─Amber siempre fue la más ingenua e inocente de las dos, a veces solían tomarle el pelo o hacer bromas a su costa y ella ni siquiera se daba cuenta, se burlaban de su forma de ser y muchas veces la trataron como menos... pero ella encontró algo que muchas personas buscan toda su vida y nunca encuentran. El amor.
>> Lo encontró en una persona que era muy distinta a ella, pero que la complementaba. Tuvo la suerte de estar con alguien que la amaba y que, murió con ella. Siempre fue determinada y consiguió de alguna manera no dejarse alcanzar por el 'hasta que la muerte nos separe', porque más que separarlos, la muerte los unió - tengo que hacer una pausa para dejar caer las lágrimas que me obstruyen la vista, me limpio la cara y continúo -. Les dio la oportunidad de estar juntos para toda la eternidad y de no sufrir el dolor de extrañarse el uno al otro. Yo no recordaré a mi hermana con pena. La recordaré con vida y si, molesta la mayor parte de las veces, tal como era, porque sé que esté donde esté, es feliz a lado del amor de su vida.
Con estas últimas palabras bajo del pequeño estrado y camino hacia el ataúd de mi hermana, en el que coloco una rosa de color rosado que resaltaba de las otras flores blancas. Luego voy al ataúd de Dylan y coloco ahí una rosa roja. He llorado tanto durante las últimas veinticuatro horas que no estoy segura de poder hacerlo más.
Mis padres están igual de destrozados o quizá un poco más. Ahora solo estoy cansada de todo. Tuve que ir con el director del hospital a que revisaran mi caso y ver si podían darme al bebé o no. Tengo que entrar en un juicio por custodia. Y para eso necesito un abogado que no tengo.
Silenciosamente le pido a Amber que me ayude a conseguir la custodia del pequeño bebé. Hablé con el director y él está seguro de que tengo todo para ganar, el testimonio de Amber con su firma es más que suficiente. Me dijo que no podía dejar salir al bebé sin el documento pertinente, pero lo podía ver y pasear por el hospital cuantas veces quisiera.
Todavía no me acostumbro a la idea de que mi hermana murió.
Siempre sentí que era su sombra, aunque nunca supe realmente porqué, en el fondo sabía que no era así. Es decir, no puedo asegurar quien era más bonita, porque éramos muy parecidas, mi padre decía que éramos la misma persona en diferente gama de colores, como si a mí me hubieran puesto colores más vivos que a ella.
Amber tenía el cabello castaño, yo pelirrojo, la piel de Amber era cetrina, la mía es saludable, mis ojos son azules, los de ella eran grises. Con los chicos yo siempre había sido más popular que ella y en general me tocaba defenderla cuando se burlaban de ella., pero eso se debía a nuestras personalidades.
En la escuela ambas éramos buenas y casi siempre teníamos buenas calificaciones, ella participó en concursos de oratoria, yo en decatlones académicos. Ella aprendió a pintar mientras yo me decidí por el teatro y la música. Mi hermana declamaba poemas, yo cantaba en bares. Y aunque jamás me he arrepentido de ninguna decisión que he tomado, mi hermana siempre siguió el camino trazado por mi madre, mientras yo me alejaba de lo conservador de mi familia que ella, muy al contrario, lo tomó como propio e hizo de él su estilo de vida. Quizá eso fue lo que le atrajo a Dylan de ella. Jamás lo sabré.
Ella tuvo el consentimiento y el apoyo de mis padres siempre mientras que yo tuve que pelear con ellos (sobre todo con mi madre) para hacer lo que quería. Desde salir de clases de oratoria para entrar a teatro y luego a clases de piano. Un amigo me enseñó a tocar la guitarra y la profesora de piano afinó mi voz. Mamá obligó a mi padre a dejar de pagarme las clases de piano y fue entonces cuando empecé en los bares a los dieciséis. Ni mi madre, ni mi hermana me hablaron durante un mes, mi padre simplemente lo aceptó.
Supongo que la gota que derramó el vaso fue Dylan.
Lo conocí en una cafetería donde trabajaba. Él iba todos los días a las 7:30 por un cappuccino de caramelo y un pedazo de tarta de zarzamora. Un día le anoté mi número en el vaso y esa misma tarde me llamó. Ahí comenzó todo. Creí que podíamos llegar a ser algo más que solo amigos que compartían cama de vez en cuando y yo traté de darlo todo para que así fuera.
Pero no era lo que debía pasar.
Le presenté a mi hermana para tratar de hacer nuestra relación más formal y lo único que logre fue hacer que encontrara al supuesto amor de su vida. Amber se ganó su corazón y yo tuve que conformarme con algunas noches a su lado.
Los sollozos de alguien cerca de mi me hacen volver al presente, donde estoy parada junto al féretro de Dylan.
Los presentes en el velorio comienzan a abandonar el cementerio hasta que solo quedamos unas cinco o seis personas. Yo solo miro el féretro de Dylan sin saber muy bien que hacer. Pienso regresar al hospital para ver al bebé y quizá luego vaya a buscar a algún abogado. Suspiro y apoyo la cabeza sobre el féretro.
—¿Qué se supone que haga, Dylan?
Por milésima vez en dos días siento mis párpados llenarse de lágrimas que suelto sin ningún pudor. ¿Quién me va a juzgar después de todo? Estoy en el jodido funeral de mi hermana y mi supuesto mejor amigo.
Dylan era la razón por la que vivía y sin él mi vida se siente vacía, sin sentido. Él era todo para mi, a pesar de que yo solo fuera su diversión de algunas noches.
Lloro hasta quedarme sin lágrimas y levanto la cabeza. Me limpio la cara y deposito un beso en la parte superior del féretro. Me doy vuelta hacia el féretro de mi hermana y veo que ya hay alguien ahí. Un hombre de cabello n***o, ondulado y alborotado, alto, de figura imponente. Usa un traje n***o que parece fino y caro. No me sorprende que sea amigo de Amber, después de todo, ella siempre se llevó con gente de esa alcurnia.
Espero mientras el hombre parece hablarle a mi hermana y parece limpiarse el rostro. Eso me hace preguntarme de manera egoísta quién lloraría si fuera yo la que estuviera dentro de ese féretro. Creo que Lindsay, quien trabaja en el bar donde solía cantar estaría ahí. Me llevo bien con ella y sin duda también estaría ahí Harper, mi jefa, tal vez la última lloraría, pero fuera de ella... tal vez el casero, Ray, mi amigo de hace años.
En ese momento, el hombre suspira, levanta la cabeza y se gira, quedando frente a mí. Tiene los ojos de color verde intenso, irritados y llenos de pena, las facciones rectas descompuestas y la piel con manchas rojas por el llanto. Estaba llorándole a mi hermana. Al enfocarme puedo ver en sus ojos la confusión y un poco más de dolor, en menos de dos segundos, algo parece hacer click en su cabeza y el dolor desaparece, dejando solo algo parecido al anhelo en su mirada. Me sonríe un poco.
—Tú debes ser Dominique — dice con la voz quebrada— Amber hablaba mucho sobre ti. Soy Evan, era amigo de Amber en la universidad.
Extiende su mano y yo la tomo algo dudosa, tratando de recordar a mi hermana mencionando su nombre o simplemente que tuviera un amigo en la universidad, pero solo recuerdo a sus numerosas amigas.
—Yo... nunca oí sobre ti — admito — Lo siento.
—Sí, bueno, no me sorprende. No tuvimos la mejor de las despedidas y hace mucho no hablamos.
Es el primero que no me da su pésame. Se siente bien. Aunque por sus palabras, supongo que es quien comprende mejor como me siento, nosotras tampoco tuvimos la mejor de las despedidas y nuestra relación era más bien distante.
No sé como contestarle, así que le doy una pequeña sonrisa incómoda y el hace una mueca antes de volver a suspirar.
— Escuché que estaba embarazada —dice con cuidado —. Es una pena que toda una familia se tuviera que ir así.
Lo miro frunciendo el ceño y niego con la cabeza, pero antes de que pueda decir nada, se me acercan amigos de Dylan a lamentar su muerte. Cuando por fin se van, Evan sigue de pie frente a mí, así que le explico:
—El bebé está bien. Ahora está en el hospital, pero está bien. De hecho tengo que ir a verlo.
Abre los ojos sorprendido, pero enseguida frunce el ceño y los labios.
—Supongo que le quedará la custodia a sus padres — murmura mirando al suelo —, pero al ser personas mayores deben pasar por varias pruebas para cederles la custodia — luego me mira — ¿Te interesa la custodia?
—Eres abogado.
No es una pregunta. Con su comentario me lo dijo todo, junto con su aspecto, es un poco obvio en realidad. Ladea la cabeza y me mira detenidamente antes de decir:
—Sí, pero la verdad no me gustaría entrar en un juicio así por el hijo de una amiga. Lo siento.
Pone un gesto de disculpa y gira levemente para irse, pero antes de que pueda hacer nada, lo detengo del brazo, haciendo que me mire (de nuevo) con el ceño fruncido y se safe de mi agarre con delicadeza.
—Ella el bebé a mi cargo —le explico buscando en mi bolso la hoja doblada que me dio la enfermera. Cuando la encuentro se la doy —. Todo está ahí. Esa carta se la dio a la enfermera antes de entrar al quirófano. Hablé con el director y él no puede dejar que me lleve al niño hasta que un juez me dé el papel de tutoría y custodia.
Él lee la carta mientras yo le explico todo. En cuanto termino con mi pequeño monologo asiente y sigue leyendo. Va frunciendo los labios mientras avanza, concentrado en el problema legal envuelto en esa carta. Aprovecho para observarlo detenidamente y puedo ver que tiene una pequeña cicatriz en su mejilla derecha y sus cejas son gruesas, pero de alguna manera, van de la mano con él, y su nariz recta está moteada con algunas minúsculas y casi inexistentes pecas que no resaltan mucho en su tono te piel.
—Entonces sugiero darnos prisa — dice despertándome —. El hospital tiene la obligación de dar al niño al estado si en una semana no se soluciona el problema. Trataré de fijar una cita para esta misma tarde, pero no puedo garantizarte nada — me mira tranquilamente devolviéndome el papel —. El bebé se quedará contigo, de eso no te preocupes.
Le sonrío agradecida y silenciosamente también le agradezco a Amber. Estoy por preguntarle cuanto tendré que pagarle, cuando la voz de mi madre me llama.
—Dominique— dice acercándose a donde estamos —. Cariño, sé del problema que tienes y quiero que sepas que nosotros te ayudaremos.
La miro sin entender de qué me habla y sorprendida de escucharla llamarme 'cariño', supongo que interpreta mi mirada, ya que sonríe calmadamente y pone una mano sobre mi hombro. Dos puntos a lo no común. Tal vez la muerte de Amber nos está uniendo.
—El bebé, Dommy— dice como si fuera obvio —. El director nos dijo que Amber te había dejado al bebé, y sabemos que no estás lista —acaricia mi hombro y brazo con delicadeza sin dejar de sonreír y verme a los ojos—, así que en cuanto tengas la custodia, nuestro abogado te dará unos papeles que tendrás que firmar y entonces el bebé estará bajo nuestro cuidado.
Mamá sonríe como si me hubiera dicho que encontró la cura para el cáncer, pero yo solo frunzo el ceño.
—El bebé no supone ningún problema para mí -me sacudo suavemente su mano de mi brazo—. Yo voy a aceptar su custodia, como Amber quería.
Mi madre arruga la nariz. Viví tanto tiempo con ella como para saber que eso significa que estoy en problemas, así como sé que la caricia y la voz suave fueron una queda orden.
La sonrisa flaquea, pero sigue ahí.
—Tu no estás lista para cuidar a un niño. Solo tienes veintitrés.
—Amber también tenía veintitrés. Te recuerdo que compartimos tu útero.
Mamá rueda los ojos quitando por fin esa sonrisa que me desesperaba. A pesar de ser la ocasión que es, no veo ni una sola mancha roja en el rostro de mi madre, ni una sola lagrima y su apariencia es tan elaborada como siempre.
—Pero Amber ya había madurado. Mírate —pasa su vista desde mi cara hasta mis pies —, tu todavía te la pasas de fiesta en fiesta y de cama en cama —frunce la nariz en un gesto repulsivo —. Amber ya tenía un matrimonio y podía darle a ese niño una vida feliz, ¿tú qué le puedes ofrecer a ese bebé? Una niñez rodeada de alcohol y fiestas. No puedes tener a ese bebé.
Estoy segura que de no haber estado llorando las últimas quince horas, lo estaría haciendo ahora. No sé qué rayos cree mi madre que soy. No voy a fiestas, más allá de las que ofrecen en la oficina (Navidad, año nuevo o aniversario), y sobre el sexo, pues solo he compartido cama con un hombre que es Dylan. Y creo que no podré volver a hacerlo pronto.
Y estoy por enzarzarme en una interminable lucha verbal con mi madre cuando Evan interviene.
—Si usted quiere la custodia del niño puede meter un juicio por custodia para luchar —enfatiza esta última palabra —por él. Mientras tanto, le sugiero que se mantenga alejada.
—¿Y tú quién eres? —pregunta ella mirándolo por primera vez, arrugando la nariz.
—El abogado de Dominique —contesta seguro —. Y como su abogado le digo que mi clienta no tiene porqué responder a sus insultos, de hecho, necesito llevármela ahora. ¿Nos vamos, Dominique?
El rostro de mi madre se desfigura y yo apenas puedo susurrar una afirmación antes de que mi madre niegue con la cabeza, él pone su mano en mi espalda y me guía fuera del cementerio. Cruzamos la calle hacia el que supongo es su auto.
Al llegar hasta él, suspira y se pasa una mano por el cabello, evidentemente confundido y enojado, luego pone una mano en el auto para apoyarse.
—Dime que todo lo que dijo tu madre no es cierto.
—¿Qué? Claro que no. La última fiesta a la que asistí fue en fin de año, dentro de la oficina. Y la última vez que me embriagué fue en la boda de Amber.
Su ceño sigue fruncido, sus ojos molestos me miran evaluándome.
—¿Llevas hombres a tu casa?
—¿Qué clase de pregunta es esa? No suelo hablar de otros hombres hasta la tercera cita, tendrás que esperar.
A pesar de la seriedad de su rostro, sus labios lo traicionan curvándose un poco.
—Es la clase de preguntas que te van a hacer si tus padres de verdad meten un juicio por la custodia del bebé —me dice enarcando las cejas, luego sus ojos verdes brillan divertidos —. Además de que no puedes tener secretos con tu abogado, así que responde la pregunta.
Trato de mantenerme impasible, pero algo en mi rostro hace que una sonrisa traviesa se dibuje en su rostro. Me cruzo de brazos para bufar después.
—Solo uno —digo de mala gana.
—¿Es tu novio o algo formal?
Pues...
—No —respondo apoyando la espalda en el auto, llevo demasiado tiempo despierta con el estrés al mil, necesito descansar, pero no parece que eso suceda pronto.
—Entonces no podemos hacer que testifique que llevas una vida aceptable, negarían su testimonio por no ser una relación formal.
—Sí —le digo aliviada y luego añadí más bajo —y no creo que pueda hablar.
—¿Qué dices? —al parecer si me oyó y yo abro los ojos negando levemente, en aparente desentendimiento —. No importa. Necesito hacerte algunas preguntas de tu trabajo y eso.
Hago una mueca y miro hacia el cementerio, del que ya han salido casi todos los asistentes a los funerales, cerrando el triste capítulo en sus vidas.
—De verdad me gustaría ir contigo —digo en cuanto recuerdo que me ha hecho una pregunta y lo miro —, pero tengo que ver a Matthew. No lo he visto desde ayer y siento que me está matando —hago un sonido de angustia —¿Te parece si lo vemos mañana? O si quieres puede ser mas tarde. En serio necesito verlo.
Varias bocinas suenan a lo lejos y busco con la mirada al auto causante de semejante alboroto.
—¿El hombre que duerme a veces en tu casa?
La malicia en su voz es tan clara que si no lo hubiera visto yo, no creería que hubiera llorado por mi hermana hace menos de veinte minutos. Ruedo los ojos girándome de nuevo hacia él y casi puedo jurar que sus ojos brillan.
—No. Matthew es el bebé por el que mi madre va a desheredarme... de nuevo.
Ríe levemente para después pasar su mano por su cabello.
—¿Cuánto tiempo crees que te tardes con Matthew?
—No lo sé. Supongo que voy a pasearlo un momento por el hospital y después lo llevaré al banco de leche para darle de comer.
Él mira al cielo y murmura algo, luego regresa su vista a mí. Apoyando ahora su espalda contra el auto, igual que yo.
—Mejor te propongo esto: vamos al hospital, tú paseas al pequeño Matt y mientras yo te hago las preguntas pertinentes, ¿te parece?
—Claro, no tengo problema —despega su espalda del auto y hace una seña hacia él, yo niego con la cabeza —. Te veo en el hospital.
Le doy rápidamente el nombre del hospital y me despido con la mano, él me devuelve el gesto y saca las llaves del auto de su bolsillo. Me giro hacia la calle y la cruzo para llegar a la parada del autobús.
Si, trabajo y mi familia es asquerosamente pudiente, pero no tengo auto porque: a) mi relación con mis padres (madre en realidad) no es lo suficientemente buena como para que me regalen un auto (o para que quiera que me lo regalen), y b) llevo trabajando poco más de una año y lo que gano lo ocupo para pagar cuentas o comprar ropa. Lo que queda lo guardo en una cuenta de ahorros que seguramente tendré que saquear para poder pagar los gastos que supone un bebé.
Un bebé. El bebé de mi hermana y Dylan. Mi bebé. Mío. No dejaré que nadie me lo quite, Amber confió en mí por algo. Ella sabía que yo estaba lista.
O simplemente era una mejor opción que mi madre.
El bebé que yo odiaba, del hombre que amo y de mi hermana. El bebé que yo había anhelado ver crecer en mi interior para así poder amarrar a Dylan a mi ahora es el bebé por el que pienso luchar y ganar. Es una pésima broma cósmica.
El día es soleado y sin nubes, no es como en las películas donde llueve en el momento del funeral, hoy es solo otro día de primavera (casi verano) en donde todos tienen obligaciones y cosas que hacer. Junto a mi esperan el camión algunos estudiantes y otros cuantos trabajadores, nadie siquiera sea imagina lo que acabo de pasar, tal vez a ninguno de los que esté aquí les importe realmente.
Y así me doy cuenta de que esa era yo ayer. Yo estaba en el lugar de esas personas que esperan impacientemente el autobús para seguir con su rutina diaria, yo solo me preocupaba por lo que tenía que hacer y lo que tenía que cumplir sin siquiera pararme a pensar en algún momento lo que les podría suceder a las personas que están a mi alrededor.
¿Cuántas veces he estado a lado de alguien que está sufriendo y no lo he visto? ¿Cuántas veces he pasado junto a personas que cargan un gran peso emocional y solo las he ignorado?
Y no me refiero solo a personas que veo en las calles, sino también en mi trabajo o cuando iba en la escuela. Tal vez Landon, el chico de la oficina de al lado está pasando por algo igual o más doloroso que yo, o tal vez no. No lo sé y probablemente no lo sabré nunca, pero si me siento mal ahora de tratarlo como si fuera un estúpido a veces.
El ruido del autobús al detenerse frente a nosotros me saca de mis cavilaciones, tomo mi bolso y me apresuro a subir. Gracias a los cielos me puedo ir sentada, el hospital queda un poco lejos.
En el asiento del otro lado del pasillo está una mujer con un niño de unos tres años. El niño jala el cabello de la mujer y ella le toma las manos para que deje de hacerlo. El niño pone una tierna cara de disculpa y la mujer le sonríe para luego besar su mejilla. Luego el niño se gira a la ventana y le señala algo a la mujer, ella ríe y señala otra cosa.
En este momento, un bebé no me hace más que ilusión.
***
La parada más cercana al hospital queda a dos calles del mismo, las camino lo más rápido que me permiten mis cansadas piernas y subo corriendo al área de maternidad, donde veo a la enfermera de ayer y también a Evan, quien apenas me ve se levanta de la silla y me mira con reproche.
—Tardaste mucho.
Estúpido, vine en autobús.
Frunzo el ceño, pero lo ignoro y voy hacia la enfermera. Ella me sonríe en cuanto me ve y me dirige a las incubadoras, entra en ellas y agarra a Matthew con sumo cuidado. Memorizo todos sus movimientos para poder tomarlo como se debe. No he cargado a un niño desde hace mucho tiempo. Ayer no tuve el valor de tomarlo, sentía que en cuanto lo hiciera iba a tirarlo o lastimarlo.
Hoy es diferente. Es mi bebé, asimilado o no, lo es.
Cuando menos lo espero la enfermera está junto a mí, siento las manos sudorosas. ¿Y si se me cae? ¿Y si llora? ¿Y si no lo sé agarrar y lo lastimo? Decir que estoy nerviosa no es nada, pero a la vez me siento tan emocionada de por fin poder tomar a mi pequeño.
La enfermera me mira pacientemente, yo no puedo apartar la vista del pequeño bulto que hay entre sus brazos. La miro suplicante, ella me sonríe y separa un poco al bebé de su pecho. Estiro los brazos lentamente, ella toma al bebé de la cabeza y la parte posterior de las rodillas, lo pone en mis manos y me ayuda a acomodarlo entre mis brazos.
Es tan liviano. Y tan pequeño.
Se remueve un poco y yo lo miro asustada, ¿lo estaré lastimando? Su carita se asoma entre la manta que lo cubre, lo primero que veo es la pelusilla rubia oscura sobre su cabecita, luego sus pequeños rasgos. Y aunque parezca imposible, unas pocas lágrimas bajan por mis mejillas hasta caer en la manta azul.
—Hola Matthew.
Mi voz sale cortada y baja, pero el bebé se remueve de nuevo y lentamente, como si le costara trabajo, empieza a abrir sus ojitos.
Al abrirlos por completo un jadeo sale de mi garganta, las lágrimas parecen detenerse solo un segundo antes de redoblar su fuerza
Son los mismos ojos azules del hombre al que amo más que a mi vida.
Los ojos de Dylan.