—Un poco más a la izquierda. Oh, no, no, no, eso se ve terrible, mejor un poco más arriba. ¡Arg! No tiene caso, ese cuadro se ve horrible en todos lados. ¿Mejor puede moverlo abajo? Ahí está, perfeeecto... no, espera, está torcido.
Ruth alzó una ceja mirando con atención a la reina parlotear sobre una pintura en óleo, esto mientras pelaba una mandarina y se metía un gajo a la boca. Observadora, la morena masticó con educación y giró su cabeza llevando su vista de un lado a otro; que bonita era esa habitación, es decir, otra habitación en el palacio destinada a nada.
Durante su estadía, Ruth había entrado ya a decenas de habitaciones que sólo tenían floreros, cuadros delicadísimos y mesas costosas con bordes bañados en plata. Y la joven sólo podía preguntarse: «¿para qué?». Ruth Simplemente no entendía por qué había en ese lugar la necesidad para la reina o para cualquier otro m*****o real de demostrar su riqueza o adornar un montón de habitaciones que no iban a ser usadas para nada. Es decir, ¿para qué disponían de tantas habitaciones sin uso habiendo tantas personas fuera del palacio rogando por un techo? Porque aunque Ruth recién llegaba, su sentido común le hacía saber que la pobreza existía en todos lados.
Y mientras margaret seguía posponiendo ciertas actividades más importantes en su trabajo sólo para poder colgar un cuadro bien enderezado con la fiel ayuda de sus sirvientes, fuera del palacio, en la entrada, iba llegando Elena, cabalgando su yegua a toda velocidad y saltando de esta ferozmente hasta caer fuertemente sobre la tierra y dar una bocanada de aire al abrir de golpe la puerta que daba entrada al palacio real de los Zafiro.
Para cuando los guardias y lanceros del sitio se dieron cuenta de quién se trataba, se apartaron y le dieron paso seguro, pues Elena ya había ido muchas veces al palacio a visitar a Margaret y siempre que esta iba era por algo de suma importancia, ya que la reina de Los Zafiros jamás en su vida le había contactado antes para algo sin importancia alguna, esto porque Elena vivía demasiado lejos, muy cerca del Norte; en las tierras nevadas del Noroeste. Así que, los guardias al notar esto se formaron y persiguieron a la joven mujer de cabello plateado, casi blanquecino, porque por la forma en la que ella había llegado estos creyeron que algo realmente muy malo sucedía. Alguna emergencia relacionada con su reina.
Sin embargó, sólo se formó una escena en la habitación en la cual Margaret quedó impactada por su presencia, los sirvientes sobresaltados dejaron caer cuadro al piso con diseño de ajedrez y Ruth, quién seguía comiendo mandarinas, casi se atraganta con uno de los gajos, escupiendo la fruta aterrada del susto que le había causado la ruidosa entrada de la mujer con armadura de hierro que reflejaba todos sus gritos de guerra.
—¡Elena! —dijo margaret con el corazón en la garganta; ¡vaya que le había causado una sorpresa a pesar de que le había invitado! Estando ahí de pie en la habitación de los Zafiro, ¿cómo había llegado tan rápido?
—Quiero hablar con la niña.