Christian Goldman
No sabía en lo que estaba pensando ese día, quizás era la tristeza, ese dolor que me carcomía hasta lo más profundo de mis huesos, o tal vez soy un cobarde o muy valiente, porque vivir representaba para mí un tormento más grande a la muerte. En el último segundo desvié el disparo y lo pegué de la pared, aparté el arma. Me puse las manos en mi cabeza, apoyando mis codos en la superficie del escritorio, cerré los ojos con fuerza tratando de encontrar una calma que desde hacía muchas horas había perdido; mas era en vano, no podía luchar contra la corriente, ¿Cómo iba a tener paz? Si desde el momento en que fui a la cena de los Johnson todo resquicio de la felicidad que palpé con Lynda, se esfumó, mi sexto sentido no me falló, por el contrario, me advirtió que no era buena idea… nunca debimos ir a ese lugar, pero ella se empeñó y todo para demostrarme su inocencia, la cual no pude ver… dejándome llevar por las apariencias y destruyendo lo más maravilloso que tuve en mi vida.
—¡Maldit4 seas Christian! Mereces vivir para que sufras… para que te atormentes toda la vida y vivas en el más feroz infierno —expresé en voz alta, sin poder contener todas aquellas emociones que bullían en mi interior de manera peligrosa.
Me levanté frustrado, atormentado por los remordimientos, me halaba los cabellos, mientras gruesas lágrimas salían de mis ojos.
—¿Por qué Lynda? ¿Por qué no creí en tus palabras? Mi amor… mi bebé ¿Dime cómo voy a poder vivir con este dolor y sobre todo con esta culpa? —murmuré desesperado, sintiendo como si alguien me estuviera apuñalando con filosas dagas en el pecho y volviendo mi corazón en jirones.
Por completo descontrolado, comencé a tirar las cosas que se encontraban encima del escritorio; como sentía la rabia, la decepción contra mí mismo, agitada como gigantescas olas, pateé la papelera de donde vi esparcirse la basur4 por todos lados, no obstante, mi cuerpo se tensó al ver varias hojas rotas.
Me incliné, sintiendo un sudor frío recorrer mi espina dorsal, tenía la sensación de que lo que ocurriría en los próximos segundos terminaría de hundirme para siempre y así fue… recogí las hojas del suelo, mientras lo hacía empecé a temblar; vi varios bocetos con mi rostro, pintados a grafito, con la firma de Lynda y la fecha en la cual fueron dibujados, justo los días cuando me contó que la habían mantenido encerrada, esa fue la prueba que quiso buscar para demostrar su identidad… sin embargo, no pudo hacerlo, porque los miserables terminaron conspirando en contra de ella, incluso la mujer de servicio. Deseaba con todas mis fuerzas hacerles pagar a todos y a cada uno de ellos el daño que le causaron a Lynda, no esperaba dejarlo así.
Recogí las hojas y las llevé a mi pecho abrazándolas, mientras las lágrimas brotaban de mis ojos, me odiaba a mí mismo, por no haberme dado cuenta a tiempo, por no seguir a mi corazón, mientras que ahora mi mente, no me dejaba de incordiar martillándome continuamente, por no haber creído en ella.
Un golpe en la puerta, distrajo mi atención, no fue necesario abrir, Isaac y Jared, entraron, ambos pálidos cuando vieron el desastre en mi despacho y el arma encima del escritorio, mientras el primero corrió hacia mí, el segundo, lo hizo hacia el arma y comenzó a revisarla.
—¿Cómo puedes hacerte esto? ¿No piensas en quienes te queremos? —me recriminó Jared al darse cuenta de que había disparado el arma.
—Hubiese deseado tener la valentía para hacerlo… lamentablemente, no fui capaz, ni siquiera pude tener la valentía para quitarme la vida… aún sabiendo que no tengo nada, ya no soy nada… lo perdí todo por segunda vez, hasta las ganas de vivir… esta vez no quiero luchar… solo deseo cerrar los ojos y no volver a abrirlos más, irme junta a ella… junto a mi Lyn y a mi hijo —susurré sin poder contener ese caudal de tristeza que me privaba al punto de obstruir mi respiración.
—Debemos sacarte de aquí Christian, corres peligro, existía un vínculo de Lynda con el principado, Leo es Leonard Harold Skarosky, el cuarto en la línea de sucesiones de la corona, era muy amigo de ella, quieren utilizar todo su poder para accionar en tu contra, te van a acusar de haberlo asesinado y van a condenarte —pronunció Isaac en un tono de desesperación—. ¡Escúchame! Ya me estoy arriesgando lo suficiente al decirte esto, pero eres mi amigo, debes huir, ¡Permite que te saquemos de aquí! Si no lo haces no podrás huir.
—¡No voy a huir! Yo fui el culpable, yo la maltraté, la vejé, la humillé, la destruí, cualquier cosa que viva por hacerla sufrir es nada para pagar todo lo que merezco... No intenten convencerme, porque no pienso ir a ningún lado, estoy decidido a aguardar a mi destino.
Caminé a la sala y empecé a tirar todo con rabia, tratando de apaciguar mi dolor, mi rabia, mi tristeza, eran tantos sentimientos agitándose en mi interior que creía que en cualquier momento podía enloquecer. Cuando volteé la cómoda de la sala, las gavetas se abrieron, en una de ellas estaba un sobre, apenas lo vi, supe que se trataba de la investigación que le mandé a hacer Aníbal, sobre las dos mujeres, lo tomé. Me senté en el sofá, aunque sabía lo que iba a encontrarme.
—Díganme ¿Por qué mi maldit4 vida tiene que ser tan miserable? ¿Por qué debo perder una y otra vez lo que más amo? ¿Por qué no me di cuenta? Me dejé engañar, no pude ver que ella siempre fue la maltratada, la menospreciada, la humillada, Lynda nunca fue feliz y yo… y yo fui su peor desgracia, su peor verdugo, su maldición… no puedo perdonarme ¡Jamás lo haré! ¡Maté a mi esposa y a mi hijo! ¡¡¡No tengo perdón!!!
En ese momento la puerta principal de la casa empezó a ser golpeada, no me sentía con fuerza para abrirla, preferí quedarme allí sentado, sumido en mis pensamientos, al final fue Isaac quien abrió, para dar paso a un grupo de policías.
—Buenas tardes, estamos buscando al señor Christian Goldman —dijo uno de los oficiales, recorriéndonos con su mirada.
—¡Soy yo! Yo soy la persona que buscan —declaré sin ningún atisbo de miedo, mi tono era de resignación.
—Tenemos una orden de arresto en su contra. Señor Christian Goldman, queda detenido por el homicidio de Lynda Isabella Johnson, tiene derecho a guardar silencio, cualquier cosa que diga puede y será usado en su contra en un tribunal judicial, tiene derecho a un abogado, si no puede pagarlo el tribunal le asignará uno.
El oficial leyó mis derechos mientras me esposaban, cuando me sacaron a la patrulla vi a Leonard Skarosky, quien me miró con absoluto odio.
—Juro por Dios, que te vas a refundir en la cárcel, nunca más te dejaré ver la luz del sol, te haré la vida miserable, desearás no haber nacido —espetó Leonard con una clara expresión de maldad, mas eso ya no me importaba.
—¡Hazlo Leonard! Haz conmigo lo que quiera, si quieren condénenme a pena de muerte… no voy a luchar, ya no tengo por quien hacerlo, no tengo ningún motivo para vivir… todo lo que venga lo aceptaré de la mejor manera, no moveré un solo dedo para defenderme, porque ya yo me encontré culpable y me condené, soy un muerto en vida, desde el mismo momento en que la vi caer.
—¿Crees que te dejaré morir? No Christian, no pienso ser benevolente contigo. Tu vida será larga, aunque miserable, para que pagues cada dolor, lágrima y sufrimiento que le diste a Lynda ¡Ese será su castigo!
En ese momento Isaac se le paró a Leonard, y comenzó a reprocharlo.
—¡No hagas esto! Tú y yo sabemos que… —las palabras de Isaac fueron interrumpidas por Leonard, quien no lo dejó continuar hablando.
—¡Mantente al margen Isaac! No te metas en una guerra que no es tuya… porque puedes sufrir las consecuencias… no intentes meterte a redentor porque puedes terminar también crucificado.
Esa amenaza hizo retroceder a Isaac, quien apretó los dientes.
—Algún día Leonard, la vida se encargará de cobrarte por tus acciones, procura también cuidarte, porque la vida es boomerang.
—Jared, no dejes que Jonás y Lynnet Johnson, salgan impune… en mi despacho de la mansión están todas las pruebas, úsalas, para que los hundas, quítale todo, yo dejé un documento de transferencia de todos mis bienes para Isaac, Fabio y a ti, no quiero nada de eso. No me nombren un abogado, no me visiten… déjenme allí, háganse de cuenta que con ese disparo morí.
Mientras el policía me llevaba a la patrulla, llegó la prensa y empezaron a rodearme transmitiendo mi detección, las preguntas surgían de todos lados, sin embargo, ni una sola palabra salió de mi boca, ni para bien, ni para mal, después de todo había decidido no luchar.
Me subieron al auto, para luego ver como el auto iba siendo conducido por las calles de la ciudad, en un principio, pensé que iba a ser trasladado a una estación policial mientras mi juicio se llevaba a cabo, no obstante, vi como nos fuimos alejando de la ciudad.
—¿Dónde me llevan? —pregunté más por curiosidad que por miedo.
—Te metiste con la gente equivocada… ahora estas son las consecuencias —respondió el agente y después de eso no agregó nada y no volví a preguntar, solo reinó el silencio entre nosotros.
Media hora después, nos detuvimos en la entrada de una de las cárceles de Máxima seguridad de Balaica, fui bajado a empujones, me llevaron a una habitación donde luego de despojarme de mi ropa y todas mis pertenecías, me raparon la cabeza, me metieron a ducharme con agua fría, no pude evitar un respingo al sentir un fuerte chorro impactar en mi cuerpo, eso no era parte de un recibimiento amable, todo lo contrario, era parte de un recepción hostil, el agua golpeaba con violencia en mi cuero cabelludo y en mi cuerpo, era doloroso, pero no dije nada, cuando creí que parte de esa agonía estaba terminando, la temperatura fue cambiada a cálida quemando mi piel, no sé cuánto tiempo estuve allí, al final me vistieron con la braga gris que caracterizaba a la vestimenta de los presidiarios, me tomaron las fotografías con un número de identificación, luego me llevaron a una especie de pabellón donde me estaban esperando como veinte hombres y sabía que esa era otra fase de mi bienvenida.
—¡Bienvenido al infierno Christian Goldman! —dijo uno de ellos.
Enseguida todos empezaron a golpearme, me daban con los pies, con los puños, no hice amago de protegerme, recibí golpe tras golpes, en mi espalda, en mi estómago, en mi rostro, en mi cabeza, mi cuerpo hormigueaba, sentía el sabor metálico de la sangre en mi broca, me sentí mareado, ni una queja salió de mi garganta, mientras el dolor se intensificaba, poco a poco fui perdiendo la conciencia y en mi interior rogaba por estar pronto con ella.
—Mi Lynda… mi bebé… pronto estaré con ustedes…— pronuncié en un leve murmullo hasta solo ver una absoluta oscuridad que me rodeaba.
«No es la vida el más grande de los bienes, y el mayor de los males es la culpa». Friedrich von Schiller.