Capitulo 1

1798 Words
El atraco Marty saltó del Chevy con una pistola en una mano y el paquete de explosivos en la otra. Conrad salió corriendo hacia la puerta trasera, y Johnny Boy permaneció encorvado sobre el volante, acelerando el motor con el pie. El vehículo blindado yacía de lado, con las ruedas aún girando y echando humo del motor. Ray-Ray estaba en la puerta principal del vehículo blindado, probando las manijas sin éxito. Marty corrió hacia la puerta trasera del vehículo blindado y tuvo que empujar a Conrad para golpear el explosivo contra el metal cerca de la cerradura, de modo que la ventosa se adhiriera. Tiró de la cuerda y retrocedió hasta desaparecer de la vista. Conrad, aunque muy agitado, tuvo la serenidad de unirse a él. La explosión fue corta y sorda, con una pequeña nube de humo gris que se elevó en el aire. —¡Date prisa, carajo! —gritó Conrad, agitando su Uzi despreocupadamente. —Voy tan rápido como puedo. Ahora, cuidado hacia dónde apuntas esa cosa —gruñó Marty—. No hemos matado a nadie, así que no lo hagas a menos que sea necesario. —Sí, sí —respondió Conrad y aspiró, y Marty supo que Conrad había estado consumiendo cocaína mientras esperaba que apareciera el vehículo blindado. La puerta del vehículo blindado estaba abierta. Solo se veía humo y oscuridad. Ray-Ray se acercó sigilosamente a Conrad y Marty. —El cabrón está al teléfono ahí dentro. No puedo alcanzarlo. Aún no se oían sirenas. Estaban en un lugar aislado, pero dentro de la ciudad, pero no se veían casas ni negocios. Se recordó que no volvería a trabajar con Conrad y golpeó el blindado con su arma. —¡Vamos, carajo! Lo único que queremos es el dinero. No queremos matar a nadie. No hubo respuesta. —A la cuenta de cinco, voy a tirar una granada ahí. Debería quedar algo de dinero, pero no será mucho para ti —dijo Marty con voz áspera. —¡Espera, espera! —gritó una voz—. Mi compañero está herido. Tengo que sacarlo a rastras. —¡Sal, cabrón! —gritó Conrad con una euforia evidente para todos los presentes. Oyeron un ruido de arrastrar los pies y, en segundos, un guardia retrocedió, agachándose y tirando de su compañero por las axilas. El compañero estaba inconsciente y sangraba por el cuero cabelludo. Johnny Boy salió corriendo del coche con una mochila y se la dio a Marty, quien subió al blindado. Sabía lo que quería y se movió rápido en la penumbra. Afuera, oyó a Johnny Boy decirle al guardia que le sujetara la cabeza a su compañero por si sangraba y se la tragaba. A Marty no le pareció lógico, y no paraba de trabajar, salvo para menear la cabeza con asombro ante la estúpida sugerencia del conductor. Una sirena llenó el aire. No tan lejos, pensó Marty, y decidió que ya era suficiente: cerró la mochila y salió del vehículo blindado. El guardia consciente estaba arrodillado junto a su compañero como si fuera una escena de batalla. Pero entonces sí lo era, o algo así. Marty golpeó la cartera como señal para volver al auto, y todos corrieron hacia el Chevy y subieron. Johnny Boy pisó el acelerador y el Chevy arrancó rugiendo, las ruedas girando mientras el auto giraba su parte trasera hacia la izquierda y luego hacia la derecha. —¡Tranquilo! —gritó Conrad. Sabía que Johnny Boy era un conductor mediocre, pero era lo mejor que podían encontrar para este trabajo, y además conocía la ciudad mejor que nadie. Johnny Boy finalmente aflojó el acelerador, permitiendo que las llantas agarraran, y emprendieron la huida. A lo lejos, vieron el punto de una luz roja intermitente. Johnny Boy se volvió hacia los hombres en el asiento trasero y gritó: —Tendré que tomar la segunda opción. —¡Hazlo! —le dijo Marty, queriendo matarlo por su ineptitud al conducir el coche de escape. Habían ideado tres maneras de irse, según las circunstancias. Johnny Boy debería haber tomado la ruta y no andarse con rodeos diciéndoles lo que hacía o iba a hacer. Iban muy por delante. Las luces rojas intermitentes estaban a más de una milla de distancia, pero por alguna razón, Johnny Boy estaba pisando a fondo el acelerador. No había justificación, y Conrad le dio una palmada en la nuca y le dijo que redujera la velocidad. En lugar de disminuir la velocidad, Johnny Boy giró la cabeza para mirarlo y dijo: —¿Por qué coño haces eso? De repente, se salieron de la carretera. El Chevy dio cuatro vueltas antes de quedar de lado contra una cerca metálica junto a un estacionamiento casi vacío. Conrad salió despedido en el asiento trasero, pero no quedó inconsciente. Hizo una rápida evaluación. Johnny Boy tenía una gran astilla de vidrio en el ojo derecho y, obviamente, estaba muerto o moribundo. Ray-Ray tenía el cuello roto, así que no había forma de ayudarlo, y Marty yacía inconsciente junto a Conrad. Conrad buscó y encontró la cartera con el dinero, y empujó la puerta para abrirla. Quería cerrarse de golpe, pero finalmente la abrió hasta que se atascó. Tiró la cartera y la siguió, asegurándose de cerrar la puerta de golpe tras él. —Adiós, chicos —dijo con naturalidad, y corrió por el estacionamiento, poniendo la mayor distancia posible entre él y el coche patrulla que se acercaba. Se veían otras luces rojas intermitentes a menos de un kilómetro, lo que hizo que Conrad siguiera corriendo hasta que creyó que estaba a salvo. Agosto de 1981: Una partida de póquer en curso El hombre alto y calvo llamado Mick repartía las cartas. Estaban jugando a cinco cartas. Había aproximadamente setecientos dólares en el bote y tres hombres seguían jugando, con la esperanza de hacerse con el bote. A la izquierda, frente al reloj de pared, se sentaba Fats Callahan, quien dirigía la partida. A su derecha, una silla más allá, estaba Sammy Pardo, un matón de poca monta que les rompía los brazos y las piernas a quienes no pagaban lo que les correspondía al usurero local. Sentado justo enfrente de Fats, estaba Roger Toughey, respetado por todos los presentes por su audacia bajo presión y su honestidad, incluso entre este grupo de ladrones y criminales. Zits, cuyo apellido era desconocido para los presentes, se quedó detrás de Roger, observando en silencio y alentándolo a ganar. Conrad Gentner se situó detrás de Fats, en ángulo, de modo que cuando Pardo levantó la vista, pudo verle la cara. Cuando Fats separó sus cartas lo suficiente para que Gentner viera los tres dieces que tenía en la mano, Gentner levantó las cejas en señal de que Pardo se retirara. Toughey apostó cincuenta dólares y Pardo se retiró. Fats hizo una pausa de más de un minuto y luego subió cien. Toughey igualó y maldijo cuando Fats puso sus tres dieces. Fats se llevó el premio y Mick barajó las cartas, preparándose para repartir la siguiente mano. En ese momento, Denny, un hombre de baja estatura, entró en la habitación, esperó a que los demás lo reconocieran y lo aceptaran y luego dijo: —Supongo que no se han enterado. Acaban de llegar con un veredicto sobre Marty. El juego se detuvo y todas las miradas se posaron en el hombre bajito que sostenía el sombrero en la mano, más por miedo que por respeto a los presentes. Él no lo sabía, pero todos los jugadores le tenían cierto cariño, pues jamás, que ellos supieran, había hecho daño a nadie. —Cuéntanoslo ya —dijo Fats y tosió en su mano. —No está bien. Le dan veinticinco. —¡Dios mío, veinticinco! —exclamó Gentner—. ¿Cómo demonios pudo conseguir una sentencia tan dura? No tenían suficientes pruebas... —Estaba en el coche con los demás —dijo Toughey con tristeza—. Estaban muertos o moribundos. Él sobrevivió. No les dijo dónde estaba el dinero. No les gustó que no lo recuperaran, así que Marty, siendo un hombre honesto y todo eso... fue estafado por no entregar el dinero. —Sí —intervino Conrad—, es un tipo muy honesto, sin duda. Todas las miradas estaban puestas en Gentner; sabían que era el único que había escapado del atraco que salió mal. Y tenía el dinero, aunque solo Gentner sabía con certeza cuánto era. Como si pudiera leerles la mente, Gentner dijo: —Y estoy seguro de que recibirá su parte cuando salga. Eso fue lo más cerca que pudo o llegó a estar de decirles a los demás que había participado en el robo sin admitirlo y haciéndose vulnerable a ser arrestado, si alguno de los presentes consideraba necesario informar sobre él. Septiembre de 1981 - Rahway, Nueva Jersey Roger Toughey visitó a Marty Piatkowski en la prisión estatal de Rahway el 12 de ese mes. Fue el único que lo visitó durante su encarcelamiento. —¿Y qué te trae por este triste lugar? —preguntó Marty, sabiendo que sería noticia. —Gentner dice... bueno, lo que dijo fue, eh, que te cuidará cuando salgas. —¿Cómo te lo dijo? Estábamos jugando a las cartas en casa de Fats, y Denny vino a decirnos que te habían dado veinticinco. Y mientras los chicos hacían los comentarios de siempre, Conrad dijo, y cito: «Seguro que le darán su parte cuando salga». —¿Quién más estaba allí... escuchó esto? —Pardo, Zit's, Fats por supuesto... veamos... Mick y Denny... ya te lo dije. —¿Alguien más? —No lo creo. Ya se habían ido un par de tipos. No, Covelski estaba allí, pero no le interesan esas cosas. Ya lo sabes. Marty asintió. —Así que parece que seré un rico hijo de puta cuando salga, todos los intereses de ese dinero se acumulan con el tiempo, ¿sabes? Roger se rió y luego se puso serio. —Entonces... ¿me avisarás si necesitas algo? —Sí, gracias, Roger. Agradezco que hayas venido. Este no es el mejor lugar para visitar en ningún momento. Así que gracias. Y te avisaré si necesito algo. Pero Roger... —¿Sí, Marty? No vuelvas. Pensarán que estuviste involucrado en el robo y te molestarán muchísimo. No necesitas la presión. Roger asintió y le dedicó a Marty una sonrisa débil. Se dieron la mano y Roger se fue, contento de haber salido de la prisión y de sus desagradables recuerdos. Marty regresó a su celda y se sentó en su catre, pensando: «Conrad, madre, más te vale guardarme ese dinero. Saber que espera hará que este tiempo pase mucho más fácil. Pero sé lo rápido que se te va el dinero por esos dedos viscosos».
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