Enith se encogió en el asiento detrás del chofer en un intento de hacerse invisible o esperar un milagro y que un hoyo n***o la succionara para sacarla de ahí, lo peor que le habría podido pasar en ese momento era trabajar para ese par de traidoras víboras ponzoñosas que le destrozaron el corazón años atrás. Se llevó las manos a su cabello para pensar que hacer, pero ante la frustración se despeinó por el temor de ser descubierta y humillada de nueva cuenta por los ahora señores Yagüe.
—Fátima —dijo en voz baja Enith, volteando a los lados para comprobar que nadie más la estaba viendo— Fátima.
— ¡Por dios santo Enith! ¿por qué te estás ocultando? ¿es que acaso tienes miedo de conocer al señor presidente? —le preguntó Fátima extrañada, al ver cómo la solterona se retorcía debajo del asie
