Capítulo 24

551 Words
Ruth tomó una bolsa de cuero desgastado y comenzó a poner dentro de ella comida para el gran viaje que le aguardaba a ella y a sus valientes acompañantes. En su partida, junto con Elena y Eugene, Margaret se despedía del grupo moviendo su mano de un alado a otro como una tradicional mujer del m*****o real. De ida, Ruth sólo podía pensar en que se iba lejos, muy lejos. ¿Eso era bueno? ¿eso era malo? No lo sabía, lo que sí sabía es que el mundo no parecía tener sentido para ella en ese momento. De hecho, no había tenido sentido en ningún momento desde que despertó. Conocer sus raíces... ¿realmente ella había vivido en un lugar próspero con piezas de hierro? ¿habría sido una herrera capaz como la mujer a su lado? Seguramente era una don nadie con aires de grandeza antes de olvidarlo todo. Por alguna razón Ruth comenzaba a sentirse demasiado grande, demasiado importante sin saber el por qué. ¿Recuerdos? ¿intuiciones? ¿qué seguía? ¿una epifanía? Quién sabe. Cada vez sentía más confianza de su entorno, como si su actitud cambiara repentinamente al recuerdo de ella misma siendo muy importante. Qué tontería. —Por el amor de Dios, Eugene —la voz de Elena sacó a Ruth de su ilusión—. ¿Por qué demonios traes a esa cosa contigo? ¿qué diablos? —¿Qué? —preguntó Eugene jugando con el hurón entre sus manos; bonita bola de pelos escurridiza, parecía llevarse muy bien con cualquiera que le tomara en brazos—. ¡Ah! Por el animal... no te metas en mis asuntos, mujer. —Infantil. —¡Bah! ¡déjame en paz! —se quejó Eugene y Ruth no pudo evitar reírse. El joven guardia se giró en dirección a la morena y le sonrió de vuelta antes de decir—: ¡Anda, es la primera vez que ries desde que llegaste! —Tú me trajiste —corrigió Ruth con risa. ¿Qué le pasaba? No podía parar de reír. Tal vez no tenía nada que ver con Eugene. Tal vez tenía que ver con ese sentimiento de crisis de identidad propia. Porque su nombre como todos sabían, no era Ruth. —Le está dando una crisis nerviosa —dijo Elena con una expresión neutra, como si no fuera la gran cosa. Pero Eugene todo desesperado al oír la palabra «crisis» el de la crisis fue él. —¿Una crisis? ¿de risa? ¿es grave? ¿qué hacemos? —se apresuró a preguntar cómo un lunático—. ¡Margaret me va a matar si a esta niña le pasa algo! —chilló soltando al hurón en libertad y agarrándose el cabello. —Relájate, sólo está confundida. Hay que darle algo de espacio y paz, ¿de acuerdo? Nada de comentarios pesados y nada de peleas frente a ella —sugirió Elena. —Os oigo, pff —rió Ruth apoyándose sobre sus propias rodillas. ¿Realmente estaba teniendo una crisis? Era una especie de risa... pero desagradable. No quería seguir riendo realmente. Eugene miró a la joven con mucha preocupación, más la herrera siguió el paso hacia su camino y le hizo saber que no había de qué preocuparse. —Andando, estará bien.
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