La clase de Hierro fue una clase que existió no hace demasiado tiempo. Es decir, estoy hablando de apenas hace unos cinco o siete años... —dijo Elena con pesar en sus palabras, sentándose frente a la joven morena que le brindaba toda su atención—. Los Hierro teníamos una gran ventaja y era que nuestro material es y siempre será mucho más provechoso para artilugios de guerra, así que, a pesar de ser una nació muy pequeña y bastante humilde, teníamos una ventaja económica en muchos sentidos en comparación con otras naciones conformadas por cristales como lo son los Esmeraldas o los Rubí. Por otra parte, los Ópalo tenían esto muy presente, pero aún así en vez de ser competitivos ayudaron siempre al pueblo de Hierro al igual que Los Zafiro... —contó.
—Sabes por qué te he llamado. Dime, ¿sabes algo de esta niña? Porque según tus informes y lo ocurrido, hace años que no queda nadie de la nació de los Hierro —cuestionó Margaret con firmeza.
—No es así, no sé nada de esta niña, ¡es más! No puedo creer que haya alguien que quedara con vida... no sé si esto me asusta o me hace realmente feliz, o si sentirme desconfiada al respecto, majestad —opinó Elena a su lado.
—No lo comprendo. Los informes eran bastantes concisos e incluso el sistema jamás ha detectado a una entidad de Hierro desde hace años —recalcó la soberana de los Zafiro—. Así que esto no tiene sentido. Debe haber una falla en el sistema... o a está joven le han cambiado su número de acceso —concluyó quedándose sin explicaciones.
—Perdone que la interrumpa, majestad, pero no es posible que sea una falla del sistema —se hizo presente Ezequiel, quién había estado escuchando tras la puerta muy insolentemente—. Verá majestad, no hay forma de contradecir al sistema —comentó—, sólo los Ópalo tienen acceso a ella y como bien sabe, ellos son muy estrictos con respecto a quiénes ponen la mano en un sistema tan complejo como este del cual nosotros tenemos la dicha de participar. Verá, si alguien pudiese entrar al sistema sin siquiera preguntar o sin siquiera consultar a los Ópalo antes, y hacer lo que se les venga en gana, créame que la reina Ágata estaría en su puerta amenazándola como una daga al cuello, con todo respeto —terminó de decir con una sonrisa, mostrando sus dientes amarillentos.
—No sea tan entrometido y hágame el favor de esperar afuera —le regañó y/o ordenó Margaret, más el hombre no salió y dio dos pasos al centro de la habitación esto para poder decir:
—Mi reina, yo había pensado ilusamente que sus intenciones al llamar a Elena eran muy diferentes a esto, y eso no le hace darse cuenta de con cuáles intenciones Elena al estar aquí.
—¿De qué demonios hablas, viejo chiflado? —gruñó la mujer con la armadura, tosca y con expresión molesta.
—Quieres llevártela, ¿no es así? —Ezequiel sujetó la piedra de su collar inconscientemente.
Margaret le lanzó una mirada acusadora a Elena, esto mientras Ruth, cual niña pequeña, sólo escuchaba en medio de la discusión buscando una pizca de calma, y entre aquél problema, notó que sólo Eugene no decía ni una sola palabra respetando la posición de Margaret y cumpliendo el rol de la suya; fiel y obediente.
—Es cierto.
—¡No puedes hacer semejante cosa! —estalló la reina del Oeste dando un taconazo con los colibrí decorativos de sus zapatos adorables—. Esta es una prueba de un fallo en el sistema, o peor aún, ¡de un cambio de código! Y si usted, Elena, no sabe qué es lo que sucede, la responsabilidad queda en mis manos, y es nada más que mía la responsabilidad de informar al consejo de los Ópalo sobre esto.
—Su lugar es en territorio de Hierro, a conocer sus raíces —contradijo Elena—, que no se lo olvide, reina Margaret, que antes de una tragedia tan horrible como la que le ocurrió a mi pueblo yo también era una soberana, y por lo tanto la presencia de alguien que pertenece a mi nació es MI responsabilidad como ex-soberana de la clase de los Hierro —se enderezó con orgullo.
Ruth se mordió el interior de las mejillas, muriéndose de las dudas.