Capítulo 25

521 Words
Ruth caminó a un lado del corcel de Eugene y a su otro lado, estaba la yegua de Elena, que se llamaba Flecha. Los tres habían comenzado con la caminata, en el fondo sentían que no tenían demasiada prisa. Después de todo, la llegada de Ruth no tenía una hora estricta, ya que no había nadie esperándolos en las ruinas de la ex-nación de Hierro. ¿No es así? Durante su camino a través de un sendero de tierra, Ruth de repente se había convertido en una preguntona. «¿Por qué las cosas son así? ¿por qué las cosas son asá?», un montón de dudas sobre temas básicos sobre la historia de las naciones, los cristales, los soberanos y los conflictos. —Es que no lo entiendo... ¿por qué alguien vendería su trono a cambio de un chivo? ¿acaso ese rey estaba loco? —continuó la muchacha—; ¿es que acaso no había mejores opciones? —No —respondió Eugene con una mueca de fastidio, seco y cortante—. No, no y ¡no! ¡ya deja de hablar tanto! ¿qué diablos? —¡Cierra la boca, tiene dudas, hay que aclararselas! —contradijo Elena con el celo fruncido y su pequeña nariz arrugada; siempre tan rabiosa. —¿Qué es eso? —otra pregunta más de parte de Ruth. El pelinegro respiró profundo, se tranquilizó y con toda la paciencia del mundo le preguntó de vuelta: —¿Qué cosa, dulce Fabiola? —y cambió su nombre, estaba hecho de pura odiosidad este hombre. —E-eso de allá —señaló la joven morena con voz temblorosa y ojos bien espantados; Eugene se puso alerta y miró a donde esta lo hacía buscando qué cosa. Elena entreabrió sus labios confundida. Delante del camino había una gran carreta atrasada por quién sabe qué. —Oh no... —balbuceó la herrera sin saber si acercarse al escenario o si perder la valentía y dar un paso atrás. —Eso no se ve como un accidente común. Ni siquiera hay gente ahí... —susurró Eugene para sí mismo. Los tres presentes en aquél camino rodeado por el frondoso bosque de los Zafiro caminaron lentamente al sitio del accidente... por desgracia (o tal vez por suerte) no había nadie ahí. Sólo ellos y la carreta destrozada en medio del camino. Qué extraño era aquello. —¡Alto! —gritó una mujer sobre una pequeña colina no muy a lo lejos. Estaba llevaba un perchero de bronce u su ropa era de un verde muy oscuro. Su cabello corto y n***o se movió en cuanto está saltó de la colina hacia adelante y les dijo—: ¡apartense! ¡estamos esperando a la capitana! —¡No, tú alto! —vociferó Eugene a la defensiva—, ¡identifícate! ¡número de acceso! —exigió y Ruth a su lado sufrió un déjà vu—. ¡Eres tú quien debe esperar a las autoridades, este es territorio de los Zafiro! ¡y desde aquí puedo notar que tú no eres una de nosotros! La tensión aumentó.
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