Capítulo 12

1476 Words
Eso sí que se fue al traste enseguida. No podía enfadarme demasiado con él, ya que lo que había dicho era más o menos cierto. Debería haber esperado a que se hubiera bebido unas copas antes de intentarlo. Respiré hondo y me giré para encarar a la multitud furiosa y anónima. La mayoría exigió que les devolvieran las fichas, lo cual hice con pesar, pero algunos estaban dispuestos a aceptar un espectáculo alternativo con un montón de dildos de culo a boca. Conseguí aguantar, pero no me apetecía. Beaverman415 fue el último en irse. Había permanecido en silencio toda la noche y salió de la habitación sin decir palabra. ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ Aunque el último espectáculo había dado un giro desagradable, aún ganamos lo suficiente como para atrasarnos solo dos meses con la hipoteca. Al menos, algo era algo. Hice malabarismos con mis tetas para los tres mirones en mi sala de preestreno, levantando una de mis tetas flexibles y lamiendo un pezón lo más seductoramente posible después de más de una hora de intentar sin éxito convencer a alguien para un espectáculo privado. Me dejé caer en la silla, abatido. Desde luego, no pagaría un dineral por ver mi lamentable trasero cumplir con mi deber, ¿por qué lo harían? Una puerta electrónica se cerró de golpe para confirmar mi pensamiento. Jesse no había vuelto a casa anoche después de haberse asustado y haberse ido hecho una furia. Su boca había estado tan cerca de mi coño que casi podía sentirla. Intenté no pensar en la sensación de su cálido aliento ahí abajo. Justo cuando parecía que estaba bien con lo que estábamos haciendo, recobró el sentido y se dio cuenta de lo asqueroso que era. De lo asquerosa que era yo. Supongo que esa debería ser la reacción normal cuando un hijo se enfrenta a la idea de tener sexo con su propia madre. Sabía perfectamente que no me resultaría tan natural. Debería sentirme igual de repelida por la idea de practicarle sexo oral a mi propio hijo y dejar que se corriera en mi boca. Debería horrorizarme la idea de dejar que me comiera el coño. Y deberían encerrarme por imaginar las cosas que hago a altas horas de la noche cuando estoy sola en la cama. Definitivamente tenía que ponerle fin a esto de alguna manera. La puerta del dormitorio de Jesse estaba cerrada con llave. Me dolió. Tiré del candado que colgaba del pestillo que había atornillado toscamente al marco de la puerta cuando tenía quince años y no quería que husmeara en su habitación. Probablemente fue por la época en que empezó a fumar marihuana. No tenía ni idea de que sería más probable que lo robara para mí que sermonearlo sobre decir no a las drogas como cualquier madre decente. Iba a perderlo, seguro. Si lo hacía, tocaría fondo rápido y con fuerza. Quizás tan fuerte que esta vez no podría levantarme. Tenía que encontrar otra salida. Prefería arriesgarme a perder esta vieja casa destartalada que perder a mi único hijo. Era toda la familia que me quedaba y lo estaba alejando. No era mejor que mi propio padre, solo que era peor. No solo estaba usando a mi hijo para mi propio placer enfermizo, sino que también estaba ganando dinero con ello. Jesse tenía todo el derecho a odiarme. No volvió a casa esa noche. Me estaba preocupando. No contestaba mis llamadas ni mis mensajes. Empecé a temer que hiciera alguna tontería o se metiera en problemas. Luché contra la tentación de ir al Thunderbird a pedir algo de beber. Quería estar en casa si Jesse llegaba o llamaba. Intenté encontrar maneras de pasar el tiempo, pero sentía que cada minuto se me escapaba. Extendí cheques de diez dólares a las compañías de luz, gas y cable. Pensé que si al menos pagaba algo, quizá no me cortarían el servicio. Lavé la ropa. Limpié un poco la casa, aunque no pareció hacer mucha diferencia. Me abrí la v****a un par de veces frente a la cámara, pero eso solo me hizo sentir peor, sobre todo cuando no pude ganar más que un par de fichas por mis patéticos esfuerzos. Cuando oí neumáticos en la entrada de grava, casi me desmayo. Recé para que no fuera un coche patrulla que venía a avisar a los familiares. El familiar sonido de las botas de Jesse en el suelo de la cocina me salvó la vida. Estaba en mi habitación con solo mi sujetador. Me levanté en silencio y cerré la puerta. No quería que me viera desnuda y que lo hiciera estallar de nuevo. Lo escuché pasar, quité el candado y cerré la puerta de su habitación. No me moví, con la oreja pegada a la puerta. Después de ducharme y rebuscar un poco más en su habitación, se fue. Sabía que estaba en la mía, pero no dijo ni una palabra. Me habría sentido mejor si al menos me hubiera llamado guarrilla al salir. El ligero aroma a colonia me hizo cosquillas en la nariz. Escuché hasta que el sonido de su camioneta se volvió indistinguible del canto de los grillos nocturnos; luego volví a sentarme frente a la webcam y me enfadé conmigo misma al instante. El solo hecho de saber que Jesse estaba en casa me había puesto la v****a tan mojada como una virgen cachonda en su noche de bodas. Agarré mi pene doble, me llené el coño con un extremo, lo doblé hacia abajo y metí el extremo más pequeño en el ano lubricado. Agarré la curva del juguete de goma flexible y me follé con odio ambos agujeros simultáneamente hasta alcanzar un orgasmo castigador que fue mejor de lo que merecía. Me sentí fatal, pero conseguí ganar veinte dólares por las molestias. Apagué la computadora sin siquiera molestarme en cerrar sesión en el sitio y me dirigí a la ducha. Tres horas después, estaba sentada en el sofá con los pies en alto viendo la tele. Me sorprendió que Jesse apareciera. No creía que llegara antes de medianoche, si acaso. No me había molestado en vestirme después de la ducha, así que solo llevaba puesta la bata. La cerré y la ajusté bien. Jesse estaba en la cocina, pero no lo oí moverse. ¿Se quedó ahí parado? Un minuto después, entró en la sala y se detuvo. Ahí estaba esa colonia otra vez. —Te ves muy bien—, dije con la esperanza de empezar con buen pie. —¿Tienes una cita importante esta noche? Se burló. —Eso pensaba.— Levantó un paquete de doce helados Natty Ice. —Te debía una. Sonreí y traté de no emocionarme por esto, pero el hecho de que él estuviera pensando en mí fue casi suficiente para hacerme llorar. —¿Un paquete de doce? ¿Y una cita elegante? ¿Desde cuándo te convertiste en un derrochador?—, bromeé con dulzura. —Ayer saqué un boleto de raspadito de doscientos.— Cruzó la habitación y se sentó en nuestro viejo sillón. Me ofreció una cerveza y se tomó una para él. —Gracias, cariño.— Los abrimos y tomamos un trago. El frío chispeante nos sentó de maravilla. —Llegaste a casa muy temprano. ¿Qué tal tu cita? —No lo hizo. —Dio otro trago largo—. Jimmy tenía a dos chicas en la mira y consiguió entradas para ese concierto en el estadio. Yo conseguí la que se llama Shawna. —Es un nombre bonito. —Sí, estaba más buena de lo que pensé, conociendo el historial de Jimmy. —Se bebió el resto de su cerveza y abrió otra—. ¡Qué caña! No me gustó lo mucho que disfruté de que estuviera dispuesto a hablarme así. —¿Y qué pasó? —Nos la pasó encima durante el viaje. Nos estábamos besando. Tenía la mano en mis pantalones y yo la estaba manoseando por todos lados. Seguro que me acostaba con alguien después del concierto.— Me miró de reojo y probablemente notó mis pezones sobresaliendo bajo la fina tela de mi bata. —En fin, nos lo estábamos pasando genial, y a mitad de camino, dos guarrillas se van con un tipo que dice que puede con ellas entre bastidores. Esa fue la última vez que las vimos. —Estúpidas—, me compadecí, sabiendo perfectamente que yo también había hecho ese truco un par de veces cuando era un jovencito atractivo. —Ellas se lo pierden. —Lo que sea—, se quejó y bebió de un trago el resto de su segunda cerveza. —Tírame otro—, dije mientras él iba por el tercero. No era un peso ligero, pero sin nada en el estómago, ya sentía el comienzo de una euforia.
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