Fuimos a casa de María, una amiga con la que de vez en cuando echamos un polvo sin compromiso alguno. Ambos tenemos pareja desde hace tiempo y no queremos malos rollos, solo alguna alegría para el cuerpo distinta de lo habitual. A todos nos gusta comer algo distinto de vez en cuando.
Al llegar a la casa donde vive con sus padres y entrar en el ascensor, escuchamos a una vecina que nos pedía, por favor, que la esperásemos para subir y la tuve que ayudar a meter el carro en el ascensor. Era una mujer de unos cincuenta y tantos años. Saludó amablemente a María preguntándole por sus padres y por ella. Ella cumplió con el protocolo y acabó llamándola doña Virtudes.
Una vez cerrada la puerta del ascensor pregunté a que piso iba y me dijo que al sexto. Le di al botón correspondiente y al octavo que es donde vive María. No habíamos llegado al tercero cuando el ascensor se paró entre ese piso y el segundo y se apagaron las luces. Enseguida se encendieron las de emergencia.
Pulsamos el botón de alarma y el intercomunicador para contactar con la central de mantenimiento. Nadie nos contestó y accionamos el botón de la alarma. Al poco escuchamos las voces de algunos vecinos diciéndonos que había un corte de energía eléctrica en toda la manzana y en cuanto se solucionara nos sacarían de allí. No sabían calcular cuánto tiempo podían tardar, según la empresa responsable de la avería.
Nos recostamos en las paredes del ascensor dispuestos a esperar. Pasada la primera hora ya empezamos a cansarnos de la situación y empecé a mosquearme. Nadie tenía la culpa, pero joder que mala suerte. Ir un rato a follar y encontrarte encerrado en un ascensor con una vecina. Si al menos hubiéramos estado solos podríamos haber aprovechado el tiempo. Incluso habría sido demasiado hacerlo en el ascensor.
Llevábamos más de una hora allí metidos y cansados nos sentamos en el suelo a seguir esperando. La vecina se había quitado los zapatos porque le dolían los pies. De pronto se empezó a reír ella sola. La miramos un poco sorprendidos. Se disculpó diciendo que había recordado algo que le pasó en ese mismo ascensor, hacía ya muchos años.
Nos quedamos esperando a que nos contara lo que le había ocurrido y en vez de hacerlo se disculpó por lo que había dicho. Se trataba de algo íntimo que hizo con su marido, cuando eran jóvenes, y se quedaron encerrados en ese mismo ascensor. Volvió a callarse.
Me estaba cansando del misterio de la señora y le pregunté si habían aprovechado el tiempo follando en el ascensor. Su respuesta fue que eran jóvenes y fogosos y aprovechaban para “quererse” a la menor oportunidad. Acabó la frase diciendo, casi suspirando, “que tiempos tan maravillosos”. María me aclaró que había enviudado hacía ya unos años.
- No sé cuántas veces les contamos a los amigos como hicimos el amor en este mismo ascensor – empezó a decir. Mi guarrillo empezó como siempre, por lo que sabía que me excitaba sin remedio y a partir de ahí me podía hacer lo que quisiera, porque en esos momentos yo no era yo.
Como en una novela de intriga fue detallando como su marido le dio dos azotes, pero no azotitos, no. Fueron dos azotes de los que dejan marcados los dedos en el culo. Enseguida le puso dos dedos en el pubis y comprobó que ya estaba dispuesta para recibirle. Hasta chorreaba por los muslos. Para hacer más explicita su explicación, se dio ella misma dos sonoros azotes en el culo y nos la imaginamos con el coño empapado.
Mientras la escuchábamos, María empezó a meterme la mano dentro del pantalón por detrás y a acariciarme el culo. Para facilitarla la labor, me desabroché la bragueta y me los bajé un poco. Doña Virtudes, sin retirar la mirada de mi entrepierna me dijo que siguiera, porque no estaba bien dejar a una pobre viuda con las ganas de volver a ver un pene de verdad, después de años.
María me bajó los pantalones con la mano libre. La otra trabajaba de abrirse camino a mi culo. Una vez liberada la polla empezó a masturbarme. La vecina se metió la mano por la cinturilla de la falda y por los movimientos ascendentes y descendentes del brazo, era evidente lo que hacía.
Como tenía a María pegada a mi culo, alargué la mano por detrás y acaricié su pubis. Para mi sorpresa me encontré con su mano empapada de sus secreciones, estaba muy cachonda. La retiró para dejarme trabajarla y con los dedos mojados, me metió uno en el culo. La polla reaccionó endureciéndose más aún.
Como si se hubieran puesto de acuerdo, las dos empezaron a jadear. Doña Virtudes por sus propios medios y María por los míos. La primera se corrió a gritos y la segunda reprimiéndose imitar a su vecina, para no aumentar el escándalo.
Enseguida escuchamos voces provenientes de la escalera. Eran los vecinos preocupados por que a alguno nos hubiera pasado al escuchar los gritos. Doña Virtudes contesto que no se preocuparan, había sido un grito liberador de la tensión por estar encerrada, pero ya estaba recuperada.
María, ajena a la conversación de los vecinos. Se había puesto de rodillas y me estaba chupando la polla. La señora al verla le preguntó si no le importaba compartirla.
- Hace mucho tiempo que no degusto un manjar semejante - dijo.
María se echó a un lado para hacerla sitio en el reducido espacio y doña Virtudes se arrodilló a su lado. Mi polla empezó a viajar de una boca a otra y a veces me chupaban el c*****o las dos al mismo tiempo. Para mi sorpresa, la que mejor lo hacía era la vecina. Al menos, parecía poner más interés.
Tanto cambio no me dejaba concentrarme y estaba empezando a cansarme. Le dije a María que se levantara, se agarrara al pasamanos del ascensor y me ofreciera el culo para follárselo. Sacó la caja de condones del bolso que acabábamos de comprar y me dio uno. Estaba devolviéndola la caja cuando doña Virtudes me la quitó de la mano y cogió otro.
Palpé el coño a mi amiga, metí la punta para no equivocarme de agujero y entré hasta los huevos para empezar el baile. La vecina manipuló dentro del carro de la compra, sacó un calabacín de buen tamaño y lo metió dentro del condón. Sentada sobre sus pies, en el suelo, se lo metió enterito y empezó a follarse ella misma.
Nos quedamos boquiabiertos mirando como entraba y salía la hortaliza. Empecé a masturbarme con la punta de la polla presionando la entrada del culo de María. Se puso saliva en la mano y se lo frotó. Luego me la cogió y volvió a ponérsela en la entrada. Solo con echar el culo hacia atrás acoplándose, se la fue metiendo poco a poco entera.
Doña Virtudes viéndome darle por el culo, se acomodó entre sus piernas sin dejar de jugar con el calabacín. Mi amiga giro la cabeza hacia mi y me dijo que la vecina le estaba chupando el clítoris. La animé a que disfrutara. Incluso, la alenté diciéndole que tener una polla ensartada en el culo y en el coño una boca para correrse, no era una situación fácil de repetir.
Se entusiasmó y empezó a mover el culo hacia delante y hacia detrás. Cuando iba hacia atrás, se metía mi polla entera y al volver hacia delante le esperaba la lengua de la vecina. Cuando empezó a dar muestras de ir a correrse, la cogí de las caderas y empecé a follarla sin contemplaciones. Doña Virtudes empezó a correrse también y la devoró el coño con esmero, llegando a utilizar los dientes sobre su clítoris, según me enteré después.
Doña Virtudes dijo qué ya que ellas se habían corrido, era una pena que yo lo tuviera que hacer en un preservativo. Nos empezó a contar que a ella le encantaba que su marido se corriera en su boca cuando follaban y disfrutaba tragándose el manjar, como colofón a un buen polvo.
María me dijo que la vieja lo que quería era que me corriera en su boca. Se la saqué del culo y se la puse delante de la cara a doña Virtudes. Me quitó el condón la rodeó con los labios y se la metió hasta la garganta. Se la sacó un momento para decirme que la follara hasta correrme y que si le daban arcadas, no hiciera caso y siguiera hasta llenarla la boca de rico semen.
María se humedeció dos dedos en con los jugos de su coño y me los metió en el culo. La presión detrás y las embestidas a doña Virtudes, hicieron que me corriera. Ella tragaba lo que yo expulsaba si sacársela de la boca. Cuando acabé, siguió un rato succionándomela hasta vaciarme completamente.
Ninguno fuimos consciente del jaleo que estábamos formando en el ascensor, teniendo en cuenta que teníamos a los vecinos a menos de dos metros de nosotros. Escuchábamos sus voces intentando tranquilizarnos, pensando que los gritos y suspiros que escuchaban eran de preocupación, al estar encerrados.
Doña Virtudes empezó a contarnos otra batallita sobre las cosas que hacía con su marido buscando un nuevo asalto, pero se calló cuando el ascensor empezó a moverse. Nos apresuramos a ponernos la ropa y conseguimos estar medio presentables cuando consiguieron abrir la puerta y preocupados, nos preguntaron cómo nos encontrábamos.
Fue María, la hija de Julia, la del segundo B, quien dijo que le parecía que estábamos más bien desilusionados de que nos hubieran sacado de allí tan pronto. Solo había que observar la peste de olor a sexo que se respiraba allí. Unos nos miraron con cara de asco, otros con una sonrisa y otro dijo que a eso se le llama aprovechar el tiempo.
Subimos a casa de María, esta vez andando. Nada más cerrar la puerta de la casa nos echamos a reír por lo ocurrido. Me dijo que nos desnudáramos porque estaba deseando hacer un sesenta y nueve hasta el final. Me desnudé, me tumbe en la alfombra del salón y esperé a que se montara encima y me pusiera el coño en la boca.
El coño le olía a sexo que tiraba de espaldas cuando me lo puso en la cara. Le metí el pulgar directamente en el culo y le puse lengua en el clítoris. Ella se apoderó de la polla, me estiró la piel hacia abajo todo lo que dio de si y empezó a follarme con la boca. Se corrió dos veces antes de lo hiciera yo. Era mi segunda vez en menos de una hora.
Nos dimos una ducha rápida y nos fuimos de cañas para recuperar fuerzas. Teníamos mucho tiempo por delante, habíamos decidido que me quedaba a dormir en su casa.