. ¿Qué pasó? ¿Por qué lloras?
Estrella, dándose cuenta de que en realidad hacía lo que su hermano decía, se sintió muchísimo más confundida. Es decir, sí, su mejor plan se iba ido al caño, pero había estado trabajando en terapia la despedida, incluso llevó a las niñas con ella para poderse separar sin tantos daños, así que, ¿por qué rayos le afectaba tanto saber que si había una señora Anguiano en la vida de sus niñas?