Prólogo.

990 Words
La espalda de Asher golpea con fuerza la puerta metálica del baño a la vez que los dos chicos frente a él ahogan una risa. Sus ojos se cierran con fuerza como sí eso, de alguna forma, le permitiera huir de ahí, de lo que pasaría durante los próximos minutos. Sin embargo, aún con los ojos cerrados puede sentir la fuerte mano cerrarse alrededor de su cuello, dejándolo sin aire. Empieza entonces a contar hasta diez en su cabeza, como sí eso le distrajera de la falta de aire y el dolor que comienza a extenderse por su cuerpo debido a los múltiples golpes que le han propinado para tenerlo ahí, en el baño del último piso del edificio. 1, 2… La mano alrededor de su cuello aumenta la presión, provocando que abra los labios en un afán inútil de retener algo de aire. La mano faltante se cuela por debajo de su camiseta blanca ya manchada con gotas disparejas su sangre, acariciando casi con suavidad el costado derecho y subiendo hasta su pezón para pellizcarlo con fuerza, lo que ocasiona que las lágrimas se acumulen en sus ojos, pero se niega a dejarlas ir. Sigue contando, tratando de aferrarse a algo mientras la mano intensifica la presión.                                                                                                                                                                                       3, 4… Otras dos manos toman sus tobillos cuando comienza a patalear tratando de zafarse, lo alzan como sí no pesara nada – y tal vez sea así, lleva meses sin comer bien –, con esfuerzo pega patadas al aire que no le dan a nada, pero se niega a rendirse. Entonces le juntan sus tobillos y los amarran, impidiéndole cualquier movimiento defensivo. Ahoga un grito de frustración que habría sonado más como un gorgoteo en su lastimada garganta cuando siente que manos desconocidas le quitan la correa y la tiran lejos, el golpe de la hebilla con el suelo resonando en sus oídos. 5, 6… En cuestión de segundos, la mano bajo su camiseta y la que no lo dejaba respirar desaparecen para ajustarse a sus muñecas, sujetándolas juntas mientras el otro par de mano se las amarra demasiado fuerte, Asher está seguro de que tendrá grandes cardenales en las muñecas más tarde. Jadea en busca del aire que le habían privado, sintiendo sus pulmones hincharse con dolor y es entonces que le propinan una patada en el abdomen, doblegándolo producto del poco aire que se escapa, del dolor y la sorpresa.                                                                                                                                                                                         7, 8… Le resulta imposible no arrodillarse, incapaz de ponerse de pie pocos segundos después debido al amarre en sus tobillos. Lo golpean entonces en la espalda, dejándolo tendido en el suelo y sabe que ya no hay escapatoria, conoce el procedimiento lo suficiente como para reconocer que ya no vale la pena resistirse, nada ni nadie va a salvarlo ahora. Ahoga un gemido de dolor mientras ahora lo arrastran al primer cubículo del baño. Trata de gritar en vano, ningún sonido sale de sus labios magullados. 9, 10… Abre los labios de nuevo, queriendo gritar sin que ningún sonido salga de ellos. Lleva meses de silencio, más de un año tal vez. Su voz se fue cuando eso comenzado. Escapó entre los primeros gritos de dolor, negándose a darles el gusto de escucharlo suplicar para que se detuviesen, aferrado a no doblegarse ante ellos en su voluntad. .- Grita, grita Ash, grita para mí – le escupe uno de ellos a la vez que agarra con fuerza su rostro, obligándolo a mirarlo. Ha visto antes esa mirada, la conoce tan bien que ha tenido pesadillas con ella durante meses – Quiero escucharte, déjame hacerlo... no sabes cuánto soñé todo el verano con tenerte así de nuevo, Asher.  Las manos se cuelan de nuevo bajo su camiseta, con fuerza, con rabia. Le pellizcan, le hieren. Trata de pensar en algo más, algo que lo alejase de ese cubículo, de esas manos y lo que está por hacerle. Sus pensamientos lo llevan de regreso a la noche anterior, a la suavidad de las manos de Lucas cada vez que le abraza, la manera justa en cómo lo sostenía contra él y eso alejaba cualquier miedo. Piensa en lo que diría al verlo así, con las muñecas y los tobillos amarrados con simples corbatas escolares, se retuerce de dolor cuando sus pensamientos lo llevan a preguntarse cómo lo miraría luego de lo que esos hombres le harán. Piensa en la manera en cómo lo repudiaría sí lo supiera, sí supiera que siempre había sido así.  Entonces comienza a llorar, incapaz de gritar, de suplicar y de pedir perdón para que se detuviesen o sintiesen siquiera un poco de misericordia con él. La voz no sale nunca y los sollozos se incrustan en su pecho como filosas armas que en las noches le recordarán lo qué ha pasado una vez más y cómo, de nuevo, lo ha permitido. Asher sabe al fin que nunca podrá escapar. 
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