Tres años después
Christian Goldman
Observé a todos lados sin poder evitar el miedo que se instalaba en la boca de mi estómago, no era para menos, no podía dejar de sentir angustia, de solo imaginar enfrentarme al mundo exterior, durante este tiempo sucedieron tantas cosas, sufrí penurias, castigos, desprecios, las peores humillaciones, la mayoría de las veces me encerraban en una especie de cubículo donde no podía acostarme, apenas era un pequeño espacio de uno 1X1,5 metros, en el cual debía dormir sentado, desprovisto de baño, dónde hacia mis necesidades en el mismo espacio donde comía.
Terminé acostumbrándome a ese repugnante hedor, duraba varios días encerrados, sin razón aparente porque no cometía ninguna indisciplina, creo que lo hacían con profundo placer, me sacaban después de muchos días al patio, exponiéndome al sol y al no estar acostumbrado, se maltrataban mis ojos.
Yo no tenía esperanzas, sabía que esos años de sentencia se podían convertir en los últimos de mi vida, y en el fondo eso lo estaba esperando. Sin embargo, aunque no tenía familia, la vida se plació de darme los mejores amigos del mundo, los intenté alejar, me negué a verlos, mas ellos no se dieron por vencidos, si algo salió bien de todo esto, fue que entendí lo valioso que eran.
Solicitaron la revisión del juicio valiéndose de nuevas pruebas, y de qué el primer juicio fue manipulado, luego de evaluar las evidencias repusieron la causa y el juicio se llevó a cabo de nuevo, con nuevas pruebas y las cuales me exculpaban a mí de toda responsabilidad.
Una de ella, las cámaras de seguridad de la calle de la casa donde viví con Lynda, dónde quedó evidenciada la llegada del amante de Lynnet antes que nosotros, a quien cuando lo llamaron a declarar, terminó quebrándose y confesando que aflojó los barandas de los pasamanos por órdenes de ella, no dejé de llorar mientras escuchaba como Lynnet planificó en contra de su hermana y por culpa de ella lo perdí todo, a la mujer que amaba y a mi hijo y nunca más volvería a ser el mismo.
En cuánto a Lynnet, Jared le hizo un proceso judicial dónde la declararon inestable psicológicamente y la internaron en un sanatorio mental, más aún porque empezó a decir que se llamaba Lynda y no Lynnet, el hombre solo buscaba proteger a su hijo porque ella lo intentó abortar y temía que lo volviera a intentar, cinco meses después cuando nació el niño, se lo quitó, mientras ella lloraba desesperada que no lo hiciera y al transcurrir de esos años, según estaba más desquiciada.
—Señor Goldman, ya tenemos su boleta de excarcelación, es hora de irse a casa —pronunció el guardia con un atisbo de emoción en su voz.
Al parecer estaba más emocionado que yo, porque simplemente sentía que afuera no tenía nada. Caminé detrás del guardia, cuando ya salimos al pasillo de las oficinas, me vi en el espejo, no me reconocí, perdí como más de veinte kilos, de ese hombre robusto, con sus músculos bien marcados, ya no había nada, mi rostro por mi misma delgadez estaba demacrado y sobre todo mi alma destruida, por dentro me sentía mil veces peor a mi exterior.
Cuando llegué a la calle la luz del sol me cegó, por un momento cerré los ojos, sentí la suave brisa acariciar mi rostro, me recordé de ella, de mi Lynda, en mi mente la veía claramente con su sonrisa, la vez que caminamos juntos por la playa, que nos entregamos en esa cabaña… el dolor me atravesó como un puñal y mis lágrimas rodaron, mis amigos me vieron y me abrazaron, les respondí con el mismo cariño.
—Christian, hermano, debes ser fuerte, debes levantarte y volver a empezar —pronunció Isaac tratando de darme ánimos.
—Te lo dije una vez hermano, ya no hay nada porque vivir —declaré sintiendo un nudo en mi garganta.
—No creo que eso sea cierto… hay por lo menos dos personas que han esperado con tantas ansias como yo este momento —pronunció mi amigo Jared y enseguida giré mi vista y vi a Abby.
Mi corazón saltó en mi pecho, porque de cierta manera ella era una conexión con Lynda, fueron las mejores amigas, al lado de ella un niño de como dos años y medio, no pude evitar pensar en mi hijo, tendría esa misma edad, sin embargo, lo que más me sorprendió fue su cabello rojizo y sus ojos azules como Lynda.
Quizás estaba loco, porque eso era imposible, ese niño no podía parecerse a mi esposa, porque ellos no tenían nada que ver. Abby cargó a su hijo y corrió hacia mí.
—Christian, bienvenido al mundo exterior.
—Gracias —respondí y la observé como si quisiera decirme algo y no se atreviera.
—Vine a recibirte porque hay algo que debo decirte, aunque debemos buscar otro sitio para hablar, este no es el más adecuado, por favor —pronunció en tono suplicante y yo acepté.
—Está bien, ¿dónde iremos? —interrogué.
—Yo quiero que vayas conmigo a Abelina, Jared me facilitó un auto de los tuyos en un Jeep, espero que no te molestes.
Me dijo y yo esbocé una leve sonrisa.
—A ese par les di todo mis bienes, ellos se niegan a aceptarlo, están esperando que yo me retracte, ni siquiera han cambiado los documentos, pero no puedo hacer nada, ellos son demasiado persistentes.
Me despedí de Isaac y Jared, subí al auto con Abby, mientras la veía poner al niño en la silla y colocarle el cinturón al niño.
—Christian, ¿Me puedes hablar de tu pasado? ¿De tus padres? —me preguntó con una expresión de preocupación.
—Papá, se quitó la vida cuando tenía ocho años porque su esposa nos abandonó.
—¿Por esposa te refieres a tu mamá? —interrogó Abby con una expresión que no pude descifrar.
—No se puede llamar madre a una mujer que te abandona, sin importar tu destino cuando solo eres un niño de ocho años, y que a pesar de saber que tu padre ya no estaba, no hizo el mínimo intento de buscarte… me dejó a la deriva y sabes, siempre viví con la esperanza, observando por una ventana de que un día pudiera regresar… viví después de allí para vengarme y lo demás lo sabes, terminé destruyendo a mi eterno amor, sin saber… Abby, mejor no hablemos ya de eso, mejor date cuenta de que soy un hombre sin pasado —expresé y ella asintió aunque con un atisbo de tristeza en sus ojos.
Después de tres horas dónde conversamos sobre Lynda, llegamos a la ciudad de Abelina, recorrimos las estrechas calles del colorido pueblo.
Nos bajamos frente a una pequeña casa de techo verde, parecía las que dibujaba uno cuando estaba pequeño en la escuela
—Christian, no vayas a molestarte conmigo, después de ver lo que está detrás de esa puerta, solo quiero decirte que cualquier cosa que suceda, estaré aquí para ti.
A pesar de que sus palabras me parecieron extrañas, solo asentí.
Caminamos a la entrada, ella abrió la puerta, en la sala un televisor grande y frente a este una mujer, se veía mayor, con su pelo rubio recogido en una coleta, tendría como más de cincuenta años, no tenía idea de quién era, pero al girarse y ver sus ojos no me quedó ninguna duda de su identidad, quise hablar, mas las palabras se quedaron atragantadas en mi garganta, me giré con la intención de marcharme y Abby me detuvo con lágrimas en sus ojos.
—No te vayas… por lo menos date la oportunidad de conocerme a mí… soy tu hermana y necesito saber que no estoy sola en el mundo, como también seguramente lo necesitas tú, por favor —me rogó con una mirada de dolor.
«En el flujo de la vida, la destrucción nunca se queda con la última palabra; en cada oportunidad, la creación saca un Fénix de las cenizas»Deepak Chopra.