Capítulo 2

1293 Words
En el segundo piso de la Mansión Voss, el aire estaba impregnado de la fragancia oscura del vino. Frente a las amplias ventanas francesas, un hombre alto y esbelto se erguía con serenidad. Vestía un camisón n***o que delineaba sus hombros anchos y su cintura estrecha, sus pies descalzos tocaban el mármol frío. Demian Voss observaba la tormenta con indiferencia, el cristal empañado reflejaba su silueta rígida y su mirada helada. Detrás de él, la puerta se abrió con discreción. El viejo mayordomo de cabello plateado inclinó la cabeza. —Señor Demian, le he transmitido lo que me dijo a la señorita Eve. Demian no apartó la vista de la lluvia. Agitó lentamente la copa de vino tinto que sostenía, y su voz, baja y firme, quebró el silencio: —Notifique a la familia Aston: si intentan ayudar a Eve, la familia Aston desaparecerá. Si quieren conservar lo que tienen… deberán expulsarla de inmediato. —Sí, señor —respondió Roberth con solemnidad. —En segundo lugar —continuó Demian, sin titubear—, avise a Arthur que no existe ningún archivo de Eve allí. Que la Universidad difunda que fue expulsada por promiscuidad y peleas. Que quede registrado que su educación más alta fue secundaria. —Sí… Demian se giró apenas, su voz descendió a un tono aún más gélido: —Por último… mándela a la cárcel. Roberth alzó la cabeza, sorprendido, los ojos abiertos de par en par. —¿Señor Demian…? —La asesina debe pagar. —La mirada de Demian brilló con furia contenida—. Sobornó a otros y mandó matar a Elia deliberadamente. ¿Acaso hay algo incorrecto en enviarla a prisión? El mayordomo se quebró en lágrimas. —Señor… lo que hace es lo correcto. Gracias… gracias, señor Demian. Si no fuera por usted, Eve jamás pagaría por sus errores. Como era una Aston, nadie podía tocarla. Pero usted… usted ha hecho justicia. Demian cerró los ojos, llevó la copa a los labios y bebió de un trago el vino oscuro. Sus dedos delgados, blancos y tensos, apretaron el cristal hasta que crujió suavemente. —Roberth… —dijo lentamente—, no castigo a Eve porque Elia sea tu hija. La castigo porque Elia… era la mujer que yo amaba. La copa se quebró en su mano, y una gota de sangre se mezcló con el rojo del vino derramado. … Mientras tanto, Eve Aston, con el cuerpo agotado, arrastraba sus pasos de regreso hacia la residencia de su familia. Llevaba las ropas húmedas pegadas a la piel, el cabello enredado y los ojos vacíos. Sin embargo, antes de poder cruzar siquiera la puerta de hierro, fue recibida por el viejo mayordomo de los Aston. No con calor ni refugio, sino con un mensaje frío y humillante. —Señorita Aston —dijo con voz mecánica—, por orden del señor Demian, la familia Aston rompe toda relación con usted. No puede volver a entrar aquí. Eve levantó la mirada hacia la puerta cerrada, buscando a sus padres, a alguien que la defendiera, que al menos la escuchara. Pero nadie apareció. Ni una voz, ni un gesto. Nada. El hierro de la reja no sólo la separaba de la mansión… también de todo lo que alguna vez le perteneció. Eve sonrió, una mueca amarga que dolía más que las lágrimas. —¿Tenían tanto miedo de Demian…? —susurró para sí, bajando lentamente la cabeza. Pero antes de dar un paso atrás, dos hombres uniformados se interpusieron en su camino. Policías. —Señorita Eve Aston —dijo uno de ellos con voz firme—, queda detenida bajo la acusación de sobornar a individuos para arruinar la inocencia de la señorita Elia Lewins, lo que derivó en su muerte. Necesitamos que coopere con la investigación. Eve quedó helada. Sus labios se abrieron, pero no salió sonido. La ciudad, que apenas despertaba bajo el amanecer lluvioso, fue testigo de cómo la joven era esposada con brusquedad, arrastrada frente a la mirada de vecinos y transeúntes. El eco de los clics de cámaras no tardó en rodearla. Los reporteros, que parecían haber esperado esa escena, lanzaban preguntas cargadas de veneno: —¿Por qué lo hizo, señorita Aston? —¿Es cierto que estaba enamorada del prometido de su amiga? —¿Mató a Elia para quedarse con Demian Voss? La multitud la observaba como si fuera un monstruo. Eve, con el rostro pálido y el cuerpo tambaleante, sólo pudo apretar los labios. No había espacio para explicaciones. La sociedad ya la había condenado. Y lo peor era que el hombre que ella amaba había sido el primero en levantar la mano para hundirla. … El eco de las botas resonaba en el pasillo cuando los policías escoltaban a Eve. Las esposas frías le mordían las muñecas, pero su dignidad permanecía intacta, aunque apenas sostenida por un hilo. Antes de cruzar la puerta hacia el destino que le esperaba, la cárcel, Eve alzó la mirada. A través de la penumbra del salón, lo vio: Demian Voss, de pie junto a una ventana, como una sombra elegante y cruel contra la luz grisácea de la mañana. El corazón de Eve se estremeció, pero su voz salió firme, decidida: —No le hecho daño a Elia. Demian apartó lentamente la mirada de la lluvia y se acercó con pasos medidos, seguros, como si el tiempo mismo obedeciera a su andar. Eve se repitió a sí misma que no debía temer. Era inocente. No había cometido ningún crimen. Tenía que resistir. Alzó la cabeza con valentía. Su delicado rostro, pálido y cansado, reflejaba entereza, aunque sus hombros temblorosos delataban la tensión que no podía ocultar. Sus ojos claros, firmes como dos llamas apagadas, fueron directo a los de Demian. Ese gesto lo sorprendió. “¿Todavía quiere negar? ¿Todavía intenta proteger su dignidad… incluso ahora?”, pensó Demian, apretando los labios. Sí, era Eve Aston: orgullosa, obstinada, incapaz de inclinarse ante nadie. Ni siquiera en la ruina. De pronto, Demian alargó la mano y le sujetó con brusquedad la barbilla. Sus dedos, como tenazas de hierro, se hundieron en su piel frágil. —¡Aah… duele! —gimió Eve, sus lágrimas escapando por las comisuras de sus ojos. Demian no se conmovió. Al contrario, apretó con más fuerza, disfrutando del dolor que le arrancaba, como si en ello se encontrara una justicia retorcida. —¿Quién podría imaginar —murmuró con una sonrisa cruel— que bajo este hermoso rostro se esconde un corazón tan vil? Eve forcejeó, mordió su labio con fuerza hasta hacerse sangrar. —¡No he lastimado a Elia! —gritó con voz quebrada pero ardiente—. No puedes enviarme a prisión sin pruebas. Demian rió con una burla helada, su mirada descendiendo sobre ella como cuchillas. —¿Pruebas? —se inclinó tan cerca que su aliento la envolvió—. Por supuesto que puedo. Así que, Señorita Eve, disfrute de la vida en prisión ahora… y en el futuro. —La voz de Demian Voss resonó como un veredicto irreversible. Apretó con violencia la barbilla de la joven antes de soltarla. El rostro de Eve estaba pálido, sus labios temblaban, pero ninguna palabra salió de su boca. El odio y el dolor la ahogaban. Las palabras lo sellaron todo. La condena estaba dictada, no por la justicia, sino por el hombre que más odiaba y más amaba al mismo tiempo. Los policías tiraron de Eve, alejándola. Su rostro, bañado en lágrimas y lluvia, se volvió hacia él una última vez. Y Demian, con los ojos enturbiados por el rencor, la observó desaparecer tras la puerta de hierro, sin sospechar que en esa misma dureza se escondía la primera grieta de su propia caída.
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