ROMPER CORAZONES

1909 Words
CAPÍTULO 2 ANTONELLA SALVATORE ROMPER CORAZONES La estridente melodía de la alarma me arranca del plácido sueño. Una punzada de resistencia recorre mi cuerpo; no quisiera abandonar la calidez de las sábanas, pero el deber me llama con una insistencia ineludible. La responsabilidad y el compromiso con mi trabajo son un faro que guía mis mañanas. Con un suspiro de resignación y una dosis de autoánimo, me decido a levantarme. Me dirijo al clóset, donde mis dedos hojean las prendas en busca del atuendo perfecto. Finalmente, me decanto por un elegante conjunto de dos piezas en un tono azul sereno. El baño se convierte en mi siguiente destino, donde una ducha de agua caliente disipa cualquier vestigio de somnolencia. El aroma embriagador a coco de mi champú llena el aire mientras lavo mi cabello. Enjuago mi cuerpo hasta sentirme completamente fresca y limpia. Al salir, seco mi cabello con esmero, moldeando suaves ondas que enmarcan mi rostro. La vestimenta sigue, y en pocos minutos estoy lista para enfrentar el día. Salgo de mi habitación y me dirijo al comedor, donde mis padres ya están reunidos en torno a la mesa. —Buenos días, mamá, papá —saludo con una sonrisa. —¡Buenos días! —responden al unísono, sus voces llenas de calidez matutina. —Qué guapa estás hoy, hija. No pareces ir a trabajar, ¡sino a romper corazones! —comenta mi padre con un brillo travieso en los ojos. —Amor, deja de molestar a la niña —interviene mi madre con una suave reprimenda. —Ja, ja, ja, no, papá, sí voy a trabajar. Hoy llegan nuevos inversores a la empresa y debo estar presentable, son personas muy importantes. Tomo mi café con leche, unas tostadas; he optado por un desayuno ligero. Salgo del comedor y vuelvo a mi habitación para el ritual matutino final. Lavo mis dientes con diligencia, tomo mi cartera y me dispongo a salir. En la sala, mis padres me esperan para la despedida. Les doy un beso y un fuerte abrazo. —Los amo —les digo con sinceridad. —Suerte, cuídate, Antonella —me dice mi madre con cariño. —Gracias, mamá. —Voy de salida también, hija. Hoy puedo llevarte y dejarte en la empresa —se ofrece mi padre. Me llamo ANTONELLA SALVATORE, tengo veintiséis años y vivo en una zona modesta de la ciudad. Trabajo en una importante empresa automotriz como asistente del CEO. Llevo tres meses en este puesto, donde he puesto todo mi empeño en ser eficiente y profesional. Viajo con mi padre en el auto rumbo al trabajo. El tráfico matutino, que suele ser caótico a esta hora, hoy nos concede una tregua inesperada. Conversamos sobre temas triviales durante el trayecto, y sin darme cuenta, ya estamos llegando a mi destino. Me despido de él con un fuerte abrazo, bajo del auto y me dirijo a la entrada de FERRER & ASOCIADOS. Llego antes que mi jefe, lo cual me permite organizar la sala de juntas, ordenar los documentos y preparar el contrato para los nuevos inversores. Al parecer, soy la primera en llegar a este piso. Salgo de mi oficina y no veo a Marta. ¿Se habrá presentado algún inconveniente? me pregunto con una ligera preocupación. Me dirijo a mi puesto de trabajo, un pequeño rincón estratégico dentro de la oficina del jefe. Estoy absorta en mis tareas cuando un suave "tilín" interrumpe mi concentración. Es el sonido inconfundible del ascensor. Levanto la vista y lo veo salir: ahí está él, tan apuesto y elegante como siempre. Instintivamente, finjo no haber notado su llegada. Flashback Me presento en "FERRER & ASOCIADOS" muy temprano, respondiendo a una llamada de última hora que me solicitaba estar allí a primera hora de la mañana. Los nervios me atenazan el estómago. La incertidumbre de si obtendré el empleo me mantiene en vilo; necesito este trabajo desesperadamente. Le pido a Dios en silencio que me conceda esta oportunidad. Llego a la recepción, donde una joven de rostro amable me recibe. Le informo que tengo una entrevista de trabajo. —¿Buenos días? ¡Bienvenida! ¿Vienes a la entrevista para asistente de presidencia? —me pregunta con amabilidad. —Buenos días, sí, soy yo —respondo con un tono que intenta ocultar mi nerviosismo. —La entrevista es en el último piso, allí está la oficina del CEO; él mismo te atenderá —me informa la señorita de la recepción—. Él todavía no ha llegado, llegaste a buena hora. Sube, allí está su secretaria, Marta. Le sonrío y asiento, agradecida por su amabilidad. Me entrega una tarjeta de pase y me dirijo al ascensor. Marco el número veinte y me observo en el reflejo metálico de las puertas. "Todo en orden", me digo, intentando tranquilizarme. Salgo del ascensor y me dirijo al escritorio de Marta. Ella me ve, sonríe, y esa pequeña muestra de calidez me infunde un poco de confianza. —Buenos días, ¿vienes a la entrevista? —Buenos días, sí. —Llegas temprano; la persona que te va a entrevistar aún no ha llegado, es el señor Ferrer. Es muy meticuloso al escoger a su personal, pero se ve que no tendrás ningún problema, eres puntual. Y ese es uno de los requisitos más importantes para él. Toma asiento, no tardará en llegar. Pasan cinco minutos que se me antojan una eternidad. Al fondo, se escucha una voz masculina, fuerte y segura: —¡Buenos días, Marta! —Buenos días, señor Ferrer. ¿Qué tal su fin de semana? Giro la cabeza para ver de dónde proviene esa voz que provoca un extraño revoloteo en mi estómago. —Otro fin de semana, como cualquier otro, sin ninguna novedad. Me quedo momentáneamente sin aliento, observándolo en silencio. "¿Qué hombre tan guapo?", pienso, sin poder evitar una punzada de admiración. —Señor, tenemos a una persona que viene a la entrevista de trabajo para el puesto de asistente de presidencia —informa Marta. —Ok, déjame entrar a la oficina y la haces pasar. ¿Tiene mucho tiempo esperando? —No, menos de cinco minutos, señor. Al parecer es puntual, llegó antes que usted —dice Marta, y siento una punzada de pena por él. Emiliano entra a la oficina y casi de inmediato suena el intercomunicador. —Marta, hazme pasar a la persona que viene a la entrevista, por favor. —Enseguida, señor. —Se dirige a mí—. Disculpa, ¿cuál es tu nombre? —Antonella Salvatore, para servirle. —Ya puedes pasar, vas a ser entrevistada por el CEO. Con una mezcla de nerviosismo y determinación, entro en la imponente oficina. Me dirijo a la silla frente al escritorio. Él levanta la vista y sus ojos se posan en mí. Una breve pausa, y luego dice, con un tono que denota una ligera sorpresa: —Vaya, eres joven y muy bonita —al parecer, pensó en voz alta. Una risa silenciosa florece en mi interior. "Y eso que no me vio cuando llegó", pienso con una pizca de ironía. Lo dijo en un tono bajo, pero logré escucharlo, lo que provocó un ligero sonrojo y un aumento de mi nerviosismo. —Buenos días, toma asiento, por favor. Comencemos. —¿Cómo te llamas? "¿Acaso no ha leído la información en la hoja?", me digo mentalmente. —Antonella Salvatore, señor. —¿Tienes conocimiento en el puesto al cual te estás postulando? —Por supuesto, señor. Tengo experiencia en secretariado ejecutivo, administración financiera, flujo y manejo de personal, preparación de informes estadísticos. Poseo excelentes capacidades de gestión del tiempo, elaboración de informes, atención telefónica, conocimientos avanzados en Excel, Word, PowerPoint y otras áreas de la computación. Soy puntual y muy eficiente en cualquier tarea administrativa. —Vaya, eres una mujer muy inteligente y preparada. Además de ser competente para el puesto, reúnes una de las principales cualidades que necesito: ser puntual. Por mí, puedes comenzar hoy mismo. Si no hay ningún inconveniente, tenemos demasiado trabajo atrasado y mi secretaria Marta no da abasto. —Por mí no hay ningún problema, señor. De verdad necesitaba el trabajo y le agradezco mucho la oportunidad. —No te preocupes. Ponte en contacto con Marta; ella te dará las instrucciones sobre lo que debes hacer hoy. Ella tiene el contrato para que lo firmes, donde también se indica el salario. —Está bien, me retiro, señor, con su permiso. Salgo de la oficina y suelto un suspiro de alivio. Me dirijo al escritorio de la señora Marta. —Señora Marta, disculpe. El señor Ferrer me dijo que usted me indicaría algunas tareas y lo que tengo que hacer hoy, ya que será mi primer día de trabajo. Aparte de entregarme el contrato para firmarlo. —Qué bueno que te dieron el empleo, bienvenida. Algo me decía que tú eras la persona indicada para el puesto. El señor Ferrer no elige mal personal, y para muestra un botón, ¡me eligió a mí! —añade con una risita contagiosa. Su humor me relaja, y también río. —Bueno, mi niña, vamos a buscar unas carpetas que debes pasar a la computadora para tenerlas archivadas allí, y luego te iré dando más tareas a medida que vayas terminando, mientras te acomodas. —Está bien, señora Marta. Trabajaré muy duro para mantenerme en mi puesto, porque de verdad necesito este trabajo. Fin Flashback Ambos salimos del restaurante de regreso al trabajo en su auto, envueltos en un silencio cómodo. No sé qué pensar sobre lo que sucedió hace unos minutos. Me reprendo internamente, diciéndome que solo fue un almuerzo, nada más. Pero al mismo tiempo, una emoción sutil florece en mi interior, porque él me gusta, y compartir ese tiempo juntos me ha removido algo. Sería una tonta si pensara que podría haber algo más entre nosotros. —¿Pasa algo? ¿Por qué tan callada? ¿Hice algo que te molesta? —pregunta con cautela, interrumpiendo mis pensamientos. —No, no pasa nada. Solo que me parece un poco extraño... usted es mi jefe y yo su empleada. —Puede que te resulte un tanto extraño, pero para mí no lo es. Aunque es la primera vez que almuerzo con uno de mis empleados. Para mí, todos somos iguales, y si soy tu jefe, también soy un ser humano. Si lo dices por la clase social y mi estatus, eso no me importa en absoluto. Llegamos al edificio y subimos juntos en el ascensor. La hora de la junta directiva y los socios se acerca rápidamente; en menos de cinco minutos estamos de vuelta en su oficina, cada uno en su puesto. La reunión se prolonga durante dos horas. Al parecer, hay un ambiente de satisfacción general por el crecimiento de la empresa y los nuevos proyectos que prometen generar ingresos sustanciales para todos. Finalmente, llega la hora de mi salida. Me siento cansada, ha sido un día de trabajo intenso, lleno de actividad, pero también gratificante. —Es bueno saber que no tengo un jefe engreído y prepotente —me atrevo a decir, con una sinceridad inesperada. —Jamás sería así. Fui criado por una mujer excelente a la cual quiero como si fuese mi madre. A ella le agradezco todo lo que soy hoy en día. De no haber sido por ella, sería otro niño rico, prepotente y creído, más que los demás. —Lo felicito entonces, señor. Es bueno saberlo.
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