Había pasado la mayor parte de las últimas noches fantaseando con esto mientras me tocaba a solas en la cama, pero que realmente estuviera sucediendo era casi demasiado para asimilarlo de golpe. Le sujeté la cabeza, temiendo que cambiara de opinión y se alejara. Me sentí inmensamente feliz cuando metió los brazos bajo las piernas y me agarró los muslos con sus manos ásperas, apretándome más contra su boca. Estaba metido en ello y ni siquiera pensaba en parar antes de conseguir todo lo que quería.
—Oh, Jesse, qué bien—, gemí. —Es todo tuyo—. Estaba perdiendo el hilo de lo que balbuceaba, pero quería que supiera lo bien que me hacía sentir. —Mi coño es todo para ti.
Su lengua se movió sobre mi clítoris con una rapidez vertiginosa que me hizo sentir cada nervio del cuerpo que algo increíble se avecinaba. Me sentí consternada cuando abandonó mi clítoris, pero pronto la euforia se transformó en sustituida por su lengua rodeando mi entrada. Los húmedos y descuidados sonidos de su lamida en mi jugoso agujero eran el sonido más erótico que jamás había escuchado. Justo cuando lo necesitaba, sentí su lengua penetrar en mi interior. No podía llegar demasiado lejos, pero fue suficiente para que lo sintiera. Su lengua indagadora desató una nueva cascada de sensaciones centelleantes por todo mi coño. No iba a aguantar mucho más.
Jesse desvió la boca ligeramente hacia un lado y chupó uno de mis labios afeitados, tomándolo en su boca, apretándolo un momento y luego soltándolo. Repitió lo mismo con mi otro labio superior. Después, subió a mi montículo, acariciando mi generoso vello púbico con la cara. Me encantaba cómo me penetraba por completo.
—¿Cómo llegaste a ser tan bueno comiendo coños?—, espeté mientras intentaba sutilmente acercar su boca a mi clítoris.
Le dio a mi m*****o un único y provocador latigazo con la lengua. —¿De verdad quieres saberlo?
—No... honestamente no me importa... mientras sigas adelante...
—¿Estás lista para correrte, mamá?
—¡Sí!—, casi grité. —¡Tengo muchísimas ganas de correrme, cariño! ¡Haz que me corra!
—¿Hacer que quién se corra?—preguntó, mirándome por encima de mi coño perfectamente delineado con una sonrisa maliciosa.
Me tomó un segundo comprender lo que estaba buscando.
—Haz que mami se corra, cariño. ¡Chúpale el coño a mami y haz que me corra!
Con eso, volvió a trabajar con gusto. Y no solo estaba haciéndole el ego; mi chico sí que sabía cómo comer coños. Esperaba las torpezas que recordaba haber sufrido de chicos de su edad en mi adolescencia, pero él era mejor que cualquier hombre con el que hubiera estado. En parte quizá se debía a que era mi hijo, pero lo único que sabía era que trataba mi coño con más cariño y respeto del que jamás me había mostrado.
Jesse estaba metiéndose la cara de lleno, sin contenerse. Parecía disfrutarlo casi más que yo, lo cual era casi imposible. Me apreté contra su boca, intentando seguir la cadencia de su lengua que se movía rápidamente. Era capaz de lamer y chupar a la vez de una forma que prácticamente me hizo levitar del sofá. Resistí la natural inclinación de poner los ojos en blanco y, en cambio, me concentré en ver a mi hijo comerme. Ver su cabeza entre mis piernas solo aumentaba el exquisito placer que me proporcionaba con la boca. Aunque esto no volviera a ocurrir, siempre guardaría el recuerdo de él penetrando mi coño como un animal hambriento.
—¡Dios mío... Jesse... me voy a correr! ¡Oh, sí, carajo!— Le sujeté la cabeza con más fuerza, deseando que siguiera haciendo exactamente lo mismo con mi clítoris durante unos preciosos segundos más. —¡Me voy a correr! ¡Me voy a correr en tu cara!
En la fracción de segundo que transcurrió entre esas palabras y el inicio del orgasmo más intenso que había experimentado en mi memoria reciente, me di cuenta de que había algo que Jesse desconocía de mí. Era demasiado tarde; iba a tener que aprenderlo a las malas.
Solté un grito estridente, con todos los músculos tensos, y una euforia desbordante se apoderó de todo mi ser de golpe. No pude evitar lo que mi cuerpo estaba a punto de hacer en respuesta a esto.
Un chorro de líquido caliente salió a borbotones de mi coño y golpeó a Jesse en la cara. Retrocedió un poco, solo para ser rociado con otro chorro de semen femenino, aún más grande que el primero. Mi hijo escupió y tosió mientras más semen mío salía con fuerza de mi coño directo a su pecho. Me apreté y expulsé lo que me quedaba de fluidos orgásmicos, que brotaron de mí en una viscosa corriente ascendente de aún más jugo vaginal. Después de empapar el sofá, la alfombra y a mi hijo de la cabeza a la entrepierna, me desplomé de nuevo en el sofá. Estaba agotada, literal y figurativamente.
—¿Qué demonios fue eso?—, quiso saber Jesse. Parecía más incrédulo que molesto.
—Lo siento, cariño, debería haberte avisado. A veces me corro así.
—¿A veces?
—Solo cuando estoy súper excitada.— Me costaba respirar. Sentía como si mi v****a vibrara y todo mi cuerpo vibrara con ella.
—Mierda, mamá, eso fue jodidamente raro.
—Lo siento... no sabía que esto iba a pasar hasta que fue demasiado tarde.
—No tienes por qué disculparte. —Se lamió los labios, intentando saborearme más—. Fue intenso. Me gustó.
—Hace tiempo que no me corro así.— No pude evitar sonreír al ver a mi chico empapado en mis jugos sexuales.
—Supongo que debiste estar realmente súper excitado entonces, ¿no?
—La evidencia habla por sí sola.— Tomé mi cerveza y bebí de un trago lo que quedaba en la lata. —Pero sí, esa fue la mejor mamada que he probado en mi vida.
No quería que se notara, pero me di cuenta de que estaba orgulloso de sí mismo al oír eso. Se quitó la camisa empapada y se secó la cara con ella antes de tirarla a un lado. El olor de mi coño impregnaba el aire a nuestro alrededor.
—Debería disculparme por lo del otro día...—, parecía culpable al hablar. —Por lo que hice mientras dormías.
—Agradezco la disculpa —le di un empujoncito juguetón con el pie—, pero lo tomé como un cumplido. No todas las cuarentonas tienen a un jovencito guapo cerca que quiera pajearse con su cuerpo desnudo.
—Entonces, ¿no te importará si lo hago de nuevo... ahora mismo?
—Sé mi invitado—, dije y me quité la bata, quedándome completamente desnuda frente a él.
Jesse se levantó, se acercó hasta casi estar encima de mí y empezó a masturbarse. ¡Dios mío, se veía precioso haciéndose eso! Me pasé las manos de arriba abajo por el cuerpo mientras me maravillaba la fuerza y el grosor de su erección. Después de acariciarme los pechos un rato, me llevé uno a la boca. Me rodeé la areola con la lengua y luego me chupé el pezón.
—Vaya, no sabía que pudieras hacer eso —dijo Jesse con silenciosa admiración.
—Tu mamá tiene muchos trucos que no conoces.
—Eso es seguro—, asintió y acarició más rápido mientras lo dejaba verme chupar mi otra teta por un tiempo.
—¿Te importa si me uno a ti?— pregunté, sabiendo cuál sería la respuesta.
—Mejor que sea rápido—, bromeó. —Llevo mucha ventaja.
Me llevé una mano a la v****a. Todavía estaba empapada de humedad resbaladiza y casi demasiado sensible para tocarla. Lo hice de todos modos, con cuidado de no tocar mi clítoris directamente.
Nunca pensé que masturbarse con alguien pudiera ser tan gratificante. Siempre había pensado que si había una polla al alcance, debía estar dentro de mí. ¿Para qué perder el tiempo masturbándose en lugar de tener sexo? Pero estaba aprendiendo lo íntimo que podía ser compartir este acto, normalmente privado, con otra persona. Era agradable poder relajarme, disfrutar de las escenas sensuales y darme placer como solo yo podía.