Capítulo 1

1121 Words
Markus –La quinta vez que te tengo que sacar de una celda, Dorrance– volvió a decir Antón apoyado en su camioneta. Caminé hasta llegar a su lado y le solté una sonrisa, o no sé lo que salió de mis labios. Creo que un gruñido intentando parecer media sonrisa. –De hecho, es la quinta vez que yo lo sacó. Tú solo lo recoges– habla detrás de mí Russel. Me había metido nuevamente en una pelea y es que, como todo adulto de veintinueve años, fui a desahogarme en un bar de mala muerte y boté todo el dolor que he ido acumulando durante estos meses. Digamos que, evadiendo el hecho de terminar en una carceleta; me ayudaba. –Como digas, ¿nos vamos? Son las tres de la madrugada, yo debería estar durmiendo– respondió mi amigo mientras giraba por delante del coche y abría la puerta del conductor. Me giré y vi como Russel hacia indicio de ir hacía su coche. –Hey…– lo llamé, se giró con una sonrisa en su rostro y con un brazo estirado para abrir la puerta de su auto–, gracias de nuevo. Su sonrisa de agrandó aún más. –Deberías curarte la mejilla, ah, y los nudillos– indicó. Hizo silencio un momento, pero volvió hablar–. Tienes que aprender a controlarte, no eres un chiquillo. –Lo sé muy bien, Russel, no tienes que actuar como mi padre. –Te conozco desde que andabas en pañales, y sé que saldrás de esto. –Buenas noches– me limité a decir mientras giraba en mi propio eje hacía el coche de Antón, quien esperaba ya dentro. No quería escuchar sus consejos motivacionales, ya había oído demasiados. –Espero que sea buenas para ti. Hay gente a la que le importas mucho, Dorrance. –¿A ti? – pregunté de malas. Aún de espaldas. –Considera que sí, no cualquiera viene a las tres de la madrugada a sacarte de una carceleta. Me giré y vi como el aire de estas horas hacían que las canas que tenía en la cabeza se eleven un poco. Russel era de la misma edad de mi padre. Incluso fueron compañeros de facultad. Se llevaron muy bien y su amistad se mantiene hasta ahora. Por ende, lo que había dicho hace un rato era cierto. Me conocía desde que solo pensaba en jugar. Era alto, casi media igual que yo. –Me amas, lo sé. Se lo diré a Eus– respondí dedicándole una sonrisa. Eus era su hijo de dieciocho años. Vi como sonreía y se montaba en su coche, yo hice lo mismo, pero en el de Antón. –¿A dónde quieres que te lleve? – mi amigo preguntó. Lo pensé un instante. –No hay un buen lugar, a mi piso– afirme. Asintió y salimos hacía ese. Como había cambiado de piso, el camino se hizo un poco largo, ya que quedaba en el centro y yo tuve la gran idea de alejarme del caos central para ir a tomar unos tragos. –Sé que no te gusta la idea de tocar el tema, pero creo que todo lo que pasó con Gabriela lo estas llevando al límite. No quieres escuchar lo que algunos pensamos respecto al tema, porque dices que te duele y afecta mucho. Y luego sales a embriagarte, cosa que no tengo problema. Pero siempre terminas en una pelea, es la quinta en lo que va de la semana. No hablemos del mes. Dejé caer mi cabeza sobre el asiento y cerré los ojos ignorándolo. No quería hablar de lo mismo, no tenía fuerzas. –Estamos llegando– anunció minutos después de no haberle respondido nada. Abrí los ojos y asentí mirando hacia la pista. –No vuelvas a mencionar a Gabriela– dije más para mí que para él, pero definitivamente que me había escuchado. –Como quieras, Dorrance. Hemos llegado– asentí y miré mi camisa, tenía un poco de sangre y licor derramado. Tendría que darme una ducha. –Bien, adiós– dije bajándome del coche y cerrando la puerta de golpe. Empecé a caminar a pasos lentos. –Markus…– me llamó, detuve mi andar y me giré–, ¿Quieres que me quede? La verdad era que sí, porque sabía lo que haría nada más entrar en mi piso y ver las cajas y el vacío que hay en este. Volvería a tomar y me quedaría dormido ya sea en el sofá o en el suelo. Esos dos espacios se han vuelto mi lugar de descanso. Muchos habían dicho que mi refugio para todo el dolor que estaba sintiendo fue el alcohol y no los contradigo. Todo este tiempo trato de alejar el dolor de mi cuerpo, lo más que pueda y si el alcohol ayuda, no pensaba dejarlo. –Ve con Gema, seguro ella te necesita más que yo– le sonreí y le hice una seña de hasta pronto con mis dos dedos. Volví a girarme y entré en el edificio. Pulsé el piso cinco y entré. La habitación estaba a completa oscuridad. Volver a casa me ponía nervioso, sabía que en cualquier momento las lágrimas y la impotencia llegarían. Y no tendrían piedad de mí. Caminé hasta la habitación mientras me quitaba la camisa en el camino de llegar a esta. La tiré de cualquier forma en el piso y me tumbé en la cama. Pero había algo que ya le había agarrado costumbre. Así que, me levanté de golpe y volví al salón. Busqué entre las cajas y encontré la que quería. Una donde estaban las ropas de Gabriela, saqué una prenda y la aspiré. Aún olía a ella, pero pronto dejaría de hacerlo. De regreso a mi cama iba recordando cada parte de su delicado y bello rostro. Recordaba hasta la más mínima expresión que ponía. Y eso…, me dolió como venía doliendo de hace cuatro meses. –Solo desearía tenerte una vez más, solo una– murmuré tumbado boca abajo en la cama. Me dolía el corazón o el alma, no lo sé. Pero era un sentimiento abrumador. Sé que ella no está aquí, pero aun así la sigo esperando. Aun así, la busco con la mirada por las calles. No sé si me estoy volviendo loco o delirante. Nunca había comprendido la fuerza del amor. Había escuchado siempre las frases cursis de: “te amaré hasta después de la vida” o “Hasta que la muerte nos separé”. Pero, ¿en verdad la muerte nos separará? Me negaba rotundamente a darle sentido a esa estúpida frase. Me quedaba con la primera: amarla hasta después de la vida.
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